La declaración de Albert Donaire Malagelada, don Albert, como le llamaba ayer el juez Marchena, mostró una vez más la cara más perversa de este juicio, la oscura mentira que lo reseca y se lo va comiendo a medida que pasan las semanas. Donaire, activista conocido, repetidamente amenazado, insultado y agredido por el españolismo, tuvo el coraje de presentarse con una indumentaria tan reivindicativa que no pasó, que no salió por el circuito cerrado de televisión del Supremo, esa televisión que supuestamente nos debía dar noticia documental del juicio. Iba n’Albert con su chapa defensora de los gays independentistas, también con el lazo amarillo de la libertad, con una camiseta de los Mossos independentistas, también con la estrellada luciendo todos los colores que porta. La anatomía inferior del policía catalán iba cubierta con unos pantalones amarillos, de un amarillo vivo como el color de la retama, como el perfume de la retama, que diría Josep Maria de Sagarra. Y no iba descalzo aunque bien podría haber sido el caso, llevaba unas VamCats color castaña, con dos estrelladas bien visibles en cada pie. “Avui que una ventada de ponent / assassina el perfum de la ginesta...” dicen los dos primeros versos del Poema de Montserrat. Sagarra los censuró personalmente porque sabía que el españolismo asesino de Catalunya, ese viento de poniente, no le permitiría expresarse ni denunciar la persecución política de Catalunya. Lo transformó así: “Avui que una ventada impenitent / encongeix el perfum de la ginesta”. Vale más hacer las cosas que mandarlas hacer, debió pensar el gran escritor. Si estás obligado a participar en una farsa, hazlo tan reivindicativament y como puedas, debió pensar ayer Donaire.

El mosso gay e independentista molestó tanto como pudo e hizo la función de la mosca cojonera que intenta no ser aplastada durante su insistente actividad perturbadora. Al menos se necesita un tambor grande y una montaña sagrada con buena resonancia si quieres hacer, tú solo, de Tambor del Bruch, y derrotarlos a todos. El uso de la lengua catalana fue prohibido durante la declaración, aunque previamente había sido pedido por escrito, atentando contra el derecho a la lengua propia, un derecho que está por encima del pequeño reglamento que utiliza Marchena. El juez Marchena, el padre de la nena, es un firme partidario de la ley, concretamente de una ley en especial, la del embudo. La ley del embudo es la ley de España. Una ley que permite que su hija se salte el reglamento cuando le conviene, una ley que permite a Marchena hacer y deshacer de manera abusiva, arbitraria, de acuerdo con sus tres PPP, prístinos planteamientos partidarios. Efectivamente, hay quien piensa que los abogados de la defensa están haciendo un papel muy bueno. Son los mismos que defienden que Marchena es un gran señor, un eminente jurista y una persona de calidad.

Cuando salga la sentencia, la terrible y vengativa sentencia, veremos que se esconde detrás de este juez tan competente que, con ocasión de la persecución política que perpetró contra el juez Garzón, el ex fiscal anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo, osó definir : “Marchena es un perfecto ignorante y tiene una absoluta mala fe”. Marchena y todos los demás jueces actúan como lo que es esto en realidad, un juicio político. El resto parece que lo hayan olvidado o que no lo quieran recordar y se dedican a exhibir sus plumas como pavos reales, al exhibicionismo de las artes de la abogacía, conscientes de la promoción profesional que supone este juicio televisado. Albert Donaire tuvo la capacidad de poner en evidencia a los unos y a los otros. Y mantener la dignidad del independentismo político al que se está castigando judicialmente.