La directora de Ara, Esther Vera, una de las más sólidas candidatas a dirigir con mano firme la Tevetrés, dice que en su diario no se censura ni se ha censurado jamás. Su opinión es dignísima, bien intencionada, muy primorosa, es verdad, si no fuera porque ha prohibido a Xavier Roig que publique en su diario algunas verdades incómodas. Censurar dice que no censura, pero en cambio prohíbe. Verbigracia, impide que leamos que los catalanes tenemos enemigos y no adversarios, que buena parte de la clase política catalana está vendida, y que los inmigrantes castellanohablantes en Catalunya, protegidos por el Estado, tienen en la práctica más derechos que los demás ciudadanos y residentes. Se ve que esto es el Mein Kampf y La vache qui rit del Mariscal Pétain en un mismo fardo.

Esther Vera debe barruntar que es más sagaz que nadie y, especialmente, que los lectores que tiene, porque dice que no censura, que nunca lo ha hecho, que en su diario no se puede insultar, pero lo cierto es que en su diario no se ha podido leer el famoso artículo de Xavier Roig debido a su decisión. No es una opinión, es un hecho. Ni se ha publicado ese artículo ni se publicará nunca. Y si el artículo no se ha publicado ni se publicará nunca es porque la señora Vera es partidaria del “debate de ideas”, un curioso ejercicio que consiste en esto: en que la directora, apuntalada por el equipo directivo decide cuál es el debate y cuál no es el debate. Y también cuáles son las reglas del juego del debate... a medio partido, en el descanso. La directora no actúa como árbitro sino como parte contratante de la segunda parte, de modo que la directora mediatiza tanto y tanto el debate de ideas que acaba decidiendo si permite o no permite que los lectores de Ara puedan leer o no leer un determinado texto. Como una buena madre que va mirando aquellos rombos de la pantalla.

La profilaxis del Ara es enternecedora y un poco, bastante, paternalista, perfectamente coherente con las lecciones de modos, de moral y de periodismo a las que nos tienen acostumbrados desde su fundación. Ara siempre nos dirá lo que deben hacer los otros periodistas y los medios a los que contempla desde su superioridad ideológica. En un mundo tan agresivo como el actual, el subdirector del diario, David Miró (Borriana, 1973) escribe un tuister jerárquico en el que asegura que “personalmente” se siente “orgulloso de formar parte de un diario que no publica un artículo donde se intenta dividir entre buenos y malos catalanes”. Me hace gracia eso de “personalmente” como si pudiera ser de forma no personal. Su diario es un diario que no censura pero que tampoco publica, que no quiere dividir a la sociedad catalana porque se ve que el artículo de Xavier Roig tenía esa potencial capacidad de desayuntar. El uno de octubre y la represión democrática de Catalunya, los palos, la persecución política y judicial no han dividido hasta hoy, se ve que lo hacen las opiniones de un señor que, en ningún momento, ha insultado. Podemos decir, por el contrario, que el artículo en cuestión es un modelo de buenas formas y de propiedad semántica.

En su momento, hace años, y en La Vanguardia, ya escribí lo que pensaba sobre el señor Xavier Roig y sus opiniones, generalmente tan apasionadas y decantadas como perfectamente legítimas. Lo que siempre me ha sorprendido, pero solo un poco, es que después del episodio de la abstención publicitaria del diario Ara cuando se preparaba el referéndum del Primero de Octubre, ningún columnista independentista continuara escribiendo en sus páginas. De hecho, cuando leo un artículo de una firma que hace ondear la estelada pero que después colabora en Ara no me lo tomo demasiado en serio porque ya sabemos qué es Ara y contra quién y qué escriben. Hoy incluso con la participación de ese vendedor de motos llamado Pablo Iglesias Turrión. Me parece estupendo que Antoni Bassas apoye el comunicado del rotativo en el que se afirma que “siempre hemos mantenido y mantendremos la diversidad de opiniones, pero con los límites de hacer un debate rico, constructivo y respetuoso”, me parece bien mientras la opinión pública desacredite mis argumentos y dé la razón al veterano periodista. Pero esto sabemos que no va a pasar. Y no ocurrirá porque cada cual tiene la credibilidad que tiene. Porque no se entiende demasiado que se obligue a un independentista a hacer nada constructivo cuando de lo que se trata es de divorciarse de España. Aquí la pobreza del debate viene determinada por la opinión sectaria y siempre coincidente con el partido en el gobierno, aquí se confunde maliciosamente ser constructivo con ser un cánido sin cerebro con quienes nos mandan, aquí el respeto siempre se aplica en una dirección, la de los poderosos y nunca a favor de los débiles. Lo del respeto nunca ha contado para los de la Revolución francesa o para los que conquistaron el máximo de las ocho horas laborales, que siempre fueron unos maleducados y tampoco se duchaban demasiado.

Tampoco hay que exagerar, los responsables de Ara no han dicho que todos los catalanes seamos una mierda como dijo sinceramente Luis Martínez de Galinsoga y Serna, entonces director de La Vanguardia, pero el efecto en la opinión pública catalana ha sido comparable. Entre los independentistas pero también entre los no independentistas. La buena educación se ve que es un nuevo valor del periodismo que hasta ahora todos desconocíamos, pero que ahora algunos piensan implementar. Aunque cuando la canallesca se pone a moralizar siempre es difícil de creer. Lo que hemos entendido clarísimamente es que algunos quieren que volvamos a los tiempos del catalanismo bien entendido, a la educación quisquillosa y a la moralidad inmaculadas, a la lengua metida en el culo, al abuso del autoritarismo, al puritanismo de la doble moral, a la arbitrariedad de quienes mandan, al miedo enfermizo a los demás, a las opiniones de los demás. Tú cállate es la ultimísima moda de Madrid, fenomenal, oyes.