El presente es gris y el horizonte pinta negro. Corren malos tiempos para la democracia. En el mundo y en lo que tradicionalmente se denominaba Occidente. Los sistemas basados en la democracia liberal, la economía de mercado y el estado del bienestar —con diferentes ponderaciones— se encuentran amenazados por un gran descrédito, que ha llevado al surgimiento de alternativas extremas, sobre todo de extrema derecha populista, y a la polarización de la sociedad. Esta polarización, propiciada por las redes sociales, los chats y las plataformas digitales, lo empapa todo, lo contamina todo. Los tradicionales dos poderes "políticos", es decir, el legislativo y el ejecutivo, pero también una parte de la justicia —la alta judicatura—, están completamente radicalizados. No solo eso, en España, como en tantos otros lugares, grandes empresarios, estamentos policiales, intelectuales y artistas, periodistas y medios de comunicación, determinados obispos, etcétera, todo el mundo, siente el impulso de alistarse para combatir fervorosamente en un bando o en el otro. Así, se impone la derrota del adversario como obsesiva meta, mientras se hace dejadez de lo que debería ser el papel de cada uno y de la ética que está asociada. El resultado es la destrucción de lo que constituye el núcleo de la democracia, o sea, la capacidad de un colectivo de dialogar consigo mismo. La palabra es relevada por la fuerza, por la capacidad de hacer daño a un rival transmutado en enemigo mortal.

Desde este punto de vista, el alineamiento de la alta judicatura a favor o en contra del gobierno, es decir, a favor de Pedro Sánchez y el PSOE o del PP y Vox, resulta especialmente alarmante. La justicia tiene como símbolo la diosa Iustitia (en la versión romana) o Temis (en la griega). Como es sabido, esta figura se representa con una venda en los ojos —lo que significa que la justicia tiene que ser ciega y, como tal, imparcial—, sosteniendo una balanza —el sentido común, el equilibrio y la adecuada ponderación de las evidencias—, una espada —el poder para imponerse— y una serpiente —el mal—, que la diosa a menudo pisa con el pie. La justicia es el último baluarte del sistema. El árbitro que garantiza, que debería garantizar, que se respeten las reglas fundamentales del juego. Cuando la justicia falla, el sistema democrático colapsa.

Tanto Rus como Ruiz han hecho y están haciendo un trabajo técnicamente muy solvente y manteniendo su independencia

Una parte mayoritaria de la alta magistratura se ha conjurado para contribuir a combatir el actual gobierno de Pedro Sánchez. Hace exactamente lo que públicamente reclamó Aznar —"el que pueda hacer que haga"—, quien recientemente fue todavía más allá y advirtió, atención, que el líder socialista acabará entre rejas. La reacción contra la amnistía es un ejemplo palmario, y vergonzoso, de la subversión judicial. Pero hay muchos más, como el caso de la filtración de un e-mail sobre la pareja de Ayuso o las investigaciones contra la mujer de Sánchez. Que las votaciones en el Tribunal Constitucional o en el Consejo General del Poder Judicial puedan predecirse teniendo en cuenta el número de "conservadores" o "progresistas" es otro elemento para el pesimismo.

Pero en este paisaje contemporáneo de severas líneas de combate y hondas trincheras, de absoluta contaminación ambiental y de abandono de las obligaciones y deberes fundamentales, existen también excepciones. Personas que se obstinan tozudamente en hacer lo que tienen que hacer. Sin dejarse arrastrar. Sin desviarse. Querría citar hoy dos casos, justamente del ámbito de la justicia. Hablo de los jueces Rubén Rus Vela y Nuria Ruiz Tobarra. Quizás no les suenan sus nombres, aunque han salido y salen en los medios. El primero es el juez de instrucción de Tarragona que se ha ocupado del 'caso Montoro', la segunda, la jueza de Catarroja a la que le tocó la instrucción de la causa de la DANA. Ninguno de los dos tiene que ver con el prototipo de lo que en su momento se bautizó como "jueces estrella". Ni son famosos ni lo quieren ser. A ambos les han tocado —medio por casualidad, sin buscarlo— casos de una gran trascendencia. Y ambos han hecho y están haciendo un trabajo técnicamente muy solvente y manteniendo su independencia, lo que, por cierto, no tiene que ser fácil (las presiones que han recibido y deben de recibir por tierra, mar y aire no me las quiero ni imaginar). El sumario del 'caso Montoro' es inmenso, mientras que lo que está construyendo Ruiz Tobarra será tan detallado y, estoy convencido, demoledor como el primero. Son jueces "de provincias", situados, por lo tanto, en la periferia de los grandes centros de poder, alejados de la gran caldera en ebullición, de la gran apisonadora de almas que es Madrid, convertida en una especie de Triángulo de las Bermudas de la ferocidad y el rencor.

Rubén Rus Vela y Nuria Ruiz Tobarra. Recuerden estos dos nombres. Personas como ellas hacen que podamos mantener la esperanza.