Una vez, creo que en un debate con Cayetana Álvarez de Toledo, Gabriel Rufián dijo estar dispuesto a admitir que aquello de “No hay plan B: estaremos 18 meses en el Congreso, ni un día más” había sido una mentira premeditada. Y que estaba dispuesto a admitirlo si la diputada del PP, por su parte, admitía no sé qué. No me quedé con la anécdota pero pienso que retengo lo esencial. Para Rufián, como para muchos políticos, la política consiste en estas dos cosas principales, mentira y transacción.

De modo que cuanto mejor mientes y manipulas al personal, mejor político eres. De la transacción hoy no hablaremos, porque también sabemos que Rufián es cualquier cosa menos un buen negociador. Pero ayer y, al menos hoy, Rufián el profesional logra desviar la atención con un sencillo ejercicio: decir la verdad de la forma más cruda. Sí, para muchos políticos independentistas, de Esquerra y de Junts, la proclamación de la independencia de los ocho segundos de Carles Puigdemont es el ejercicio de un tarado. Si ustedes hablaran con políticos todo el día como hago yo no les sorprendería ese tipo de lenguaje áspero. Cuando no hay micros cerca hablan así. Hablan de hostias, de cojones, de subnormales, de dar por el culo, de tetas grandes y de otros conceptos primarios y patriarcales.

Ayer Rufián dijo la verdad y se supone que la verdad tenía que hacernos libres y no sé cuántas cosas más. Para muchos políticos independentistas quien cree en esto de la independencia es como quien cree en la publicidad engañosa de un detergente. Cosa de tarados. De gente muy corta. Nadie puede pensar en serio que un bote de Fairy lave tantos platos como los que se ven en el anuncio de la tele. Y si se lo cree, allá él.

Ayer Gabriel Rufián demostró ser un buen manipulador porque consiguió desviar la atención sobre lo auténticamente importante. La mayoría de los votantes sólo se queda con la anécdota del insulto y se despista fácilmente. Y de lo que no hay que hablar demasiado, precisamente, es de la claudicación de los partidos independentistas, de la renuncia del gobierno de Pere Aragonès a proteger la inmersión lingüística y la escuela catalana. Del acuerdo según el cual Junts per Catalunya se integra en el tripartito de Esquerra Republicana, PSC y Comunes. En el tripartito que se ha vendido el catalán a cambio de contentar por unos días a los jueces de la represión.

La inmensa mayoría del Parlament votó, en esencia, que nuestros alumnos están poco castellanizados. Que todavía hay que castellanizar mucho más.

Iba ahora a decir que Josep Pla afirma que “el bilingüismo es una tragedia para los catalanes”. Pero da igual, la mayoría de los políticos están convencidos de que el bilingüismo es una riqueza, porque lo han oído en la tele. Aunque si fueran sinceros deberían admitir que, de riqueza poca, porque la única lengua que conocen bien y escriben sin errores, cuarenta y siete años después de la muerte del general Franco, es la lengua española. Pero tampoco lo admitirán. Ayer, en el Parlament, algún político lloró de impotencia, pero es que siempre podremos encontrar a algún tarado perdido por algún lado. La inmensa mayoría del Parlament votó, en esencia, que nuestros alumnos están poco castellanizados. Que todavía hay que castellanizar mucho más. Que en lugar de obedecer la ley que protegía el catalán hay que cambiar la ley. Y que da igual que solo un 30% de los alumnos lleguen hoy con el catalán aprendido de casa cuando se incorporan a la escuela. Que lo de la lengua no es trascendental y al fin y al cabo, mira el País Vasco o mira el País Valenciano, también conservan, de alguna manera, la lengua.

Ayer fue la jornada más negra y humillante de la historia del Parlament de Catalunya, al menos para algunos tarados. El independentismo político votó lo que querían Salvador Illa y Jéssica Albiach. Se demostró que nuestros políticos separatistas no están dispuestos a arriesgar nada por el país ni por la gente que les ha votado. Se demostró que Junts per Catalunya ya ha aceptado, al fin y al cabo, todo el programa político de Esquerra Republicana y que ya no tienen ninguna diferencia entre ambos. Son lo mismo y van a lo mismo. Se entregaron al PSOE y a la pacificación obligatoria impuesta por Pedro Farsánchez.

Y si alguien tenía alguna duda, solo tenía que escuchar el pomposo discurso de ayer de Laura Borràs, satisfecha con ese acuerdo de la rendición. Sin querer entender por qué tantos votantes la abandonaron en Argelers de la Marenda. Sin querer distinguir lo que quiere la clase política y lo que quiere la mayoría del pueblo de Catalunya, los más de dos millones de tarados que votaron a favor de la independencia porque quieren una Catalunya independiente y en lengua catalana. Al fin y al cabo si votas por Gabriel Rufián no te hace dudar, ahora sí, ahora no, sobre su posición política. Es un político que no engaña a nadie. Y lo que dice y hace no causa asombro.