Esta semana se cumplirá un año, el 29 de octubre, del terrible episodio de nuestra historia: la DANA de Valencia. Una tragedia que se cobró, por lo menos, la vida de más de doscientas personas (que sepamos), arrasó con las viviendas, negocios, y enseres de cientos de miles. Quebró de terror al que tuviera ojos, corazón y conciencia. Y nos desoló descubrir lo que todo tardó en funcionar.

Un año después, miro hacia atrás y pienso en lo aprendido. Porque personalmente, he tenido el privilegio de vivir la tragedia de la DANA desde el impacto y la fuerza que pueden tener los medios de comunicación, en este caso la televisión, cuando de informar se trata. Pero también tengo una historia vivida de censura, de brutalidad, de trampas y mentiras, de extraños intereses y manipulación. He visto cómo se ha activado una maquinaria para tratar de ocultar la verdad. Otro sinsentido que sigue sin caberme en la cabeza a día de hoy. Me refiero a la situación anómala y bárbara que viví como testigo en plena escena: el programa Horizonte, presentado y dirigido por Iker Jiménez y Carmen Porter. Viví junto a ellos, en directo, los momentos que nos abrieron los ojos a todos. No olvidaré las imágenes que nos llegaban al plató en pleno directo, y cómo Porter, preocupada, nos contaba que Iker había decidido irse allí estando enfermo, con fiebre. Y que no estaba segura de si podríamos contactar en directo, porque en algunas zonas no había señal ni cobertura. Pero contactamos y se abrió una ventana a España entera sobre lo que estaba sucediendo de verdad en Valencia. Gente asomándose a los balcones al ver la luz abriéndose camino entre el barro, coches, y oscuridad. Pudimos asomarnos a esa Valencia que había quedado absolutamente aislada, sola, gritando en la oscuridad. La del terror más absoluto de familias atrapadas en garajes, que gritaban desesperadas sin conseguir auxilio. De vecinos desesperados que no podían ayudarlos y sufrían con cada grito desgarrador que no borrarán nunca de su recuerdo. Como las imágenes que no desaparecerán, de personas agarradas a cualquier cosa, y terminar siendo arrastradas por la corriente. Vimos el terror en directo. Y fui testigo de lo que sucedió después. De la cantidad de gente que se lanzó a ayudar, de bomberos, militares, policías, médicos, voluntarios que acudieron desde todas partes a ayudar. Vivimos la solidaridad, la entrega, la hermandad.

Mientras todo eso pasaba, fui testigo de cómo se manipuló a la opinión pública, de cómo se construían “bulos” y campañas de odio desde los medios de comunicación y la clase política contra el programa de Jiménez y Porter. Fui consciente de cómo una información que todos los medios habían dado se consideró un “bulo”, que pasó a ser prácticamente responsabilidad de “los del misterio”. Y contemplé atónita la campaña brutal de acoso e intento de derribo, retirada de publicidad incluida, que me recordaba a las artimañas que se usaron al inicio del procés catalán. Lamento decirle que fue una estrategia muy similar. La de las mentiras, la persecución, y la inanición.

Pero resultó que pasado un año, he visto cómo los hechos han ido dejando en evidencia a todos y cada uno de los que intentaron silenciarnos. A día de hoy, voy contemplando cómo la verdad se hace camino, y cómo hay quien no puede caminar por la calle sin recibir abrazos, cariño y gratitud por su trabajo en Valencia. Me recuerda un poco a algunas encuestas, que, por mucho que se empeñen, cuando se sale a la calle se desmontan con la realidad.

Llevamos un año viendo cómo los políticos se lanzan acusaciones para tratar de exonerar su responsabilidad. La batalla entre los supuestos rojos y los supuestos azules. Lo mismo de siempre. En lugar de asumir y reconocer sus errores para que jamás vuelvan a suceder. Me resulta atroz y obsceno que las calles de los pueblos afectados siguieran, hasta las últimas tormentas que ha habido hace unos días, hechas una pena. Que los estudiantes no hayan recuperado la normalidad. Que todavía haya lugares que limpiar. Que haya gente viviendo penurias por la falta de agilidad.

He aprendido, de manera evidente, que tenemos una clase política lamentable. Espeluznantemente lamentable. Y unos recursos tecnológicos que de tanto automatismo hicieron que las maquinitas se pasaran enviando mensajes, unas a otras, que parecían no tener humanos cerca que fueran capaces de alertarse. Por no haber, no había ni un presidente que estuviera localizable y activo ante la catástrofe que estaba sucediendo. ¿Es posible que un presidente no se entere de lo que está aconteciendo, durante horas? ¿Por qué estaba escondido el señor Mazón hasta las ocho de la tarde? Quizás estaba convencido de lo que él mismo había dicho por la mañana: que, a partir de las seis de la tarde, la tormenta daría lugar a la calma. Vaya, que cualquiera que hubiera escuchado al señor Mazón a las doce de la mañana y se hubiera lanzado a la calle a hacer recados, salió quizás pensando que “no daban tormenta ya para la tarde”. ¿Cómo es posible que el presidente de la Comunidad Valenciana tuviera esa información a esa hora, cuando las alertas rojas de la AEMET llevaban horas saltando? Veinte minutos después de las afirmaciones de Mazón, el Centro de Coordinación de Emergencias emitía una alerta sobre el barranco del Poyo.

