Raramente la verdad ha sido el bien a proteger en la construcción del relato político. Pero pocas veces se ha conseguido un menosprecio tan intenso hacia la verdad como el que estamos observando hoy en la crisis política que vivimos en Catalunya y en España. El intento de imponer un relato a la ciudadanía está lleno de posverdades. El penúltimo ejemplo lo encontramos en las acusaciones de supremacismo y racismo que nos vierten a los soberanistas los dirigentes del PSOE, de Ciudadanos y del Partido Popular.

No seré yo quien justifique los tuits o los artículos escritos por quien es hoy el president. No tengo ningún problema en afirmar que aquellos mensajes, aquellas expresiones, ni los comparto ni me representan. Y lo más relevante es que tampoco representan a la gran mayoría de hombres y mujeres que apostaron democráticamente por la República Catalana en las últimas elecciones.

Estoy convencido de que hoy, y con la calma necesaria, Torra no volvería a escribir ni tuitear lo que escribió o tuiteó en el pasado. De hecho, lo dijo en el Parlament y pidió perdón varias veces, una actitud que por cierto no le ha servido para ahorrarse ningún insulto ni descalificación. Quizás le faltó decir que aquellos mensajes fueron en su mayoría una licencia desafortunada en el tipo de lenguaje, con metáforas indebidas.

Nadie puede encontrar en Torra ni en sus textos a un ideólogo, ni siquiera a un valedor, de una teoría supremacista del nacionalismo. Simplemente, porque él no lo es. Y el soberanismo catalán, tampoco. Y a lo largo de la historia se han dado pruebas de sobra en sentido contrario. Ni siquiera en los orígenes del catalanismo político, ni posteriormente en los años treinta del siglo pasado, cuando las teorías excluyentes y racistas estaban más extendidas en el continente europeo, el nacionalismo catalán se alimentó ni alimentó a ningún tipo de supremacismo. No se puede encontrar ningún autor de referencia ni texto influyente.

La fortaleza principal del catalanismo y hoy del soberanismo catalán ha sido su conciencia democrática e inclusiva de toda la población, derivada de la concepción que la nación no tiene más presente ni futuro que el que sus ciudadanos le quieran dar. El pasado ilumina y justifica algunos pilares de nuestro pueblo, ayuda a comprender el presente, pero únicamente el ejercicio permanentemente renovado de la voluntad por parte de los hombres y mujeres que conforman la nación a favor de la nación misma, aquello que Renan definió como el "plebiscito permanente", es lo que nos mantiene y proyecta como sujeto colectivo en la historia.

La fortaleza principal del catalanismo y hoy del soberanismo catalán ha sido su conciencia democrática e inclusiva de toda la población

Para comprender esta actitud no supremacista del soberanismo, es determinante el hecho de que la Catalunya actual es el resultado de las migraciones masivas de los últimos cien años. En 1913 Catalunya tenía poco más de dos millones trescientos mil habitantes. El salto hasta los siete millones y medio actuales no es el reflejo de una intensísima actividad sexual y reproductiva. En absoluto. Tres momentos históricos (años veinte, periodo de los cincuenta-setenta, y la década posterior a 1996) determinan en gran parte lo que hoy es Catalunya.

Una nación que hoy se reconoce como tal a golpe de migraciones. Por nuestras venas corren gotas de sangre de procedencias y lugares vecinos, que forman parte de nuestro "yo" más intransferible, que no negaremos ni despreciaremos nunca, y que en ningún caso nos son impedimento para desear una Catalunya soberana.

Esta es la realidad y la magia de la Catalunya actual. Nuestra fuerza y nuestra esperanza. Y es la garantía democrática del soberanismo catalán que el 1 de octubre y el 21 de diciembre se expresó en las urnas. Por eso hacen daño y preocupan las acusaciones políticas que ocultan la verdad. Estas acusaciones provocan un alejamiento de la opinión pública española de la realidad catalana, y así dificultan las vías de diálogo y, por lo tanto, las soluciones a la crisis política y democrática que vivimos.

Escuchar a Pedro Sánchez afirmar que el president Torra es "el Le Pen catalán" solamente puede ser el resultado de mezclar la ignorancia con la irresponsabilidad, malas compañías para quien aspira a ser alternativa de gobierno.

Las encuestas mandan, Ciudadanos crece, y el PP y el PSOE acuerdan doblar la apuesta a Ciudadanos en su rivalidad para preservar la mejor porción posible de lo que en otro tiempo fue el bipartidismo. Y si en esta pugna para dominar el relato político, los "chamanes de la demoscopia y la comunicación" establecen unas consignas que no encajan con la verdad, se sacrifica esta última. Lo importante no es la verdad ni buscar una solución democrática al problema político más profundo y complejo desde el 78 en aquello que se denomina la España constitucional. Con estas actitudes, parece difícil encontrar alguna solución. Alguien tendría que preguntarle a Pedro Sánchez y al PSOE por tantas oportunidades perdidas. ¿Quo vadis, PSOE?