Ahora que ya podemos relajarnos un poco del proceso independentista —los tsunamis van haciendo su trabajo y juzgados europeos y errores españoles ya hacen el resto— quizás valdría la pena centrarnos en otro gran objeto de preocupación que tenemos en frente: la lengua y la cultura catalanas. Oiga, y no lo digo para culpar de la situación al procés, sin el cual incluso un ciego vería que el catalán no tiene futuro. Lo digo, por ejemplo, por un inquietante titular de un importante diario catalán que el pasado 30 de noviembre rezaba: "La cultura catalana, aquel barco a la deriva".

Hace tiempo, efectivamente, que no está de moda hacer aquel tipo de "miradas largas", hacia el futuro de la lengua, en este caso, que en otros campos sí que se reivindican. Quizás ha llegado la hora de rebobinar en la época en que tomaba cuerpo el gran sueño de emancipación de la cultura catalana que nacía con el Modernismo, el cual se proponía, de la mano de sus principales protagonistas, de convertirse en una cultura autosuficiente y moderna, como la de los estados de su alrededor: Francia, España, Alemania, etc. Pretendían que se expresara por sí sola, abriéndose al mundo —eso sí— pero desde una visión y voz propias. El Modernismo pretendía superar así la cursilería del movimiento de los Juegos Florales del la Renaixença que en muchos aspectos sólo aspiraba a crear un escaparate regionalista y subsidiario para la cultura catalana, más que no una cultura emancipada. En este sentido, no extraña que los mismos intelectuales castellanos que hicieran golpecitos a espaldas del Renacimiento se atragantaran con el Modernismo que lo suplantó. ¿Era porque este realmente se planteaba un cambio de estatus? ¿Incluso, hacerles la competencia?

El viejo sueño de una cultura catalana emancipada, el que lanzó la novela catalana y colocó una senyera en la cabecera de la cama de Picasso, es hoy una quimera

Bien, ¿y hoy dónde está aquel viejo sueño modernista de cultura catalana emancipada? Muy lejos del debate público. Lejísimos de los programas y debates políticos. Y más cerca del tabú que no del debate intelectual e ideológico. Esta es la verdad. Por eso en el artículo mencionado ahora mismo encontramos una Najat El Hachmi hablando de "vacío institucional" en torno a la cultura; o una Mercè Picornell quejándose de que a la educación "sólo se estudian figuras muertas" o la necesidad de "abrir los ojos" ante una lengua catalana que "pierde comba", hecho ilustrado por el alarmante dato —apuntado por Najat El Hachmi— "de que no haya estudiantes de Filología Catalana". Para acabar de oscurecer el panorama, con datos recogidos de la Plataforma per la Lengua, podríamos añadir el escaso 17% de conversaciones en catalán a los patios de las escuelas, el 3% de cine en catalán o el 8% de juicios celebrados en catalán en Catalunya, hecho que nos pinta un cuadro de marginalización y uso residual evidente.

En contraste con esta dura realidad —que lingüísticamente empieza a recordar en la de Irlanda o la Occitania del primer tercio del XX— la comodidad que parece demostrar el Gobierno catalán es digna de la orquesta del Titanic. Al más puro estilo Joan Maria Pujals (que hacía lecturas on y off de la ya preocupante situación lingüística, según el periodista presente), sufrimos de responsables políticos culturales que nos presentan con naturalidad, cuando no con una cierta ufanía incomprensible, los datos sobre usos lingüísticos. A menudo salen con el sonsonete aquella del "nunca había tanta gente que supiera el catalán". ¡Por favor! Eso es como decir que nunca había habido tanta gente con móviles que resuelvan algoritmos. ¿Alguien lo pone en la práctica?

El viejo sueño de una cultura catalana emancipada, lo que lanzó la novela catalana y colocó una senyera en la cabecera de la cama de Picasso, es hoy una quimera. Cogido a contrapié, ni siquiera ha sido capaz de responder adecuadamente al rocambolesco y acientífico relato de Ciudadanos sobre la inmersión y la "persecución" del castellano. Nuestros políticos, con notables excepciones, han tendido a hacer el avestruz. Prefieren el engaño de presentarnos TV3 como la "líder" de audiencia (¿con un 12% de share?) mientras la realidad es que la gente se tira masivamente en brazos de plataformas audiovisuales del todo faltadas de catalán. O del You-Tube de los jóvenes, donde el catalán hace de enfermo entubado. Prefieren hablar de los éxitos de los digitales y del minoritario teatro catalán, mientras cierran los ojos (¿y dan por perdida?) la batalla por el uso social de la lengua, único baremo realmente significativo de la fuerza de un idioma. ¿Cuándo se pondrá el Gobierno manos a la obra con un tema que parecía bien encarado hace cien años y que hoy sangra por tantas heridas?