Pasarán cosas, ya lo creo que pasarán. Tal vez que la pandemia se borre pronto en los países que vacunan al ritmo protestante de la enésima revolución industrial, del avión Concord, del diesel y de la General Motors, y otros que vayan a un ritmo de ve pasando tú que ahora te alcanzo yo después, con un paso más calmoso y elegante, más de imperio otomano y de odalisca de Marian Fortuny, de funcionario del Estado Español que ha salido un momento a toma un cafelito y que se da por desaparecido. De modo que bien podría ser que votemos el próximo día 14 de febrero o bien podría ser que no, que no votemos, que los políticos que están en funciones continuaran en funciones de políticos, que la gran batalla entre partidos independentistas no se implemente por San Valentín, que nos tomemos un poco más de tiempo, todo el tiempo que sea necesario, que constatemos que, en nuestra democracia consolidada y envidiada por todos, votar continúa sin servir de nada. Si cuando el independentismo ha ganado legítimamente las elecciones, de manera repetida en el Parlament, no ha servido de nada, pero de nada de nada, la victoria de Esquerra Republicana sobre Junts per Catalunya o de Junts per Catalunya sobre Esquerra Republicana puede que sea consignada, sea proclamada ante todos, pero sin ninguna otra consecuencia. Que el partido derrotado, el que sea, a la hora de la verdad, continúe a lo suyo como si nada hubiera pasado, continúe haciendo la guerra sucia, la limpia y la mitad y mitad. Podría pasar perfectamente que tanto votar como no votar sea exactamente igual, que nuestros políticos se hagan los locos una vez más, que menoscaben la voluntad popular y que continúen peleándose como tiñosos, como niños y niñas consentidos, instalados en la espiral infinita de la confrontación, de la división, del conflicto irresoluble. De conflictos eternos existen unos cuantos, pero fíjese bien en una cosa. Mientras israelíes y palestinos no se ponen de acuerdo, la victoria de los judíos es cada vez más rotunda sobre sus adversarios territoriales. Y en Catalunya, en cambio, cuanto más se pelean los independentistas de este lado con los independentistas de este otro, más clara es la victoria del españolismo, de los enemigos del derecho a decidir, a decidir lo que sea, incluso el quedarnos en España.

Acaba de decir Pedro Farsánchez que promoverá, decidirá un perdón general, una amnistía, una quelque chose legal, porque él. poder puede, y que así la confrontación entre españoles y catalanes se acabará, firmaremos todos la paz, se cerrarán las heridas, jugaremos un partido de solteros contra casados y luego una buena paella y un eructo. Que el indulto o amnistía o lo que sea, la excarcelación de los independentistas, ¿verdad?, nos pondrá a todos tan contentos que Catalunya volverá a votar socialista presa del agradecimiento y Miquel Iceta será investido como nuevo presidente de la Generalitat, pero sin que haya que tratarle de muy honorable, porque de ese ya sabemos qué tipo de honor es el suyo, comparable al de Jordi Pujol, por citar sólo uno que nos engañó a todos. Y también podría ser que la excarcelación de los presos enfrente aún más a los independentistas con el españolismo rampante. También podría ser que los partidarios de Carles el Grande, de Carles Puigdemont y de Marta la Mudita, Marta Rovira, enfrenten una vez más, como Caín con Abel, como el yin contra el yang, con los partidarios de los presos políticos. Porque si algo saben los españoles es ésta: que la independencia la tenemos ganada, es irreversible, lo hemos conseguido. Y que la única manera de que no se haga efectiva es ésta, a través de la renuncia de los independentistas, a través de la guerra civil entre los independentistas. Reventar ese partido que tienes perdido es una vieja táctica que nunca pasa de moda. ¿Y podría ser también que el independentismo deje la lucha intestina y se una? Imposible. Al menos sin un líder claro que no sólo aglutine a la mayoría, sino que quiera aglutinarla, que tenga ganas y fuerzas para terminar lo que un buen día empezamos entre todos.