Muchos esperamos, quien escribe también, que se llegue a un pacto razonable de investidura que abra la puerta a seguir negociando y volver a hacer política de verdad, de acuerdos y de renuncias. En un país sin práctica de estado de coaliciones es muy y muy pesado negociar para llegar a acuerdos que sirvan de algo más que el reparto de canonjías, a la italiana, la lottizzazione. Fuera de eso, de obtener la cuota parte de algunas instituciones, no se puede decir que España sea la Arcadia de la negociación.

Pero he aquí que, después de una campaña electoral muy agria, quién prometía emplearse al máximo por llevar a Puigdemont ante la justicia, tiene obstáculos importantes: su deseo —legítimo— de ser presidente del gobierno y las sentencias europeas, como la de la semana pasada.

El primer paso para la negociación es asumir que no se debe apretar hasta que salte la cuerda. El segundo es construir redes de confianza, tarea problemática especialmente cuando se ha dinamitado casi todos los puentes y por encima de todo se ha demonizado a quien ahora tiene la llave de la puerta del salón del trueno.

Antes, y muy singularmente durante la campaña electoral, las dos formaciones punteras, ERC y el pilar fundamental de JxC, han sido objeto de una competencia por parte del españolismo más rancio a ver a quién dice más tonterías. Sin oír su voz, se hace difícil distinguir las cuatro principales formaciones políticas españolistas —ellas, erróneamente, se presentan como constitucionalistas— cuál ha dicho qué. La insolvencia y la grosería de afirmaciones, epítetos y calumnias las hacen intercambiables en una competencia desenfrenada para ver quién era más que los otros en no se sabe qué. Más bien parecía la Arcadia de la estulticia.

Pero, mira, la vida da sorpresas, como lo clavó Pedro Navaja de Rubén Blades. Los demonizados de hace sólo apenas siete semanas ahora son esenciales para hacer un gobierno, escorado a la izquierda —veremos cuánto— y el mal llamado prófugo tiene ahora inmunidad europea. Europea, ni más ni menos.

En este contexto de despropósitos, desencuentros y frases o expresiones poco afortunadas por ilógicas, contradictorias o fantasiosas, resultan chocantes. Como por ejemplo las que expresó el día de los canelones, en religión Sant Esteve, la biministra en funciones de Defensa y Exteriores, Margarita Robles.

Mujer inteligente, con experiencia política, facilitadora en momentos difíciles en el País Vasco, se despachó con estas declaraciones cuando menos contradictorias. Afirma por una parte, primero, ser incompatible, ella y su partido, con ERC, con quienes está negociando. Por otra parte, sin solución de continuidad, decreta la responsabilidad de ERC en el pacto que las dos formaciones intentan confeccionar.

El subconsciente —o el consciente medio adormecido— nos traiciona a todos más a menudo de lo que creemos. ¿óomo nos podemos declarar incompatibles con quien negociamos en última instancia nuestra propia supervivencia política y acto seguido los hacemos responsables del eventual fracaso al hacerles titulares de la responsabilidad de alcanzar un final feliz? ¿O interpretamos que es un resbalón inoportuno o, conociendo los antecedentes de orgullo y ausencia de flexibilidad del unionismo, que el propio Sánchez ha sufrido en carne propia, o un personaje tan relevante como Robles está lanzando gratuitamente un trágala?: uno sí o sí y después más sí.

Vistas las fechas en que nos encontramos, hay que dejar constancia de esta salida de tono. Sin embargo lo atribuiremos a alguna consecuencia de uno excesos propios de estas fiestas.

Hablando de fiestas, deseo a los lectores y colegas de El Nacional la mejor entrada de año y que esta triunfal intrusión en el 2020 dure, como mínimo, hasta un 31 de diciembre lo más lejano posible.

Hasta el año que viene.