No hemos acabado aún la semana pero ya nos ha servido para ver cuál es el estado lamentable de la lengua catalana de hoy mismo. Leíamos el artículo Proteccionisme i miopia de Andreu Mas-Colell en La Vanguardia, el artículo de un sabio miope que, efectivamente, sabe mucha economía, pero que no sabe catalán. El artículo lo prueba. Que no sabe catalán y, lo que es más grave, que le da lo mismo este idioma que nos ha hecho y rehecho como sociedad diferenciada. Este idioma que molesta tanto a la España castellana y a los enemigos de la diversidad, que ofende tantísimo porque continúa siendo subversivo, porque late y es respiración de identidad. Al cabo es cierto que no hablamos catalán, más bien es el idioma el que habla a través nuestro, el que nos abre la boca como si fuera la de un volcán vivo, incontrolable, irreductible. Hablamos catalán aunque a Pau Gasol le dé vergüenza en esta semana de su despedida profesional, como si fuera un Rafael Nadal cualquiera, rendido a la lengua y la identidad forasteras, de los que nos quieren eliminar porque somos un estorbo político. Cada vez que veo a un catalán retirando su lengua materna pienso en la comisaría de policía del número 43 de la Via Laietana de Barcelona, por donde fluye permanentemente la sangre de las paredes. Cada vez que un catalán considera insuficiente hablar la lengua del rey Jaime el Conquistador o de Antoni Gaudí vuelve a manar sangre de la boca de Jordi Carbonell mientras lo van torturando los compañeros de trabajo de Rufino Arrimadas, padre de Inés Arrimadas. El antiguo presidente de Esquerra Republicana, como Lluís Maria Xirinacs, rechaza dejar de hablar catalán mientras le golpean. Le pegan tantísimo que los policías no entienden cómo aguanta todo aquello, cómo Carbonell se mantiene en catalán con tanta firmeza. Deciden considerarlo loco porque el pánico franquista parece que no le afecta, porque se ha quedado sin miedo, de manera que acaba destinado a la enfermería, sección psiquiátrica o de majaras. Para recuerdo Joan Brossa escribe después el Sonet a Jordi Carbonell, torturat recentment per exigir el dret de parlar català.

El españolismo, cada tanto, consigue arrastrar a algunas psicologías tibias y trans, y no necesita palos. Por eso el director de la oficina del español gasta el apellido catalán de Cantó o el nieto de Francesc Cambó, Ignasi Guardans, más bien parece familia de los barceloneses Fernández Díaz. Los políticos Iceta y Granados han dejado de sentirse ciudadanos de segunda categoría, han pasado de la sucursal a la central y sonríen, por fin parecen madrileños optimistas de toda la vida. Ejemplos similares abundan. El hecho verdaderamente alarmante es, sin embargo, que cada día miles de adolescentes catalanes consuman contenidos culturales, sobre todo en español, porque no identifican la buena calidad de los productos catalanes, o porque desprecian los productos hechos en Catalunya. Porque la tradición catalana y nuestra cultura patrimonial han desaparecido de los medios de comunicación. Algunos jóvenes ya han identificado que una parte considerable de la sociedad catalana vive un proceso de aculturación, de modernidad gregaria, de masificación voluntaria y complacida en las dos lenguas que tienen más a mano, el español y el inglés. Un españolismo irresistible como lo es siempre la moda cuando la sociedad deja de invertir en la cultura propia, cuando una parte de Catalunya se imagina que puede ser algo que no sea catalana.

Esta semana, como contrapunto y enmienda a todo esto, aparece el general Gonzalo Boye, ese nuevo Villarroel, ese ciudadano chileno y alemán, que contra pronóstico cita La vaca ciega de Joan Maragall ante los periodistas. El hecho es importante porque hace referencia a un poema patrimonial catalán cuando describe la insistencia del magistrado Pablo Llarena en el error, a pesar de las reiteradas derrotas judiciales. Para hacer comprender, en español, la sobrecogedora ceguera de la estrategia judicial española, Boye no recurre, por ejemplo, al ciego de Baudelaire, o a Edipo, que se arranca dramáticamente los ojos. Dice: “Topant de cap en una i altra soca” (tropezando con éste y aquel tronco) para que el público avisado pueda continuar mentalmente la frase del abuelo de Ernest Maragall: “avançant d’esma pel camí de l’aigua, se’n ve la vaca tota sola. És cega.” (tanteando el camino en pos del agua, viene la vaca solitaria. Es ciega.) Porque para Gonzalo Boye la cultura catalana es una cultura digna de interés, moneda corriente y de curso legal entre personas mínimamente ilustradas, personas que viven en el mundo de hoy, que aceptan la catalanidad con respeto e interés humano, porque el hecho vivo de Catalunya ―la expresión es de Francisco Cambó― sigue siendo una identidad vigente y, muy probablemente, con más futuro que pasado.