La valoración de los resultados electorales del 21-D desde una perspectiva independentista ha sido positiva, sobre todo teniendo en cuenta las condiciones en que se celebraron las elecciones. El bloque del 155 había diseñado esta contienda en las condiciones más favorables para ganarlas (con un despliegue de poder económico y mediático sin precedentes) y ni siquiera se ha preocupado por mantener una mínima apariencia de juego limpio. Por eso, la mayoría absoluta independentista es un éxito que demuestra la solidez electoral del movimiento social.

A pesar del aumento sustancial de la participación, el independentismo se ha quedado con prácticamente el mismo porcentaje que en las dos últimas elecciones, un 47,5%. En términos absolutos, estamos hablando de casi 113.000 votos más que el 27-S de 2015 y 290.000 más que el 25-N de 2012, algo que se dice pronto. Este crecimiento se ha distribuido de forma desigual y, de hecho, se concentra en las zonas donde el independentismo tiene menos apoyo. Por el contrario, en las zonas más independentistas se mantiene y en algunas zonas acomodadas incluso se detecta una ligera bajada.

La mayoría absoluta independentista es un éxito que demuestra la solidez electoral del movimiento social

Uno de los hechos que no se ha comentado mucho es la alta correlación entre los resultados del referéndum y el voto independentista del 21-D. Los 2.044.000 del 1-O ya eran más que los que se contaron en la consulta del 9-N o el 27-S. Además, se detectaba también un crecimiento concentrado en las zonas urbanas, mientras en las zonas más independentistas el apoyo a la República se mantenía estable. Eso quiere decir que esta evolución, que algunos han atribuido a las fórmulas electorales o a la campaña del 21-D, es una corriente de fondo que va más allá de una cita electoral.

Lógicamente, los resultados reactivaron una de las discusiones que ha generado más crispación y quebraderos de cabeza dentro del independentismo: las fórmulas electorales. Era lógico, después del intento fallido de configurar una lista unitaria, que algunos se hicieran la pregunta "qué habría pasado si...". La respuesta es mucho más complicada que sumar los votos y aplicar la ley de Hondt. Si una cosa ha quedado clara es que Junts pel Sí no sumó tanta proporción de voto independentista como Junts per Catalunya y ERC por separado. Pero la diferencia la encontramos sobre todo en la CUP, que ha perdido muchos votos a favor de las otras dos opciones. Muy poca información tenemos todavía de cómo habría funcionado una única lista independentista.

ERC resistió la presión que existió para formar una lista unitaria y ha obtenido un muy buen resultado, que solo las expectativas mayores han deslucido. Y algunas voces han atribuido las ligeras variaciones detectadas en el independentismo (crecimiento en zonas más populares y retroceso en zonas más acomodadas) a los méritos de este partido. Se ha llegado a decir que ERC hace el trabajo en su ámbito (la izquierda) y que Junts per Catalunya no lo ha hecho donde le correspondía (la derecha). Parece, pues, que ambas partes, y no solo los de un lado, tienden a querer dictar la estrategia a la otra.

Los resultados reactivaron las discusiones sobre las fórmulas electorales

Una de las cosas más curiosas que he detectado en el mapa electoral es que en las zonas acomodadas donde el independentismo baja, la fuerza que sube contra pronóstico es Catalunya en Comú. La otra es el PSC, que suma lo que parece ser el voto de la antigua Unió. Son movimientos que, si fueran directos, se podrían explicar en clave nacional (un efecto Jaume Barberà si se me permite la licencia), pero no en clave izquierda-derecha. De hecho, se detecta un nulo trasvase de votos del independentismo hacia partidos de derechas. Por lo tanto, sería erróneo decir que Junts per Catalunya ha olvidado los votos de la derecha, cuando parece evidente que si han ido a partidos de izquierdas la clave debe de ser otra.

Entre Junts per Catalunya y Esquerra ha habido y habrá la normal competición por la centralidad política entre dos espacios que ahora se ve que son relativamente semejantes en apoyo electoral. Pretender que se pueden repartir el terreno y trabajar cada espacio con su frontera política exterior (sea cuál sea) es no entender que, gobernando juntos, como obliga la aritmética, es más determinante la política del Govern que las fórmulas electorales. Ganar por un lado siempre puede hacer perder por el otro, aunque el saldo sea positivo.

Días antes de que se constituya el Parlament y se ponga en marcha la investidura, parece que ya no se habla tanto de las elecciones. Las incertidumbres que son normales en este proceso hacen incluso que el Estado se esté comportando como si no hubiera habido una victoria clara y contra pronóstico de las fuerzas independentistas. Una tregua en el combate estratégico tendría todo el sentido del mundo. Pero es ahora, a la hora de enfocar el programa de gobierno de la legislatura, cuando se deben tener en cuenta los márgenes por donde tiene que crecer el independentismo y relativizar la importancia de las fórmulas electorales para el resultado global.