El presidente del Gobierno ha dado sobradas muestras de un cesarismo político inagotable, capaz de decir, por ejemplo, que no podría dormir pensando en que tenía a Iglesias en su gabinete, y, unos meses después, a las 48 horas de las nuevas elecciones, abrazarse con Iglesias en un pacto fraterno. Esto no es exclusivo de Sánchez; el mismo Iglesias ha dado muestras de puro situacionismo. El imán del poder genera una disminución, en ocasiones casi en proporción geométrica, de la vergüenza.

Pero todo tiene un límite. La falta de vergüenza también. Cuando se cruza, se llega al infecto terreno de la indignidad. En política, la indignidad no es tanto la falta de la propia dignidad: los sapos forman parte de la dieta diaria de los dirigentes. La indignidad en política llega cuando se considera a los demás por debajo del dintel de humanidad. Los regímenes totalitarios han hecho suyo, en la práctica, desde antes de que fuera un término dominante en la Alemania hitleriana, el de infrahumano. El Untermensch, es decir, la no persona, no es sujeto de ningún derecho, ni siquiera del básico de la vida. En consecuencia, puede ser pisoteado sin más. El problema brota de manera insoportable cuando sale del lado de los buenos, de los demócratas.

Eso es lo que hizo Sánchez el sábado al alabar la actuación de la policía de la corrupta satrapía marroquí, tal como recoge este diario. Literalmente, se ha referido a la "extraordinaria cooperación con Marruecos". Es más, el asalto a la valla de Melilla muestra "la necesidad de tener la mejor de las relaciones y una colaboración estrecha en la lucha contra la inmigración ilegal". Que el precio a pagar, el mediodía del sábado cuando escribo estas líneas, sea, según las fuentes, 18, 24 o más de 40 muertos, da lo mismo. Como hizo la UE con Turquía, se externaliza el servicio de seguridad a cambio de algo de dinero que va a parar a los bolsillos a los que tiene que ir a parar; así deja de ser problema nuestro, pues priva a las víctimas de un rostro reconocible. En efecto, vía propaganda sistemática, se obtiene la despersonalización de la víctima: ya no nos sintamos identificados con quien, de tan desfigurado que se le presenta —aquí incluso como invasor—, nos resulta irreconocible. Se paga un forfait, mejor dicho, una tarifa plana, a las autocracias mercenarias, y problema resuelto, cueste las vidas que cueste, pues sabemos que costará vidas, y muchas, no un día, ni dos, ni tres. Son delante de un problema enquistado, al que somos incapaces como sociedad, llamada civilizado mínimamente, de dar una solución aceptable y compatible con la dignidad humana.

El umbral que Sánchez ha traspasado, aplaudiendo la inhumanidad, lo perseguirá toda la vida. Las hemerotecas no sólo lo aguantan todo, sino que lo guardan todo

Algunos dirán, estando en el fondo de acuerdo con la indignidad de estas declaraciones, que Sánchez no disponía de información suficiente cuando alabó sin sonrojarse el matonismo de la seguridad marroquí —que también parece hispánicamente subvencionada—. No llega ni a mentira piadosa. Es imposible que el presidente con tantos jefes y subjefes de gabinete, dircoms, asesores diplomáticos, policiales y militares en La Moncloa, no estuviera informado. El asalto se preparaba desde hacía días a plena luz del día, en vivo y en directo, a la vista de las fuerzas de seguridad españolas, en permanente contacto con sus homólogas que controlan el monte Gurugú. Si Tarajal, en casa, salió gratis, poco importa lo que pase al otro lado de las concertinas de más de 5 metros.

Quizás desde el punto de la inmoralidad de las relaciones internacionales, que sólo velan por sus intereses, no por los derechos de las personas, escoger entre las dictaduras marroquíes o argelinas sea una cuestión de oportunidad en defensa de aquellos intereses propios y ajenos, más o menos inconfesables. Quizás sea el precio a pagar por otras cosas, como, por ejemplo, la excepción ibérica —hoy por hoy inútil— en la fijación el precio de la luz. Pero el umbral que Sánchez ha traspasado, aplaudiendo la inhumanidad, lo perseguirá toda la vida. Las hemerotecas no sólo lo aguantan todo, sino que lo guardan todo. Por mucha prensa patriótica que se dedique en taparlo.

Aplaudir masacres para ser grato a una autocracia es una línea que nunca se hubiera tenido que cruzar. Esto no va de opiniones políticas enfrentadas en el debate diario. Esto va de la deshumanización de quien así deshumaniza a las víctimas de la violencia institucional. Vergüenza es poco.