Lo más trascendente de las elecciones andaluzas para España y también para Catalunya no es quién queda primero sino quién queda segundo. La batalla que libran el PP y Ciudadanos para quedar en segunda posición determinará la coalición que gobernará España los próximos años, aunque lo importante es que gobierne quien gobierne en España mantendrá viva la cruzada contra Catalunya y el soberanismo. La relación España-Catalunya vendrá marcada por las sentencias contra los líderes independentistas y la gestionará un Gobierno inevitablemente beligerante, por supuesto mucho más que el actual.

Los poderes fácticos ya han convencido a Pedro Sánchez de que no le permitirán continuar gobernando con una mayoría parlamentaria compartida con los independentistas. Y también el establishment y los sondeos han dejado claro que sólo con Podemos el PSOE nunca sumará mayoría, así que la previsión política para España es un gobierno de coalición PSOE-PP, PSOE-Ciudadanos, o los tres a la vez, siempre que las derechas en su conjunto, PP, Ciudadanos y Vox, no sumen 176 diputados, que todo podría ser. Visto desde Catalunya, cualquiera de estas alternativas agravará y eternizará el conflicto.

Parece mentira que gente pragmática como Felipe González abonen el entendimiento del PSOE con Ciudadanos antes que con Podemos, porque lo que no ofrece lugar a dudas es que con presos políticos y con una política agresiva, por ejemplo, contra la lengua catalana, lo que se entiende por estabilidad política no habrá.

Si Cs ahora hace el sorpasso, se postulará como alternativa y no tendrá ninguna otra estrategia que aumentar la crispación 

Las bases socialistas ya han demostrado repetidamente que quieren un gobierno de izquierdas y que no quieren un gobierno que ayude a unas derechas que ni siquiera condenan el franquismo. Los militantes del PSOE resucitaron a Pedro Sánchez después de que la vieja guardia lo defenestrara por negarse a facilitar que gobernase Mariano Rajoy. Pero las bases socialistas son una cosa y el sanedrín socialista algo muy diferente, que en los momentos clave impone la voluntad del monarca. Obsérvese que, prácticamente, el PSOE sólo ha pactado con el PCE, Izquierda Unida o Podemos en los ayuntamientos y en algunas comunidades autónomas, especialmente cuando los ha necesitado para poder gobernar. Sin embargo, para gobernar la nación, el PSOE siempre miró hacia la derecha. Los aliados preferentes eran CiU y el PNV.

De hecho, el establishment político-financiero dedicó dinero y energías para promocionar a Ciudadanos para sustituir a CiU como comodín para completar las mayorías insuficientes de PSOE y de PP. Pero ahora resulta que Ciudadanos ya no se conforma con el papel de bisagra. El partido de Albert Rivera, con más ambición que talento, quiere arrebatarle al PP la condición de alternativa conservadora al Gobierno del PSOE. Si ahora Cs hace el sorpasso y el PP queda relegado a la tercera posición en el Parlamento andaluz, Ciudadanos se postulará como alternativa y no tendrá ninguna otra estrategia que aumentar la crispación del recurrente "acoso y derribo" contra el Gobierno de Pedro Sánchez, atacando sobre todo por Catalunya, como ya ha empezado a hacer.

Así que, ganando los próximos comicios como prevén las encuestas, Pedro Sánchez se encontrará ante dilemas imposibles. No le dejarán sumar mayoría con los independentistas; podrá sumar mayoría con el PP, algo que parecería inverosímil teniendo en cuenta los antecedentes personales de Sánchez. Y pactar coalición con Ciudadanos requeriría tragarse todos los sapos y acostarse con el peor enemigo, que no tiene otro objetivo que destruirlo. En resumen, que Ciudadanos, un partido que ha crecido a base de erigirse en el máximo defensor de la españolidad, hará de España un país ingobernable. Y otra paradoja. Algunos cuadros soberanistas catalanes observan con optimismo esta perspectiva tan estremecedora. Están convencidos de que la causa catalana triunfará cuando España ponga en evidencia simultáneamente el desbarajuste ingobernable y su brutalidad represora.