No me refiero a los habitantes de Madrid, sino a cómo se ha vivido la noticia en los llamados “cenáculos madrileños”, ese microcosmos de no más de 5.000 personas que saben todo sobre su mundo y muy poco sobre el mundo, pero en todo caso se sienten el centro del mundo.

Sus criterios son siempre autorreferenciales: interpretan cualquier cosa que ocurra en función de lo que pueda representar para su pequeño universo. Tras los atentados de París, casi todas las llamadas que recibí fueron para preguntarme, en mi condición de experto electoral, cuántos votos le daría eso a Rajoy o cómo afectaría a la campaña de Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. Y desde que en la tarde del sábado se conoció la noticia del acuerdo con la CUP y la renuncia de Mas, no he escuchado ni leído una palabra sobre lo que este hecho puede significar para la vida de los ciudadanos de Catalunya.

“Están locos estos romanos” es la frase que hizo famosa el inolvidable Obélix. Resume bien el estupor con el que los influyentes capitalinos viven lo que está pasando en Catalunya en los últimos años. Se han vuelto locos en Catalunya, se dicen con preocupación; y constatan que antes, la versión desquiciada del nacionalismo era la de los vascos y la sensata era la de los catalanes, y ahora se han invertido las tornas (afortunadamente, sin el ingrediente de la violencia, que no es un asunto menor). La verdad es que cuando se compara la actuación política del lendakari Urkullu con la de Artur Mas o la fortaleza del PNV con la autodestrucción de Convergencia, el resultado es patético para los segundos.

Se daba por hecha la repetición de elecciones en Catalunya, pese a la obviedad de que repetir las elecciones era objetivamente un suicidio para el independentismo en general y para Convergència en particular. Yo creo que había en ello mucho de wishful thinking: mientras estuviera por medio el quilombo catalán sin resolver, había un colchón para seguir haciendo política de juguete y aplazando las decisiones sobre el quilombo español de unas elecciones fallidas y un Parlamento inmanejable.

Mientras estuviera por medio el quilombo catalán sin resolver, había un colchón para seguir haciendo política de juguete y aplazando las decisiones sobre el quilombo español

Los analistas más refinados han querido ver una sofisticada maniobra para aprovechar a fondo este período de bloqueo político en el Estado español y producir a toda velocidad hechos consumados en el camino de la desconexión. Algo hay de eso, claro, pero creo que el pacto del sábado tiene más que ver con el pánico a unas nuevas elecciones en Catalunya que con el cálculo estratégico.

En el espacio del PP hay sentimientos contrapuestos. La mayoría han estado "forofeando" por la CUP para que se mantuviera firme en su veto a Mas. Ya se sabe que la derecha del barrio de Salamanca siempre necesita un anticristo político con el que hacer vudú. Ese papel lo cumplió Zapatero a plena satisfacción y últimamente se lo reparten entre Artur Mas y Manuela Carmena.

Esos sectores del PP han quedado, así, decepcionados y preocupados. Algo les decía que lo mejor era que el “procés” permaneciera bloqueado ad aeternum, y pensaban –no sin razón– que la causa soberanista saldría debilitada y fragmentada de unas nuevas elecciones.

En el espacio del PP hay sentimientos contrapuestos. La mayoría han estado 'forofeando' por la CUP para que se mantuviera firme en su veto a Mas

Pero otros han comenzado a ver una ventana de oportunidad para su propio problema, que es cómo diablos montar un gobierno en España con 123 diputados, con Rivera arrastrando los pies y el díscolo Sánchez negándose a cooperar. “Lo de Catalunya” (aquí se denomina así) intensifica la presión para que España tenga cuanto antes un Gobierno –que sólo podría ser de gran coalición– y reactiva los anticuerpos en la sociedad a los pactos con nacionalistas.

El mundo PSOE, para no perder la costumbre, está dividido. Las menguantes pero recias tropas de Sánchez han visto cómo se pinchaba de un solo golpe el globo de la “coalición progresista” que su líder había estado inflando en Lisboa 48 horas antes y al que vive aferrado como lancha salvavidas desde el 20D. Es obvio que las fantasías sobre votos positivos o abstenciones por parte de Esquerra o CDC se han evaporado por completo; y lo de Ada Colau y los demás socios nacionalistas de Podemos se ha puesto aún más pescuecero de lo que estaba, así que ya está claro que no salen las cuentas ni a martillazos.

Ahora hay que ver cómo aguanta Sánchez hasta mayo sin que le cuelguen el sambenito de ser el culpable de dejar a España sin gobierno durante seis meses y que por su obstinación haya que repetir unas elecciones que nadie desea y que sólo pueden provocar un paso más en la peregrinación del PSOE hacia el ocaso.

En el lado contrario, los que se quieren cargar a Sánchez –que curiosamente son quienes lo auparon al poder sin apenas conocerlo– han contemplado con secreto regocijo cómo la estrategia de su enemigo volaba por los aires en una sola tarde.

Cuando escribo esto –y ya han pasado casi 24 horas desde que se supo la noticia–, la dirección federal del PSOE no ha considerado conveniente abrir la boca para expresar una opinión sobre el acuerdo de Catalunya. Se ve que no es muy importante o que es tan importante que necesita mucha reflexión.

Para Ciudadanos, esta es una ocasión para dar un nuevo valor a su papel político después de la decepción del 20D. Es el primer partido de la oposición en el Parlament de Catalunya; ello les otorga un renovado protagonismo y hace obligatorio contar con ellos para armar la respuesta de las fuerzas constitucionales frente al desafío secesionista. Una nueva prueba para el talento político de Rivera, últimamente cuestionado.

La posición de Iglesias es subalterna a la de Colau: o sigue el paso que marque la alcaldesa de Barcelona o le vuela la alianza

Y Pablo Iglesias comienza a sufrir los tirones inherentes a su apuesta estratégica de asociar Podemos a diversos nacionalismos radicales sin debilitar su condición de fuerza política española. En este tema, su posición es subalterna a la de Colau: o sigue el paso que marque la alcaldesa de Barcelona o le vuela la alianza: y son muchos votos y unos cuantos valiosísimos escaños.

Con todo, lo que a mí personalmente más me ha llamado la atención de lo que ocurrió el sábado han sido dos cosas:

La primera, el inmenso cinismo de la frase de Mas: “Hemos corregido lo que las urnas no nos dieron”. Lo peor es que es cierto. Pero va mostrándose como es.

Y lo segundo, el humillante escrito que firmó la CUP. Tú asumes un compromiso electoral –no votar la investidura de Mas– y lo cumples; consigues resistir todas las presiones –las lícitas y las ilícitas– y en el último segundo tu rival se rinde; y en lugar de celebrar lo que objetivamente es una victoria política, firmas un escrito autoinculpatorio que por su tono y lenguaje evoca las siniestras autocríticas del estalinismo, te atas las manos renunciando a hacer oposición –y por tanto, firmando un cheque en blanco a un gobierno en el que no participas– y entregas dos diputados como rehenes. Decididamente, ya no hay revolucionarios como los de antes.