Aka Antonio González Pacheco, finalmente, nos ha dejado. Los torturados y pisoteados por él seguro que no lo lloran, pero seguirán llorando porque ha disfrutado una impunidad que otros, como los de la Gürtel, ERE, Palau, Filesa o GAL, ya hubieran querido.

La impunidad con la que ha muerto el torturador por antonomasia del franquismo —pero no el único ni el más importante, pero sí insignia genética— es debida ni más ni menos que al hecho de que es un genuino hijo del sistema, del deep state, del estado profundo. Y con las cosas de comer no se juega.

Que Pacheco (en el servicio público más o menos militarizado, la gente es conocida por segundos apellidos) fuera promocionado y laureado por el franquismo es lo más normal del mundo. Que, sin embargo, lo fuera en la democracia es más raro, a menos que la democracia no sea para tanto, sino más bien una carcasa, un salvoconducto garantizador de la irresponsabilidad.

En el fascismo, los demócratas fueron castigados por querer ser demócratas. Llega la democracia y los verdugos son premiados, promocionados y protegidos como si en ello le fuera la vida al sistema

La impunidad pensionada y enmedallada de la que ha disfrutado el tal Pacheco se la ha dado el franquismo. Pero se la ha mantenido e incrementado la democracia. No se ha conseguido, salvo una escasa condena por unas faltas, obra de Paco Lobatón, que sí que sabía dónde estaba, que prosperara una sola acción penal contra él. Uno tras otro, archivos o absoluciones iban cayendo: la amnistía de 1977 era su escudo generosamente utilizado por jueces complacientes o poco imaginativos con el juego de las normas jurídicas.

Claro que, uno que fue más imaginativo con la restricción del alcance de dicha amnistía en la causa contra el franquismo, Garzón, fue expulsado de la carrera judicial, aprovechando otra causa, utilizando como excusa la vulneración de un precepto que hasta el momento se había utilizado sin ningún tipo de obstáculo por muchos de sus compañeros.

Nada de imaginación, pues. O sí. Utilizar como coraza contra los crímenes del franquismo lo que se había teóricamente pensado como protección de los crímenes contra el franquismo es un hito, hay que reconocerlo. Dicho de otra manera, en democracia, los demócratas son de peor derecho que los fascistas; y son de peor derecho doblemente.

Por una parte, en el fascismo los demócratas fueron castigados por querer ser demócratas y actuar como tales, contra un régimen violento, despiadado, liberticida, en una palabra. Por la otra, llega la democracia y los verdugos son premiados, promocionados y protegidos como si en ello le fuera la vida al sistema. Directa y abiertamente, sin guardar las formas, ni las mínimas, invocando, para cobijarse y defenderse de la justa justicia de las víctimas, a la propia estructura de la democracia.

En el fondo, la complicidad entre los franquistas supervivientes, política y socialmente activos, sus herederos físicos y los nuevos actores fue frecuente (demasiado) moneda de cambio. Así, los justamente mínimamente inquietados recibieron la protección del deep state para mantener el statu quo.

La foto de Felipe González a bordo del Azor se convierte en un paradigma tan ignominioso como tenebroso de lo que digo.

En resumen, la impunidad, glorificación y refugio de miembros nutridos de la sangre de la represión representan la ratificación de la impunidad del franquismo con que la clase política demócrata está muy conforme. Si no estuviera conforme, habría hecho, ni que fuera, una limpieza estética. En este contexto, hablar de nueva clase política demócrata es el oxímoron que lastra el régimen del 78. No sólo lo lastra, sino que lo corroe hasta los tuétanos.

No es de extrañar, pues, que pase lo que pasa como pasa y porque pasa.