Es una pena que la exigencia fuera solo retórica. Ayer, durante el debate en lengua española en La Sexta, algunos cabezas de lista no solo criticaron al siniestro Salvador Illa-Isla (PSC-PSOE) que rechazó hacerse una PCR. Porque no quiere. Algunos políticos se precipitaron, de repente, y fueron un poco más allá de lo que están acostumbrados y exigieron al temerario que se fuera o que, al menos, se pusiera la mascarilla o máscara o como le quieran llamar. Muchos analistas especulan con la posibilidad de que tenga la Covid. Algunos imaginamos que veríamos, por fin, un gesto de coraje. Durante pocos segundos fue el cálculo del pánico, pudimos contemplar las costuras al teatrillo de la política, los decorados por el otro lado, descubrimos los verdaderos rostros de todos los políticos, sin máscaras ni caretas, allí haciendo sus cálculos de lo que podían sacar de la inesperada situación. De aquella confrontación legítima. Quedó claro que el exministro siniestro no puede hacerse la PCR por una razón muy fea y muy inconfesable —si realizara un viaje en avión, por ejemplo, estaría legalmente obligado—, una razón que le lleva a tensar la cuerda al máximo, una razón que le lleva a la exhibición de un cinismo granítico, de las dimensiones geológicas de la Roca del Vallès. Salvador Illa-Isla es un enterao que pretende que nos traguemos sus absurdas excusas para no hacerse la prueba del virus, del mismo modo que un día se manifiesta con la ultraderecha de Vox, del españolismo más rancio, y al día siguiente quiere llegar a acuerdos con los independentistas, solo para acumular poder y más poder. Porque él va al poder, a mandar, a gastar y gastar, a derrochar el dinero de todos como hizo con estos juzgados que los cursis llaman Ciudad de la Justicia de Barcelona. Yo creo que si hubiera exhibido la minga, desde el atril, ante todos, no habría provocado una situación más impúdica. Y ante ciertos comportamientos, la dignidad de nuestros representantes políticos exigía irse al galope. Dejar allí a Salvador Illa-Isla (PSC-PSOE) charlando con el de Vox y Jéssica Albiach que está muy dolida porque la llaman colona, cuando en realidad es una delatora.

Deberían haberse ido. "Oye tú, Farreras, esto, que nosotros comenzamos a pasar". Con el correctísimo castellano que usaba José Sazatornil en La escopeta nacional. Ha sido una ocasión perdida, especialmente para los políticos independentistas que, en horario de trabajo, fueron vistos en la boda de la hija de José Crehueras Margenat, el de Planeta y La Sexta y La Razón. Una boda en la que los novios ejecutaron delicados ejercicios corporales mientras cantaban enfervorizados el himno Soy el novio de la muerte. Para demostrar que al fascismo se le combate, y para que quedara claro que ya basta de tanta barbarie facha. Por mucho que el viejo José Manuel Lara fuera capitán de la Legión y que entrara en Barcelona en 1939 porque quería hacer amigos catalanes y abrazarse fraternalmente con los indígenas. Si se hubieran ido no habríamos tenido que soportar la gran mentira, según la cual, los castellanohablantes de Catalunya son una mayoría maltratada y perseguida, que recibe todo tipo de agresiones. Mientras los independentistas vivimos la mejor de las vidas posibles, porque somos ricos y privilegiados. Con la gente que nos difama, a ver, ¿de qué hay que hablar?