No digo ni que sea mejor ni peor, digo que a mí me gusta más Pau Riba que Carles Riba. O sea, que me gusta mucho Pau Riba, porque la poesía reconsagrada y repensada del abuelo Carles tampoco es poca cosa ni debe olvidarse nunca, cuidado, calmoso cuidado, que juegas con el fuego y después quemas el juego. Lo que ocurre es que también hay personas a las que, al final, nos sientan bien los poetas musicales y atrevidos e ingobernados, y tiramos mucho más hacia la exuberancia de Sagarra, hacia la incontinencia de la palabra viva de Joan Maragall que es como un pipí nocturno y arcano que viene de la entraña escondida y oscura del enigma humanitario, verdad, de la cosa aquella. Son quizás sólo diez o doce canciones pero qué canciones, chaval, que parecen hechas por Dios nuestro señor, salidas de los labios de fresa de Riba el Joven, o del Riba que a mí me gusta más, y que son de las que quedarán siempre o las que deberían quedar siempre. Como las del trovador Pèire Vidal que, salida la luna, se travestía de lobo para irse a hacer el hippie por los bosques donde quería encontrarse con la Loba de Puegnautier. O como los poemas de mosén Cinto, los de Salvat-Papasseit o los de Enric Casasses, todos perfectamente silvanos, en principio, en el comienzo de los comienzos, pero después también urbanitas como Guerau de Liost u horacianos como mosén Costa. A lo que me vengo a referir es que estas etiquetas están de sobra y tienes que cortarlas si quieres vestirte solito. Reuniendo sólo los ingredientes, no se hace un buen poema. Ni uno flojo. Pienso que todo el mundo ha oído cantar Flor tancada, Licors, Noia de porcelana ⸺con una ele pelada⸺ y Es fa llarg esperar. También creo que hay gente en el mundo sólo para que haya de todo. Empezando por mí, que me tengo más a mano.

Con Pau Riba hablamos sin decir ni mu y nos reímos bastante las pocas veces que coincidimos, porque yo nunca le hacía preguntas ni le sacaba la conversación. El señor Pau Riba ya estaba un poco harto de hacer papelones y agradecía el silencio y la dulzura. Yo ya le conocí mayor y descalzo, hirsuto y mefistofélico, como una figurita de belén en el centro del escenario de los Pastorets. En busca de la inocencia perdida de la niñez solar y de playa. Jugaba con algunas palabras, con alguna timogía etimológica, se reía, cantaba, a veces desafinaba con ganas y miraba con ojos golosos lo que le pasaba por delante y le gustaba. Le recuerdo deambulando entre los espectadores del concierto de hace dos años en Olot, como un prodigio, como un juglar ciego y transportado en su rollo, como un chamán que nos ofrecía su magia tradicional y conocida, mierda de la buena, la guitarra entre sus manos, la voz como una queja ciega sobre el absurdo y el dolor, a favor de todo lo que se mueve. Riba o el santo padre del vitalismo, de la extravagancia que persigue una buena pequeña vida, perseguida como se persigue a una mujer hermosa.

Pero digámoslo todo porque tampoco hay que santificarlo ni estamos recordando a ningún criminal. El queridísimo Pau Riba se fue perdiendo con el tiempo. Hizo esa publicidad para inversores en bolsa por internet. Y escribió un poema dedicado a Narcís Serra diciendo:  “si no t’infles les butxaques / és que ets més cretí que els altres”. Si el ácido colgó a muchos no sé por qué él tenía que quedarse a salvo. Al final, los niños rebeldes vuelven al confortable piso familiar. No perdió la genialidad ni el sentido de la belleza, seduciendo cada vez a un público más joven y con mayor necesidad de revuelta y de discrepancia, de ganas de romper. Pero en un momento determinado perdió el mundo de vista. Es cuando se deja seducir por los modernos y diseñadores, por los vendedores de la Barcelona olímpica, por los guillamones y otros domadores de fieras feroces que quieren hacer quedar bien a la cultura catalana. Cuando Àngel Casas le entrevista en la tevetrés parece un pequeñoburgués que ha dejado el paraíso hippie de Formentera porque se ha dado cuenta del auténtico precio del consumo de las drogas. De los enormes problemas de convivencia que conllevan los celos de tu pareja cuando se la pegas. De las graves consecuencias y de los conflictos de poder que provoca eso tan natural y tan complicado que Carles Riba llamaba, en clave, como “el abrazo”.