Laura Borràs se ha quedado allí, atrapada en el laberinto del Parlament de Catalunya, una misteriosa estancia de la que no es fácil escapar sin graves perjuicios. Mientras los demás diputados han podido evitar esa remota sala de los fantasmas, ese abismo y ese peligro, de repente, la enérgica dama de la política catalana se ha quedado vagando sola, pensando y pensando, encadenada a una larguísima y pesada cadena de la melancolía más puta, la que es capaz de convocar a los espíritus más exigentes. Porque allí viven los lares de nuestra casa y de nuestra familia, los de la fidelidad al ejercicio democrático del Primero de Octubre, los de la lealtad a la sombra alejada, cada vez más desdibujada, del presidente legítimo, Carles Puigdemont, los espíritus que sirvieron de ejemplo benemérito al irreductible soñador y, además, partidario de Sócrates, al irrepetible y extravagante presidente Quim Torra.

Hay días en que incluso parecen oírse allí las voces de Francesc Macià y de Lluís Companys que discuten entre ellos, que se pelean duro, que vuelven a la carga otra y otra vez, como si todavía estuviéramos en el año 1932. Laura Borràs conoce todos los rincones de la casa y sabe cómo abrir las altas ventanas del edificio, como si fuera la ama de llaves de Manderley, que todavía conservara intacta la memoria de Rebecca, la de la película que los barceloneses pudieron ver en 1940, ese primer año sin guerra pero con más hambre y más represión que nunca. Desde la ventana abierta de par en par se puede identificar perfectamente la escultura llamada Desconsol, de Josep Llimona, entre los coches y los árboles. Es una copia fiel de la otra copia que tienen abajo, a la entrada del Parlament, para evitar quizás que ningún presidente de la institución se olvide de lo que representa.

Hay algo de muy ancestral y de muy remoto, de muy noble y admirable, en la actitud abnegada de esta repetida ama catalana en la que se ha convertido hoy Laura Borràs, que sigue el camino trillado, decidida a guardar el hogar de todo viento, a conservar vivo, por poca leña que quede, contra la indiferencia y la renuncia, el calor de la lumbre. Borràs escribió una tesis sobre la locura en la Edad Media y sé que recordará cómo Perceval, absorto en la contemplación melancólica de las tres gotas de sangre sobre la nieve, piensa mucho, piensa tanto que se olvida. O lo que es lo mismo y para que sea de general deliberación, que el loco es el que sólo escucha a su interior, el que ya no sigue la lógica o la ilógica del mundo de los demás, el loco es el que ha decidido no continuar con la otra locura, la locura que, hasta hace poco, compartía con todos los demás. Y que la auténtica política no está hecha para quienes decidieron quedarse y después exhibirse sino por quienes se atrevieron a marcharse y consiguieron sobrevivir. Sobrevivir es la primera ley de la vida.

Esto mismo le dije, que se marchara, muy lejos. Le dije, personalmente, al joven Valtònyc en la universidad de Girona, un día que nos convocaron a los dos, cuando el rapero todavía soñaba, ebrio de épica y de las mejores intenciones y lecturas, con sobrevivir a sus carceleros, cuando pretendía continuar la lucha desde la prisión. No, Laura Borràs, sola como nunca, no puede enfrentarse a los enemigos del Parlamento catalán a cara descubierta y deberá seguir el ejemplo del biólogo Pau Juvillà, que dice estar enfermo y que está decidido a sobrevivir. Por eso se esconde detrás de los médicos, legítima y dignamente. Ningún ejército de ciudadanos, ninguna coronela urbana irá a rescatar a Borràs ni a defender un Parlamento mil veces profanado. En la guerra como en la guerra. Pero cuando no podemos hacer la guerra, todos estamos obligados a hacer la guerrilla, debemos continuar la vieja estrategia de los insurgentes y de los maquis. Como Carrasclet, como Robin Hood, como Bátman, como hacen los españoles, que acuñaron el término guerrilla. Hay que huir cuando sea necesario y volver al enfrentamiento cuando exista una brecha de oportunidad. Y sobre todo, no colaborar, nunca en la vida, con quienes quieren borrarnos del mapa. Ahora que todavía nos quedan políticos nuevos, ahora que tenemos más mujeres que nunca en la primera línea del independentismo, no podemos pecar ni de puristas ni incautos. Borràs no puede terminar en unas horas como la tercera copia de Desconsol para que decore el Parlament.