El Real Madrid, ni sabe perder, ni sabe ganar. Con esta patología marca de la casa, a nadie le sorprende que represente, como ninguna otra entidad, los valores de una Corte que gira alrededor de dos reyes. Uno, el de sangre roja, es considerado un ser supremo que gobierna un reino en forma de palco futbolístico donde se practica el vasallaje corporativo por parte de los invitados. El otro, el de sangre azul, se sabe el pilar de un comedero ideológicamente transversal del que mamamos cortesanos que ansían mantenerse y formar parte de una casta insaciable y antropófaga. Madrid es el centro de todo, y de Madrid, al cielo. Nada que no pase en Madrid merece la atención por parte de una Corte nutrida de madrileños de pedigrí o de españolitos provincianos con ganas de escalar en esta ciudad, esta sí, de los prodigios. En Madrid, ciudad Estado, los miembros de la Corte son expertos en el arte de la genuflexión, una disciplina tan espiritual, física y mental como el yoga.
Esta Corte bicéfala podría ser tricéfala, pero hace tiempo que defenestraron al antiguo Rey, a quien llaman cordialmente el Emérito, y a quien todavía rinden homenaje a pesar de ser un defraudador declarado. Es un tributo obligado por los réditos que sacaron del viejo monarca y, a pesar de ser un superficial y un mujeriego de campeonato, le ríen las gracias y esperan con curiosidad la publicación de unas memorias que aparecerán primero en Francia, como corresponde a un Borbón que ya no tiene miedo a que le afilen la garganta en la guillotina. Cuando le Roi huyó a Abu Dhabi, la Corte temió por la supervivencia de un entramado político, social y económico, pero fue un sobresalto fugaz, porque ya tenían a otro Rey en el armario, el hijo de le Roi, menos mujeriego, más españolista, mucho más de derechas, madrileño de nacimiento y, después del 3 de octubre de 2017, un nostálgico del Decreto de Nueva Planta. Salvaguardadas las esencias de la Corte, los cortesanos ideológicamente transversales leerán las memorias del Emérito con la coraza de quienes se saben intocables. Para formar parte de la Corte hacen falta ciertos requisitos, y uno de ellos es saberse protegido por los tres poderes de un Estado que les garantiza ir de Madrid al cielo en alta velocidad y con derecho de pernada económica.
El libro 'Reconciliación' transpira soledad porque 'le Roi' se siente traicionado por unos vasallos que han decidido que esta España cosmocasposa sea dirigida por un Rey de sangre roja, el ser supremo, y un Rey de sangre azul, el pilar fundamental del comedero
Las memorias de le Roi se titulan Reconciliación y, de momento, solo se sabe lo que el Emérito ha querido explicar en una entrevista concedida a Le Figaro. Lo que se intuye es que están escritas para autojustificarse, y cuando uno escribe para exculparse de lo divino y lo humano, normalmente se convierten en unas memorias desmemoriadas. Reconciliación lo ha escrito en colaboración con Laurence Debray, la autora de otro libro panfletario titulado Mi rey caído, que resulta ser una declarada cheerleader de su majestad el Emérito. Lo primero que ha trascendido es que le Roi alaba a Franco, que explica con detalle su intervención en el 23F y que reconoce que mantiene una fría relación con el Rey y que tiene una nula conexión con la Reina, la plebeya Letizia. Nada que no hubiera podido relatar con exquisitez académica cualquier escritor falangista con piel de demócrata, ni nada que pueda trastornar a una Corte acostumbrada a las medias verdades, como aquel señorito y cortesano asturiano mencionado en artículos anteriores, que va a ver conciertos de ópera al Palacio Real no por el gozo melómano, sino para poder contarlo después. Los cortesanos son así. Las memorias de le Roi, sin duda, serán polémicas, pero la Corte necesita pienso para seguir engordando el comedero. En la Corte se pueden matar entre ellos, pero se necesitan los unos a los otros para dar sentido a una vida parasitaria.
Yo, que la tuve muy cerca pero decidí mantenerme, por decencia, fiel a mis orígenes barceloneses y catalanes, pude comprobar el poder hipnótico de la Corte. Una vez entras, no quieres salir, aunque tu rol sea el de un mero bufón miembro de un partido independentista y republicano. Esta Corte está llena de políticos, magistrados, miembros del clero, jarrones chinos, y también de cantantes, actores, pintores, periodistas, escritores, toreros, modistas, deportistas, empresarios, aristócratas arruinados, amiguetes de cubata y cocineros reconvertidos en chefs. A esta galaxia cortesana, también hay que sumarle los satélites repartidos por el Estado que ansían ser reconocidos y adoptados por la capital del Reino. La Corte es un club clasista e ideológicamente transversal que tiene, como único requisito de admisión, la defensa de la marca España por el bien del poder centralizador de una capital endogámica en la que todos meten la mano y cantan a coro: “Qué hay de lo mío”. Los que me provocan una especial ternura son los catalanes agradecidos que, con el fin de ser aceptados, han acabado siendo más papistas que el papa y en los años del procés tuvieron la oportunidad de mostrar una incorrupta fidelidad al comedero. Con unas cañitas, la mala conciencia se eructa mejor.
De este comedero cortesano, los parias de la tierra también sacan provecho, porque disfrutan de un metro impecable, de unos Rodalies puntuales y de unos impuestos dignos de un paraíso fiscal por lo que llaman efecto capitalidad. Ellos son los peones de la Corte, explotados, sí, pero tan orgullosos de ser españoles que votan a Vox cuando antes votaban a Podemos. Y es que ya pueden aparecer políticos autoproclamados portavoces de una nueva política disruptiva con el ancien régime, que acabarán fagocitados por la Corte en un proceso parecido al que sufrieron los punks. Destruida la ética del movimiento por los poderes fácticos, la estética punk acabó asimilada por el prêt-à-porter.
Aunque no formen un triunvirato porque el Emérito ya no es útil y lo tienen exiliado en Abu Dabi viviendo a cuerpo de rey, le Roi y el Rey forman parte del mismo lodazal. El libro Reconciliación transpira soledad porque le Roi se siente traicionado por unos vasallos que han decidido que esta España cosmocasposa sea dirigida por un Rey de sangre roja, el ser supremo, y un Rey de sangre azul, el pilar del comedero. Y no hace falta que seas monárquico, ni tampoco del Real Madrid, para formar parte. La única exigencia es que respetes la omertà y que jures fidelidad incondicional a una secta impermeable a todo lo que sucede fuera del km 0. Si acatas, recibirás subvenciones, regalos en forma de Goyas, serás honrado con Princesas de Asturias o Premios Nacionales, y podrás optar al Nobel de Literatura. “Por Dios, por la patria y el Rey, lo que no corre, vuela”.