Ayer, lo más importante que se dijo, fue dicho por Xavier Melero ante las cámaras de televisión y no en el Tribunal Supremo de España. Este señor Melero se atrevió a afirmar ante todo el mundo que él -personalmente- había recomendado a su cliente, al honorable Joaquim Forn, que no hiciera ninguna intervención final para dirigirse a los siete jueces de la sala segunda del Tribunal Supremo. Es decir, que ante la remota posibilidad de un error humano por parte de Forn, ante el campo de minas en el que se convierte un proceso penal, había que ser muy prudentes y Forn debía callarse. Forn cállate, no digas nada, chitón, Forn. Porque, en definitiva, el señor Melero sí sabe de qué va la cosa y Forn no, Forn, el pobrecito, que también es abogado, es una criatura y tenía que callarse. El formidable político que es Joaquim Forn no tiene suficiente astucia y parece ser que tenía que callarse. Cuando lo que parece bastante evidente es que, quien tenía que callarse, pero callarse como una momia egipcia, es el abogado Xavier Melero. Porque un abogado, en todo caso, si es tan-tan-tan profesional como dice que es, lo que tiene que hacer es hablar exclusivamente en la sala del juicio y no ante la televisión. Porque si lo que hace es hablar ante la televisión, entonces Melero ya no está haciendo de abogado, está haciendo otra cosa. Ahora lo veremos.

Yo creo que Forn tenía que hablar como todos los otros once presos políticos, tal como al final terminó haciendo. Yo creo que el honorable Forn hizo una intervención digna, emotiva y llena de sensatez y profundidad. Como el resto de sus compañeros, exceptuando a Santi Saltimbanqui Vila, inolvidable campeón internacional de egoísmo. Pero vamos a suponer, sólo por un momento, que don Xavier Melero tuviera razón y que, en definitiva, hubiera sido mejor que Forn entrara en un estado de mutismo profundo. Venga, va, supongámoslo. Si ahora imaginamos que Forn no tenía que haber hablado, la cosa tiene su lógica. Pero entonces lo que deja de tener lógica es que Melero me explique, por televisión, los consejos que le da a su defendido. ¿En qué ayuda a Forn que todo el país lo sepa? En nada. ¿Ayudará a rebajarle a condena? De ninguna manera. Entonces ¿por qué Melero quiere que Forn se calle y, en contraste, él se pone a charlar cual cotorra? ¿Por qué ante la televisión, determinadas personas, dignísimas, experimentan estos lamentables ataques de vanidad, estos ataques de innecesario protagonismo?

Melero tiene que hacer de abogado y no de estrella mediática. Melero tiene que hacer de abogado y no de político. Aquí el político, el representante de los ciudadanos, es el honorable Forn, el auténtico protagonista, el cliente. Un abogado que hace bien de abogado tiene bastante trabajo y no va haciendo el fanfarrón. Tan fanfarrón que se permite reprobar públicamente, en la sala del juicio, ante los siete jueces negros, la actuación política de los acusados. Me parece inadmisible que un abogado cobre por hablar mal de sus clientes. Porque las opiniones políticas del abogado Melero no nos interesan, tampoco nos importan sus juicios de valor. Hubiera hecho mejor en utilizar su tiempo para repasar sus referencias cinematográficas. La mención a Luz de agosto de William Faulkner estaba totalmente equivocada, literalmente no sabía de qué estaba hablando. Me comprometo aquí, públicamente, a ilustrar al brillante letrado cuando quiera para liberarle del grave error de su alegato. Pero, eso sí, cobrándole su propia tarifa, la misma que aplica a sus clientes. Aquí todos sabemos dar sopas con hondas.

Los políticos deben hacer de políticos y los abogados de abogados. Ninguna profesión posee la solución mágica al conflicto. Los militares, tampoco

Hace mucho tiempo que la política catalana sufre esta lacra de la judicialización de la política, la del protagonismo injustificado de algunos hombres de leyes. Hace mucho tiempo que algunos juristas se han arrogado unas atribuciones que no les pertenecen. Los políticos de hoy están paralizados por esta judicialización y los letrados hacen y deshacen como si ellos tuvieran la piedra filosofal. La libertad de Catalunya ha sido sustituida por la libertad de los rehenes políticos. Es como si, por arte de magia, la determinación independentista de Pau Claris hubiera sido sustituida por la prudencia jurídica de Joan Pere Fontanella. De modo que el último intento de independencia, el del mes de octubre del 2017, fracasó, entre otras muchas cosas, por culpa de las fantasmagorías político-jurídicas del antiguo vicepresidente del Tribunal Constitucional de España, Carles Viver i Pi-Sunyer. Una personalidad de gran inteligencia y saber que diseñó un ambicioso plan sobre un papel, tanto brillante como completamente desvinculado de la realidad. Los políticos deben hacer de políticos y los abogados de abogados. Ninguna profesión posee la solución mágica al conflicto. Los militares, tampoco.

