Te reto a ser aún más vulgar, más chabacano, que el año pasado, sí, por favor, tú puedes, tesoro, capullín... Una frase de este tipo parece que le hayan dicho a Santi Saltimbanqui Vila. Y Santi Saltimbanqui nunca decepciona, sobre todo en verano, cuando todas los bichos se menean, cuando todos los bobos presumidos se regodean. El personaje Santi Vila ha conseguido una eficaz actualización, muy profesional, gaya, por supuesto, de la cutre figura acuática de Jesús Gil, rodeado de mamachichos. No se puede negar que le ha salido bastante bien, porque ha sabido fotografiarse con desvestido de baño, bronceado, dentro de un pato gigante de plástico, color amarillo independentista, con un grupo de señores musculados y tonificados, en edad militar. Debemos recordar que este Santi Vila, llamado también Vila el Hortera o Vila del Impostor o simplemente Santi Saltimbanqui, llegó a ser todo un consejero de Cultura cuando, realmente, lo que le interesa es el culturismo. La Biblia lo tiene advertido hace milenios, que por sus actos los conoceréis, gentecilla cortita que solo pensáis en aparentar. Y, en el libro Eclesiástico, se nos recuerda también que este mundo nuestro es solo exhibicionismo y engaño. Teatro malo, falsos decorados y voces de falsete. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Son personas angustiadas que necesitan constantemente la aprobación, el aplauso, la admiración de los demás para sentirse vivos, para salir de su biografía insignificante, insatisfactoria. Para sentirse un poco en paz

Para aparentar, para presumir, para figurar, hay seres humanos que lo darían todo porque, en realidad, no tienen nada bueno. Son personas angustiadas que necesitan constantemente la aprobación, el aplauso, la admiración de los demás para sentirse vivos, para salir de su biografía insignificante, insatisfactoria. Para sentirse un poco en paz. Son personas que adoran la palabra reto soñando en una nobleza de espadachines que no tienen. Y la van metiendo en todas las conversaciones siempre que pueden, retando a un vecino o a un familiar que se avenga, jugando como niños malcriados a ver quién tiene el coche más caro, más rojo, el más rápido, el más lujoso, grandilocuente. Retando a ver quién bebe más en una noche. Retando retando siempre, y en realidad, no haciendo otra cosa que reptar por el suelo. Para revisar mi móvil hace poco me apoyé, distraído, en una máquina tragaperras de un bar. Mientras iba leyendo, poco a poco, un mensaje del correo electrónico, alguien me pidió, por favor, que me apartara, que le dejara jugar con la máquina de las luciérnagas. Era un chico joven, vestido de verano, enjuto, con una pierna postiza y un brazo amputado. “A ver si tengo suerte, me dijo, convencido. Para mí es un reto”.

He recordado todo esto hoy, cuando he visto que el formidable tenista Rafael Nadal ha querido hacer publicidad de la Guardia Civil. Tras protagonizar un anuncio de juegos de cartas por internet que fomentaba la ludopatía más infame, ahora el manacorino se dirige obscenamente a los jóvenes con estas palabras: “¿Eres estudiante? ¿Te gusta el mundo de la tecnología? ¿Eres bueno y estás dispuesto a demostrarlo? Te reto. La Guardia Civil y yo te retamos a un juego apasionante: trabaja duro, trabaja en equipo y demuestra tu talento; que eres honesto, que juegas limpio, que eres el mejor”. Solo hay que recordar la historia de represión, de injusticia, de terrorismo de Estado del instituto armado para poner en duda las verdaderas intenciones de esta promoción equívoca. Y ya que estamos en esto, quiero hacer una pregunta, cuando todo el mundo repite como loros que los valores de nuestros deportistas son un buen ejemplo para los más jóvenes, ¿estamos realmente seguros? Más allá del evidente culto al dinero y al exhibicionismo social, ¿qué talento, qué limpieza, qué honradez nos están proponiendo? ¿El talento de los guardias civiles apaleando abuelos? ¿La limpieza de su emblema fascista con la espada y el haz de lictor? ¿La honradez que demostraron ante el juez Marchena, mintiendo sistemáticamente contra lo que prueban todas las imágenes del primero de octubre de 2017?

La vanidad de los jóvenes es casi tan formidable como la de los viejos. Estimularla es un antiguo truco pero no siempre es un recurso legítimo. Es el recurso malvado que utilizan los manipuladores de críos de todas las épocas y de todos los países, el de los viejos islamistas que hoy llevan a los muchachos más ingenuos al martirio, al terrorismo religioso con la promesa de la vida eterna, de atreverse a ser los mejores, siempre mejores que sus compañeros. Halagan a los jóvenes y se sirven de ellos como si fueran objetos. Dejen de manipular a los jóvenes, a las jóvenes, dejadlos en paz, dejad de pervertirlos. Que vivan como buenamente puedan sus propias vidas. No hay gente mejor ni peor, no hay personas que sean más que las demás. Solo es un espejismo, porque ni el éxito social ni el dinero no valen absolutamente nada. Denle un vistazo a la biografía de Cristina Onassis antes de llevarme la contraria. De hecho, me da lo mismo si me lleváis la contraria. Y me resbalan vuestros retos de sietemachos de taberna. Solo hay dos clases de personas, las que se dejan manipular y las que no. Eso es todo.