El móvil, tal y como hoy lo conocemos, lo carga el diablo. Estas máquinas parecen amistosas porque nos llenan ratos vacíos, permiten todo tipo de conversaciones y confidencias a distancia, incluso hablar simultáneamente con más de dos personas, así como emplear, si las tenemos, más de una personalidad o personaje dentro de nosotros. A Rimbaud o a Pessoa, dos de los grandes escritores de la fragmentación de la identidad moderna, les habría encantado este ingenio diabólico. Por primera vez en la historia podemos emitir mensajes instantáneos que son, hoy por hoy, lo más parecido a la transmisión de pensamiento que hemos experimentado. Así las redes se hinchan privadamente de diálogos, polémicas, indiscreciones, intimidades, mensajes cariñosos, sexuales, cerdos, cafres, constitucionales y anticonstitucionales. En definitiva, de ejercicios de sinceridad humana impensables hasta hace cuatro días que se pudieran consignar por escrito. Escribimos mensajes que se han liberado de la antigua solemnidad de la letra escrita. Por este camino también ha dejado de ser cierto que las palabras dichas se las lleva el viento mientras que sólo permanecen las escritas. Los “hilillos de plastilina” de M. Rajoy acompañarán para siempre al presidente del Gobierno de España mientras dure la civilización audiovisual.  Verba manent, scripta manent pariter.

En este nuevo mundo de la palabra telemática hemos podido descubrir numerosas sorpresas. De los papeles de WikiLeaks a las recientes confidencias de Carles Puigdemont al consejero Toni Comín ha habido de todo, aunque, en realidad estas últimas revelaciones son poco jugosas. Expresan acaso la humanidad de Carles el Humano, la dura soledad de un hombre con ambición histórica, el asedio permanente al que se encuentra sometido Carles el Audaz, tanto por algunos de los antiguos miembros del PDeCat como por la estrategia de ERC, unos y otros cegados por la ambición de poder. Parece que hayan olvidado que esta revuelta de los Catalanes, que esta revuelta de las Sonrisas, es esencialmente una decidida voluntad popular y que los partidos políticos independentistas sólo son un instrumento, una herramienta como otra. Sobre esta realidad ha construido Carlos el Grande su enorme prestigio, en Catalunya y fuera de ella, precisamente porque no es para nada un hombre de partido, porque es un hombre sin ambición personal, porque representa la Catalunya que no se arrodilla y que siempre desconfía frente al poder de Madrid. Porque para muchos periodistas internacionales, para muchos observadores atentos, Puigdemont es el único político discordante que ni es un populista ni un majadero. También por ello encontraréis a tanta gente que le quiere borrar del mapa, de Falange a Podemos pasando por el simpático Joan Tardà.

Las palabras privadas de Carles el Franco a Toni Comín, con todo, tienen un aspecto inquietante. Se pueden interpretar como si se refirieran a un pacto secreto entre algunos políticos políticos separatistas y el Gobierno de M. Rajoy. Políticos que piensan que la autonomía catalana se puede recuperar y que puede ser gobernada nuevamente por los independentistas. Que se puede volver a una especie de nuevo pujolismo, pero ahora decorado con banderas estrelladas. Que puede haber presidentes de la Generalitat meramente simbólicos y presidentes de la Generalitat efectivamente ejecutivos. Que santa Lucía les conserve la vista y el dios Baco tan buen humor. Personas que piensan que el nuevo presidente del Parlament puede al mismo tiempo contentar al Tribunal Constitucional y la voluntad mayoritaria expresada en las urnas que reclama la independencia. Unas elecciones que, con mayoría absoluta, ha ganado Carles Puigdemont. Si el presidente Torrent, este señor que siempre habla como si estuviera dictando una carta, aún no se ha atrevido a convocar hoy el pleno del Parlamento para investir a Puigdemont, siempre puede seguir los pasos de Santi Vila y dimitir. Es una salida digna. Y si, acaso, el Parlament inviste a cualquier otro candidato que no sea Carles Puigdemont, los partidos políticos independentistas no sólo habrán perdido a su personalidad política más significativa. Habrán avalado el golpe de Estado de Madrid contra el presidente legítimo y se habrán conchabado en contra de la voluntad mayoritaria del pueblo de Catalunya. No es poca cosa. Así nos tomaran en serio en Europa. Así se desgarrarà para siempre la unidad del independentismo, como quieren, desean, en Moncloa. Où sont les neiges d’antan? Et ceux qui voulaient casser les œufs?