Como si fuera una secretaria de un juzgado, atrapada por el miedo y el desconocimiento más elemental de la realidad que la rodea, así se comportaron las autoridades españolas en la crisis del Primer de octubre. No ha habido ningún delito. Ni rebelión, ni sedición, ni malversación. No sólo se trata de que determinados colonos vivieran en Catalunya años y más años sin saber catalán ni historia de Catalunya. Sobre todo han vivido sin integrarse y sin conocer realmente qué es la sociedad catalana y de que va el independentismo político. Sin entender que, a la hora de la verdad, independentistas, lo que se dice independentistas, lo son los votantes pero no los representantes políticos, o al menos no lo son algunos representantes políticos que, fraudulentamente, hicieron creer a la sociedad que apostaban por la independencia. Hoy mismo podemos ver, en campaña electoral, políticos independentistas que ahora dicen que quizás que dejamos esto de la independencia para más adelante, para cuando haga mejor tiempo y la solidaridad entre los pueblos de España y dale con la música celestial. Éste es el drama de la instrucción del juez Llarena que ha fantaseado, que ha supuesto, que ha querido creer que el cuerpo de los Mossos de l’Esquadra había actuado a las órdenes de la acción auténticamente independentista de Carles Puigdemont, uno de los pocos políticos que creyó en la posibilidad de la independencia y en el mandato popular. Durante el juego de los disparates que fueron los hechos de 2017 las fuerzas de policía con Pérez de los Cobos al frente, el Gobierno de España con M. Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, los servicios secretos españoles, y las fuerzas políticas españolistas con Ciudadanos al frente, todos juntos, sólo demostraron algo. Que tienen mucho miedo al pueblo catalán cuando sale a la calle. Que le tienen pánico. Que se asustan con mucha facilidad ante el independentismo porque saben, como todos los colonos, que pisan en falso. Que han interiorizado que cualquier día esto de la Catalunya española se acabará porque no puede ser.

Las declaraciones del mayor Trapero en la vista de ayer han sido contundentes. Los Mossos no actuaron más y con mayor intensidad porque no se les pidió. Porque el pacto tácito entre el presidente Puigdemont y el primer policía era éste. La neutralidad de los Mossos teniendo en cuenta que la policía de Catalunya no podía actuar indiscriminadamente contra la población de Catalunya en aquel festival de palizas que fue el Primero de octubre. Como buenos policías, los Mossos, antes habrían arrestado todo el Gobierno rebelde de la Generalitat que atacar al pueblo del que forman parte. Y la autoridad judicial no actuó porque suponía, porque creía, porque estaba convencida, desde su espontánea mentalidad colonial, que la policía de los Mossos estaba secretamente del lado de los independentistas. Temían que estuvieran del lado de Puigdemont y de su miedo construyeron una convicción muy seria. Una evidencia, un hecho criminal. Lo cierto es que Puigdemont fue adelante con su independencia sabiendo perfectamente que los Mossos estaban en contra, y que lo único que prometían era no cebarse sobre la población civil. Carles Puigdemont fue adelante con su independencia hasta donde pudo prácticamente solo. Bastante solo, tristemente solo, cuando se dio cuenta de que las fantasías de Carles Viver Pi-Sunyer, Carles el Loco, eran eso, puras fantasías, elucubraciones intelectuales sobre una doble legalidad. No existía la posibilidad práctica de pasar de la ley a la ley, como hicieron las Cortes franquistas. No, la realidad es que no se pudo pasar de la legalidad española a la independentista catalana. Sobre el papel de Viver i Pi-Sunyer era tan fácil como irreal. Y la irrealidad cuando se descubrió dio mucho miedo, muchísimo. Porque no se pudo cambiar de legalidad, por eso la política catalana en su conjunto está hoy ante la justicia del enemigo. Y no hará otra cosa que comportarse como mano ejecutora del escarmiento y de la venganza.