Escarnios organizados, insultos, alguna patada, lanzamiento de un yogur. La policía, en todas partes, puede recibir todo tipo de agresiones cuando ejerce la autoridad en el espacio público, siempre puede ser contestada, contrariada y criticada, rechazada de diversas maneras, pero nunca hubiéramos pensado que se pudiera llegar a este nivel de perversión ciudadana, de maldad profunda y militante como es el lanzamiento despreocupado de una preparación de leche ácida, de mala leche fermentada sobre los agentes. Ayer, durante la sesión en el Tribunal Supremo, se hizo más evidente que la sociedad, sea españolista, independentista, indiferente o cambiante como el viento de la adolescencia, tiene varias actitudes ante la policía y, aún más, ante los paramilitares de la Guardia Civil, unos funcionarios tan poco civiles que viven reunidos en cuarteles. El maestro Georges Brassens, vecino nuestro como quien dice, ya dejó dicho en una canción que, del mismo modo que hay personas que se sienten inmediatamente al lado de las fuerzas del orden, hay otros que no, que todo lo contrario. O que más bien al contrario. Son los descontentos, los disidentes. Se es o no se es disidente, disconforme. En La mauvaise réputation el gran chantre confiesa una simpatía instantánea, irreflexiva, por el ladrón de manzanas frente al paleto, una simpatía que le lleva a echarle una manita, o un pie, al infractor, al fuera de la ley, precisamente porque su crimen es menor, precisamente porque el crimen es fascinante no sólo en las novelas policiales, el crimen es fascinante porque cuestiona de arriba a abajo las estructuras de poder, el dominio de los poderosos sobre los humildes, o de los don nadie sobre la gente bien, contra las personas de inmejorable reputación. El trozo de la canción de Brassens dice así:

                    “Quand j’croise un voleur malchanceux

                   poursuivi par un cul-terreux

                   J’lance la patte et pourquoi le taire

                   Le cul-terreux se r’trouve par terre

                   Je ne fait pourtant de tort à personne

                   En laissant courir les voleurs de pommes.”

No, no se perjudica a nadie dejando que el ladrón de manzanas se escape corriendo con su botín, o en todo caso no se hace demasiado daño. No es extraño que de Robin Hood al Zorro, de Luke Skywalker a Michael Collins —Mícheál Ó Coileáin— una parte significativa de la población tenga simpatía por Serrallonga, por el Lute, por los enemigos número uno del Estado. Cuanto más se les demoniza más se les está mitificando, cuanto más vengativa es la persecución más idealizada resulta su imagen. El denominado “huido de la justicia”, el innombrable, el siempre rebelde y muy honorable presidente Carles Puigdemont, Carles el Grande, es, de hecho, una construcción política del Estado español, un super malvado novelesco que se convierte en un super héroe. Sobre todo si sus partidarios atacan a la Guardia Civil con un yogur. Dicho, todo lo cual, por una Guardia Civil y no por un cómico independentista para ridiculizar y deslegitimar la persecución política. Para intentar dibujar un clima de odio contra las fuerzas paramilitares.

 

A ciertas personas nos molesta, especialmente, el emblema corporativo de la Guardia Civil. Exhibe con orgullo el haz del lictor romano, que como todo el mundo recuerda, es un cilindro formado por un grupo de barras, de varas de abedul o de olmo, lazadas con cintas de cuero rojo que contenían una temible hacha, emergiendo por la parte superior. El emblema del poder y de la represión de la Roma republicana, pero especialmente el emblema de la dictadura porque mientras los cónsules, elegidos de manera representativa llevaban doce lictores, el dictador llevaba veinticuatro, exactamente el doble. El haz que exhibe en oro la Guardia Civil no tiene nada que ver con ninguna inspiración romana ni tiene ningún tipo de vinculación con la simbología, con la iconografía, republicana que estableció la república francesa al instaurarse. El emblema de la Guardia Civil es muy posterior, de 1943, de cuando España aún vivía fascinado por la larga sombra de Mussolini y del Partido Fascista italiano. Fascinado por el fascio, por los Fasci italiani di combattimento. De cuando Franco visitaba a Mussolini en Bordighera. No tiene nada que ver con el fajo romano del monumento a Lincoln, un monumento republicano. La Guardia Civil es tan republicana como Felipe VI. Sin duda, en una democracia avanzada como la nuestra, hay más partidarios del yogur que de la gente armada y decorada con obscenos emblemas fascistas. En especial cuando, como ayer en el juicio, se imputó a los manifestantes crímenes tan terribles como “falta de respeto”. Sin lesiones de ningún guardia civil, sin asistencia médica, sin denuncias sobre ningún ciudadano. Como insurrección, no parece muy consistente la proyección de un yogur.