El juicio que ayer quedó visto para sentencia es una lamentable farsa, una operación represiva del Estado español disfrazada de ecuánime administración de justicia

El juicio que ayer quedó visto para sentencia es una lamentable farsa, una operación represiva del Estado español disfrazada de ecuánime administración de justicia. Un monumental error histórico que tendrá graves consecuencias. No todo el mundo está satisfecho de esta experiencia farsante, aunque ayer la mayoría del personal parecía encantada de la vida. El trabajo realizado por los abogados de los presos políticos fue muy celebrada en todas partes. Algunos de estos abogados también expresaron que se sentían muy conformes con su propia actuación, especialmente el letrado Melero. La satisfacción era tan mayúscula que la unanimidad de los medios de comunicación independentistas —y catalanes en general— los aplaudieron. El juez del Tribunal Supremo Luciano Varela, el malcarado Varela, al acabarse la última sesión, también alabó públicamente la actuación de los abogados y les felicitó. Otro miembro del alto Tribunal ponderaba la profesionalidad de Benet Salellas. Un intenso perfume de profesionalidad y de corporativismo entre juristas apoderóse de la sala. Parece, al menos superficialmente, que todo el mundo está encantado de haberse conocido.

Creo que la premio Nobel de la Paz, Jody Williams, tenía razón al denunciar que este juicio ha sido un engaño, una terrible comedia. No es catalana ni tampoco jurista pero quizás representa mejor que nadie a los que no hemos quedado nada satisfechos del juicio. Los que pensamos que la estrategia de las defensas ha sido un destacado error. Los abogados defensores han actuado como si se administrara justicia cuando este juicio, de hecho, no tiene nada que ver con la justicia. Los abogados de la defensa, al ser realmente profesionales muy buenos, han pecado de vanidad. Por la vanidad atrapan siempre a los más inteligentes, es una ley conocida desde hace tiempo. El cantante Raimon, por ejemplo, hace años que cantaba que hay gente que ha soportado la tortura pero no ha soportado la adulación. Los abogados de la defensa, por pura vanidad, se han negado a admitir que su trabajo era absolutamente inútil. Porque esto no tiene nada que ver con la justicia. Su trabajo no podía servir de nada y no ha servido de nada. Pero es como si oyeran llover. Los jueces y los abogados adoran su oficio. Se ponen una toga y se transforman los tíos. Su oficio les narcotiza poderosamente. Se han pasado meses hipnotizados, secuestrados, por este ritual sacrificial del juicio en la sala segunda del Tribunal Supremo. Es como una plaza de toros en la que hay gente que afirma, contra toda lógica, que el toro no sufre. Y no admiten discusión.

El trabajo de los abogados es conseguir la absolución de los clientes. Pero en un juicio político, la lógica y la justicia están fuera de lugar

El trabajo de los abogados es conseguir la absolución de los clientes. Pero en un juicio político, como señaló en sus conclusiones finales el fiscal Javier Zaragoza, la lógica y la justicia están fuera de lugar. No sé si es muy profesional dar falsas esperanzas a tus clientes. Quizás sí. Quizás el médico debe decirte que te salvarás cuando tienes un cáncer terminal, al menos para darte ánimos. En todo caso el trabajo de un columnista político es el de ir más allá de sus propios intereses personales y del quedar bien con la gente importante. El buen columnista político debe decir siempre al público lo que pretenden realmente los actores políticos más allá de los grandes discursos, de las grandes frases y de las grandes hipocresías. El buen columnista es enemigo natural de las unanimidades sospechosas. Hay otros abogados, igualmente buenos profesionales, que discrepan de la estrategia que se ha seguido en este juicio. Otros abogados que me han convencido de lo que hoy he escrito aquí.