En las democracias representativas liberales clásicas ―no aquí, evidentemente― la ley de presupuestos es la norma básica, no tanto en el sentido legal, sino político. El gobierno muestra al Parlamento qué piensa hacer con el dinero que ha recaudado mediante impuestos y lo presenta a la representación de la soberanía nacional. Si el Parlamento no acepta la propuesta, una ley no escrita ―que en política son las buenas de fondo― le impone al gobierno que dimita y, generalmente, que convoque elecciones.

Ciertamente este sistema se puede pervertir ―de hecho, se ha pervertido mucho― y por eso, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, se han introducido correcciones constitucionales. Hoy en día, por regla general, si un gobierno cae, se debe a la pérdida de confianza explícitamente pedida al Parlamento.

Los Parlamentos ya no son lo que eran, ni mejores ni peores, pero ya no lo son. Toda una serie de reglas de mayorías cualificadas ―olvidando las elementales de la mayoría simple y la de la mayoría absoluta― y relativas a ciertas temporalidades son los nuevos obstáculos que evitar, dado que permiten un bloqueo casi permanente en la evolución institucional. Sólo hay que ver la cantidad de organismos, constitucionales, estatutarios y legales, más que caducados, que esperan en el limbo su renovación. Las minorías utilizando las mayorías reforzadas como bloqueo.

Como en ningún sitio se dice que no aceptar o tumbar los presupuestos sea causa de hacer caer un gobierno ni mucho menos de cambiarlo o ir a nuevas elecciones, tenemos el cuadro de presupuestos prorrogados o aprobados el mismo año del propio ejercicio fiscal, tanto en España como en Catalunya. En España, desde el 2014 (ley presupuestaria para el 2015), cinco leyes para siete ejercicios. En Catalunya, cuatro leyes para el mismo periodo. Y todo eso en tiempo de crisis galopantes y sucesivas, en las que, a pesar de los anuncios de recuperación, aumenta la pobreza, crece la desigualdad social y los más débiles se desesperan.

Para acabar de arreglarlo, en Catalunya se combinan dos ejes, siempre tan presentes como poco reconocidos. Por una parte, disfrutamos del clásico eje derecha/izquierda, al cual se le ha sumado el eje independencia/unionismo. Así, y hay que decirlo sin rodeos, cuando conviene se recurre a uno, cuando conviene se recurre al otro. Eso hace que el 52% de sufragios en pro de los partidos independencias del 14-F valgan, en materia de avanzar hacia la independencia, como referencia, pero no como objetivo inmediato. Y al revés: no sólo se predican pactos de izquierdas, sino que se resucitan sociovergencias diversas con actores que hasta ahora no habían participado. Al fin y al cabo, un mientras tanto que tiene toda la pinta de un trencadís.

Todos los políticos cometen errores, pero el gran error de Mas fue haber dado un paso al lado, pasar a la papelera de la historia y dejar paso franco a que una minoría tuviera siempre la llave de la puerta de la gobernabilidad en Catalunya

Sin embargo eso no es todo. Desde enero del 2016, avalada por la performance del 1515-1515 conseguida en torno al Día de los Inocentes del 2015, la CUP dispone de un arma nuclear en sus manos, o que se le ha considerado nuclear: la papelera de la historia. Todos los políticos cometen errores, pero el gran error de Mas, lo que definirá según mi opinión su recuerdo, será haber dado un paso al lado, pasar a la papelera de la historia y dejar paso franco a que una minoría tuviera siempre la lave de la puerta de la gobernabilidad en Catalunya. Y no convocar elecciones, repetidas, pero elecciones. Cosa que, después, se ha llevado a cabo sin ningún problema. Esta arma nuclear, siempre según mi opinión, es tan ilegítima como, muy especialmente, el efecto de la falta de valor al dar un paso, no al lado, sino al frente, por parte de quien tiene la responsabilidad otorgada mayoritariamente por el electorado.

La amenaza de tener que tomar la cicuta de la papelera de la historia dando un paso al lado, tiene desde entonces dañado el espectro político independentista. Ahora, la decisión de tumbar o no los presupuestos la han tomado las bases de la CUP, siguiendo un proceso informativo. Bases decisorias integradas por un 68,79% de los 509 registrados, es decir, el destino, por ahora angustioso, de los presupuestos está en manos de 462 personas, que no sabemos cuántas serán, si, de aquí al 22 de noviembre, las CUP reconsideran su posición.

Sea dicho de paso que una cosa es la democracia deliberativa, realmente esencial en la búsqueda de respuestas a los problemas politicosociales, y otra cosa es una torre de marfil, aristocrática, que sin perder ni una pizca de pureza se sitúa por encima del bien y del mal, como el dedo del César en el circo decretando la suerte de los gladiadores. Esta forma de deliberación elitista, au-dessus de la mêlée, tiene muy poco de democrático.

Todo eso sin dejar de lado que la cierta paz de dos años que otorgaba la CUP al gobierno de coalición actual ha saltado por los aires. No se puede dejar de observar un cierto capricho arbitrario, sabiendo ―o creyendo― que se tiene la sartén por el mango, que no respeta lo que la mayoría de la ciudadanía ha entendido que eran unos pactos. No respetar los pactos abona la desconfianza de los ciudadanos hacia la política y los políticos. Es necesaria, una vez más, una buena dosis de coherencia. Todo este cuento de inestabilidad e inseguridad se construye a las antípodas de la gobernanza, del derecho fundamental al buen gobierno.

Si ahora la discusión presupuestaria no va de independencia ―gran viraje que no puede pasar inadvertido―, sino de reconstrucción socioeconómica, hay que ver con qué ladrillos contamos. Nadie ha rechazado los ladrillos condicionados de la UE, los fondos Next Generation, para reconstruir el país. La dirección que se tome se tiene que decidir mayoritariamente, a través de consensos generados democráticamente, no partiendo de vetos elitistas. Al fin y al cabo, operar así es operar como las oligarquías que tanto se censuran: desde posiciones de poder que asfixian el libre desdoblamiento en las tomas de decisiones.

Y no olvidemos, en materia de presupuestos, algo fundamental. Lo que es decisivo, lo que interesa, es saber si todo lo legalmente presupuestado se ha invertido en realidad: en qué, en qué grado y cómo. Este tendría que ser hoy, ante la imparable devaluación de las leyes de presupuestos, el debate de la rendición de cuentas. Lo que quizás tendría que ir a la papelera de la historia son las leyes de presupuestos tal como todavía las conocemos. Tendría que salir a la luz el escrutinio de las mejoras que los presupuestos aprobados han producido. Porque si no mejoran nuestra vida, ¿para qué sirven los presupuestos?