Mientras Mazón comía y desaparecido estaba, a las cuatro y media de la tarde comenzaron a registrarse los primeros fallecidos. La Confederación Hidrográfica del Júcar avisa del desembalse de la presa de Forata. Se convoca el CECOPI. A las cinco y media avisan a las poblaciones del próximo desembalse de Forata (del que no mucha gente se enteró), y justo en ese momento, se produce un apagón de información entre el Gobierno de España y el de Valencia en el centro de control de operaciones. Silencio total entre las seis y las siete de la tarde. Y el señor Mazón sin dar señales de vida. Es más, se supone que la consejera que se estaba comiendo “el marrón” en solitario, le llamaba y aquel le colgaba las llamadas.

Y se envía la alerta masiva a las ocho y pico de la tarde, cuando la gente estaba ya agarrándose a las farolas o atrapada en un garaje.

Ya a esas alturas, el señor presidente aparecía por la reunión donde los técnicos estaban en pleno estado de shock y estrés ante lo que estaban teniendo que gestionar. Qué quiere que le diga, querido lector, a mí me parece lamentable e imperdonable.

Por el momento, en la causa judicial, hay dos personas imputadas: la consejera Salomé Pradas, esa a la que me referí anteriormente, que se comió “el marrón” de gestionar aquello, con un presidente ilocalizable, y sin tener ni idea de lo que había que hacer, y Emilio Argüeso, el secretario autonómico de Emergencias. Están imputados por presuntos delitos de homicidio y lesiones por imprudencia.

Si le llegó algún tipo de aviso, ¿por qué no apareció antes? Si no le llegó ningún tipo de aviso, ¿se puede ser presidente con semejante grado de irresponsabilidad?

Acabamos de conocer que la jueza quiere que acuda a declarar, en calidad de testigo, la persona que estaba comiendo con el presidente, la única persona que puede servir como testigo para determinar qué podía motivar que el presidente no se enterase de nada de lo que estaba pasando. Alguien que aporte información sobre la razón por la que colgaba el teléfono a la señora Pradas, o las conversaciones que estaba manteniendo. Porque la señora Vilaplana, que es quien estaba con él, fue testigo de las llamadas y mensajes que recibía y atendía el señor Mazón. Si le llegó algún tipo de aviso, ¿por qué no apareció antes? Si no le llegó ningún tipo de aviso, ¿se puede ser presidente con semejante grado de irresponsabilidad?

A día de hoy, el 80 % de las personas solicitantes de ayudas, unas 34.000 familias, aún sigue esperando. Como también se esperan aclaraciones respecto a los millones de euros que fueron donados en una cuenta solidaria promovida por la Generalitat, de la que no se tiene noticia.

A día de hoy, también me pregunto si la gente es consciente de dónde vive. Si nos llegamos a enterar de esos datos que apuntan a que, en España, 2,7 millones de personas viven en zonas con alto riesgo de inundación. No es muy difícil averiguarlo y quizás saberlo le salve la vida.

¿Habremos aprendido también a priorizar a las personas con dependencia ante las situaciones de alerta y riesgo? Porque al menos 37 personas de las fallecidas en Valencia recibían servicio de teleasistencia. Es otra cosa para pensar.

Se podrían tomar medidas urbanísticas efectivas, que tuvieran utilidad e impacto para ser de utilidad en situaciones como estas. Me llama la atención lo poco (o nada) que se ha hablado de esto.

Me llama la atención lo poco que se ha hablado de todo lo que se debería hablar. Porque la tragedia de Valencia, tal y como decía la certera portada francesa, fueron muertes evitables. Y por la cuenta que nos trae, viendo que los que tienen que actuar no actúan, es importante que nos informemos bien.

De mi experiencia, un año después, y manteniendo activa la investigación sobre este asunto, estoy muy orgullosa de haberla vivido en el equipo de Jiménez y Porter. Fueron de lo poco decente y honesto que vi en aquellos días, volcándose para ayudar a la gente y contando la verdad que necesitaba ser contada. Ojalá esa también se la aprendan muchos otros, que han actuado de maneras muy extrañas a la ética y la humanidad dentro de la profesión periodística durante los últimos tiempos.

Tenemos muchas lecciones que aprender en este último año.