Las pancartas decían que "Cataluña no tiene rey", pero la imagen que se dio el viernes en Martorell fue la contraria. Había rey de España y no había Govern de Catalunya. Felipe VI tenía que venir a Martorell a celebrar el 70.º aniversario de SEAT y el Gobierno español le preparó el terreno con el anuncio de un consorcio público-privado para fabricar baterías. El proyecto es todavía muy inconcreto y depende de los fondos europeos pero no se puede negar el efecto propagandístico de la iniciativa en un momento en que todo son malas noticias. Y el Gobierno catalán en vez de reivindicarse y de comprometerse a defender la reindustrialización y ejercer de manera exigente en la apuesta por la electrificación, se escondió debajo de las piedras. Si el día que los directivos de Volkswagen vienen a Catalunya no tienen ninguna interlocución con el Gobierno catalán, querrá decir que la institución se ha convertido en irrelevante. Desde cualquier punto de vista, la incomparecencia del Govern en los acontecimientos que protagoniza El Poder, ya sea político, económico o cultural, equivale a la retirada de los que se consideran derrotados.

Lenin escribió que el izquierdismo era la enfermedad infantil del comunismo. También se percibe demasiado infantilismo en el independentismo catalán y se hace más grave cuando afecta a los titulares de la primera institución del país. Y no es cosa de pocos, porque este tipo de ridículas rabietas las han practicado responsables políticos de todos los partidos soberanistas. Se puede disculpar esta vez al vicepresidente en funciones de presidente, Pere Aragonés, centrado como debe de estar en la difícil formación del nuevo Govern, pero hay que hacer sonar las alarmas, porque desde Quim Torra hasta Ada Colau, la retirada ha sido la táctica recurrente.

Si el día que los directivos de Volkswagen vienen a Catalunya no tienen ninguna interlocución con el Gobierno catalán, querrá decir que la institución es irrelevante

Porque una cosa es dejar de asistir a los actos reverenciales que protagoniza el Rey y las instituciones del Estado fuera de Catalunya y otro cederle el territorio propio, haciendo realidad el dicho “huéspedes vendrán y de nuestra casa nos echarán”. Hemos llegado a un punto que cualquiera diría que entre los estrategas que toman este tipo de decisiones debe haber más de un infiltrado de la Zarzuela y/o de la Moncloa. Es obvio que para Felipe VI y para Pedro Sánchez es mucho más rentable asumir todo el protagonismo y mucho más cómodo no tener que compartir nada con los gobernantes catalanes. Y, sobre todo, no tener que oír sus discursos.

Eran otras épocas, no se hablaba tanto de independencia, pero es seguro que en un acto como el del viernes, ni Jordi Pujol, ni Maragall, ni José Montilla, ni Artur Mas habrían tolerado que los ninguneran. El problema ahora es más grave. Los gobernantes catalanes s'autoningunean o, aún peor, cumplen absurdamente y punto por punto el guion escrito desde el Estado, que ha querido trasladar a la opinión pública la idea de que es el Estado -Rey y Gobierno- quien se preocupa por la prosperidad de Catalunya, mientras los independentistas ni hacen ni dejan hacer, aparte de pelearse entre ellos.

Desde cualquier punto de vista, la incomparecencia del Gobierno en los acontecimientos que protagoniza El Poder, ya sea político, económico o cultural, equivale a la retirada de los que se consideran derrotados

Si a los políticos independentistas les molesta que venga el Rey de España a Catalunya, lo lógico sería hacerle incómodas las visitas a base de ponerlo en evidencia. Hay suficientes referencias históricas de políticos, algunos tan conservadores como Cambó, que hablaban claro ante el monarca sobre las aspiraciones de Catalunya. Esta es la clase de coraje necesario que, de momento, le están ahorrando a Felipe VI. No se planta al Rey. En todo caso, se le planta cara.

Sin ir más lejos, el anuncio del proyecto de electrificación de SEAT depende del dinero europeo que en España repartirá discrecionalmente el Gobierno de Pedro Sánchez. El papel que le corresponde al Gobierno catalán es adoptar una actitud vigilante y exigente respecto la distribución de los fondos y garantizar, en este caso, a la dirección de Volkswagen que no tendrá una aliado más comprometido con su causa que la Generalitat.

Se crea o no en el sistema autonómico, el Gobierno catalán debe ejercer como referente en la defensa de los intereses catalanes. Jordi Pujol presumía que todas las causas de protesta acababan manifestándose en la plaza de Sant Jaume frente al Palau de la Generalitat. Lo cual quería decir que la gente identificaba la institución catalana como su referente de poder político. Significativamente, en Barcelona las protestas se han ido desplazando hacia Urquinaona y el Eixample buscando instituciones del Estado. Ante el Palau solo se manifiestan los comerciantes y hosteleros perjudicados por las restricciones horarias ...

Los disturbios, la beligerancia de la fiscalía y la ofensiva de las patronales convergen en dificultar el acuerdo de las fuerzas independentistas... y alimentan la repetición de las elecciones como una nueva oportunidad de pasar página

Ya dijo Felipe González que buscando la independencia los catalanes se quedarían sin autonomía. El Estado no ha escatimado esfuerzos ni reparado en gastos para desalojar a los independentistas del poder y neutralizar las instituciones. Lo sigue y lo seguirá haciendo. Sería el colmo que la principal contribución fuera autóctona. Si el Gobierno catalán evita el escenario todo les será más fácil. Es importante tenerlo presente en las circunstancias actuales, cuando factores tan opuestos como los disturbios por el encarcelamiento de Pablo Hasél, la beligerancia renovada de la fiscalía y la ofensiva de las patronales convergen en dificultar el acuerdo político de las fuerzas independentistas... y presentar la repetición de las elecciones como una nueva oportunidad de pasar página.

 

P.S. El ideal europeísta y los exiliados catalanes. Esta semana el Parlamento Europeo decidirá si levanta la inmunidad de Carles Puigdemont, Antoni Comín y Clara Ponsatí, tal como le pide el estado español. La inmunidad parlamentaria se inventó para proteger a los representantes democráticamente elegidos de las maniobras de los poderosos. Todo el mundo sabe que Puigdemont, Comín y Ponsatí no son delincuentes sino políticos perseguidos por sus ideas. La Unión Europea atraviesa probablemente su peor momento. Incapaz de resolver los problemas conjuntos, la pandemia ha puesto de manifiesto los egoísmos nacionales y los intercambios de favores inconfesables. Diputados de los grupos mayoritarios están dispuestos a cometer la injusticia que les pide España esperando que algún día les devuelvan un favor igualmente miserable. Un ideal democrático impulsó la Unión Europea y el lunes sabremos si el ideal sigue vivo o está muerto y si la Unión tiene algún sentido más allá de los negocios.