Que el Fútbol Club Barcelona se entienda con la editorial Planeta para “gestionar su capital editorial”, que haya creado la marca Barça Books, es uno de esos escándalos que, de vez en cuando, estallan ante la indiferencia de todo el mundo. Hoy el club ya no se siente más que un club, no, no, es evidente que sólo se siente una empresa. Y concretamente una empresa española. El Barça ha dejado de representar el orgullo colectivo de los catalanes, el ejército desarmado pero intensamente moral de nuestra Catalunya, hoy derrotada y desmoralizada por la traición, por el apuñalamiento dorsal de los partidos políticos separatistas. El Barça, a la hora de la verdad, a la hora de elegir lo que hace y lo que no hace, ha dado la espalda al independentismo y al catalanismo, esencialmente populares, que le han hecho grande a lo largo de su historia. El Barça del independentista Joan Laporta ha querido entenderse, y se ha entendido, con la empresa emblemática de la guerra sucia contra la voluntad mayoritaria de los catalanes, con la casa Planeta. Fenomenal, como dicen en Madrid.

Mientras los partidos independentistas siguen suicidándose todos los días ante los medios de comunicación, en un notable ejercicio histórico de nihilismo, los hombres de negocios levantan, unidos y sonrientes, su única bandera, la del parné. “Te equivocas, Galves, es un buen acuerdo para el club”, me dice por teléfono un viejo amigo del Barcelona. Pero ambos sabemos que no me equivoco. Recuerdo que Gas Natural no pudo hacerse con Endesa en el 2006, porque los negocios con España son siempre malos negocios. Y porque a la hora de la verdad, la dignidad del independentismo, la dignidad de la pervivencia de Catalunya, sólo la estamos manteniendo aquellos que somos y seremos independentistas siempre, aunque nos cueste dinero, sólo nosotros. Quienes no pensamos dejar la independencia para más adelante. Quienes calculaban la separación de España como un nicho de negocio — qué palabrotas que nos hacen decir los economistas — han demostrado que sólo son oportunistas y que de Catalunya sólo les interesa para desplumarla.

Mucha retórica con el presidente mártir Josep Sunyol i Garriga, de muy honorable y dolorosa memoria, pero a la hora de la verdad, el Barça de Laporta se entiende fraternalmente con el grupo Planeta, el privilegiado negocio del capitán de la Legión José Manuel Lara Hernández, que llegó a Barcelona a punta de cañón, como tierra conquistada en 1939, tercer año triunfal. A pesar de algunas campañas de publicidad para mostrarse, de algún modo, como una empresa simpática y vinculada a Catalunya, Planeta fue y es una casa esencialmente franquista, que prosperó y se enriqueció gracias a la escopeta nacional, al proteccionismo ideológico del yugo y de las flechas, a la desigualdad entre los vencedores y los vencidos de la Guerra Civil. Y que Planeta durante el referendo del 2017 hizo de todo contra la voluntad mayoritaria de los catalanes, favorable a la independencia. Recordemos que gracias a las conversaciones entre Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, a la sazón ministro del Interior y jefe de la Oficina antifraude, supimos que el jefe de seguridad de Planeta, Antonio López López, un agente oficioso de la policía española en Barcelona, tuvo un destacado protagonismo en el fracaso de la independencia efectiva de Catalunya. En colaboración con un cierto José Manuel Villarejo.

Planeta y su grupo se ha enriquecido, hoy y siempre, no de vender libros, sino de la fecunda política que consiste en oponerse a nuestro país. Sólo hace falta pensar en otras empresas vinculadas a Planeta como el canal La Sexta, portaestandarte del Real Madrid y de las noticias falsas contra la formación política Podemos y favorable a la criminalización de los independentistas. Sólo hace falta pensar en La Razón, dirigida por el popular Francisco Marhuenda, un hombre de Planeta y que, como tal, ha protagonizado algunos destacados escándalos de dudosa moralidad. Acabamos de saber hace pocos días que, al final, España indemnizará a los veinte jueces catalanes que firmaron un manifiesto en favor del derecho de decidir de Catalunya y que después La Razón señaló públicamente en un reportaje en el 2014, donde aparecían datos personales de todos los componentes. Es así como se hacen buenos negocios seguramente, porque la infracción no la paga Planeta por contribuir a la guerra sucia. La multa la pagamos entre todos, usted y yo, con cargo al presupuesto general del Estado. También la pagan las víctimas, los jueces señalados por el diario ultranacionalista. Señalados con el dedo como males españoles. Estoy seguro de que, a estas víctimas del españolismo, también intentarán venderles algún ejemplar de Barça Book. Son insaciables.