El lector me dispensará el eufemismo "plaga" para referirme a las emisiones de CO₂, uno de los agentes que más contribuye al cambio climático del planeta. El término plaga se aplica cuando la sobrepoblación de una especie animal determinada ocasiona perjuicios a las personas. En este caso, es la emisión de ingentes cantidades de gases de efecto invernadero (GEH) a la atmósfera que ocasiona el calentamiento global y la alteración de los equilibrios planetarios naturales vigentes hace menos de 100 años y, con eso, graves perjuicios sobre la vida de animales y plantas.

Situados en agosto del 2022, cada vez tenemos más evidencias del cambio climático (calor, incendios, sequía, temperaturas extremas del mar, subida de su nivel...), que vienen certificadas por la comunidad científica internacional. No estamos ante hechos puntuales que se corregirán en los próximos años, sino que nos encontramos instalados en una tendencia inequívoca de mayor calentamiento y también de aceleración del proceso.

Una vez controlada la pandemia del coronavirus, los catalanes, los europeos y prácticamente todo el mundo más desarrollado han recuperado producciones y consumos parecidos a los de antes de la COVID-19, y con ellos las emisiones de GEH. Es cierto que están en marcha movimientos internacionales para corregir el grave problema del cambio climático, pero vamos tarde, las medidas son insuficientes para revertir el daño que ya se ha ocasionado, y estamos en la vía de empeorar las cosas.

La recuperación económica en 2021 llevó asociado el repunte en las emisiones globales de CO₂ hasta situarlas en el récord histórico de 36,1 gigatoneladas (miles de millones de toneladas), después de que en 2020 bajaran a causa de la pandemia. Cuando se observa la evolución desde la época preindustrial (la estadística da datos anuales desde 1750, por países) se ve cómo, a partir de los años 1950, las emisiones de GEH se disparan. Concretamente, en 1950 las emisiones globales de CO₂ fueron de 6 gigatoneladas; en 1970 fueron 15; en 1990 fueron 23; y en 2020 ya habían subido hasta las 33, hasta llegar actualmente a las más de 36 gigatoneladas ya indicadas.

El planeta tal como lo conocíamos hasta ahora se va a la deriva. Y con él los principales causantes del fenómeno, la especie humana. Bueno, nuestra generación no sufrirá todas las consecuencias, porque lo peor lo sufrirán las generaciones que vienen detrás

En la citada evolución ha jugado un papel clave la contribución de los países asiáticos, con China al frente de todo. A modo de ejemplo, este país que se ha convertido en la fábrica del mundo, lo cual le ha permitido reducir drásticamente la pobreza, emitía en 1972 una gigatonelada de CO₂. Veinte años más tarde emitía 3 y en 2021 ha emitido 12 (una tercera parte del total mundial). El resto de Asia (sin China e India) ya emite más de 7 gigatoneladas, de las cuales Japón emite 1. A su lado, la UE27, que registró su máximo de emisiones en 1979, con 4 gigatoneladas, no ha parado de reducirlas, hasta situarse actualmente en 2,5. Los Estados Unidos en el mismo periodo de 50 años emiten de manera bastante constante 5 gigatoneladas de CO₂ cada año.

Es evidente que la progresión global de las emisiones va en paralelo a la incorporación de nuevos países a lo que denominamos desarrollo económico. Esta incorporación se hace siguiendo los patrones sobre los cuales descansaron desde el inicio de la industrialización los países más adelantados, eso es, primero el carbón y después el petróleo y el gas natural. Tantos años hace que esto va así, que las emisiones de CO₂ acumuladas que hay en la atmósfera desde 1751 se deben, en primer lugar, a los Estados Unidos (25% del total) y a Europa (22%). China e India, que llevan ritmos de emisiones aceleradísimos, ya empiezan a ser significativos en el CO₂ histórico acumulado. El panorama global, siendo grave, todavía puede ser peor en la medida que la mayoría de expertos coinciden en señalar que todavía no se ha alcanzado el punto más alto de emisiones, que seguirá creciendo.

El cambio climático empeorará mientras las energías renovables no alcancen niveles muchísimo superiores a los actuales y las sociedades no adapten sistemas de producción y hábitos de consumo a las posibilidades que ofrecen estas energías. La alternativa sería que se descubrieran formas alternativas de producir energía, pero eso parece que queda lejos.

Mientras tanto, el planeta tal como lo conocíamos hasta ahora se va a la deriva. Y con él, los principales causantes del fenómeno, la especie humana. Bueno, nuestra generación no sufrirá todas las consecuencias, porque lo peor lo sufrirán las generaciones que vienen detrás. Qué legado más lamentable. Miraremos a nuestros nietos a los ojos cuando nos pregunten: ¿pero qué planeta nos habéis dejado?

Modest Guinjoan, economista

 

(Cuatro de los indicadores clave para medir la emergencia climática batieron récords el año pasado, y tres relacionados con los océanos. La temperatura del agua, la acidificación y la subida del nivel del mar llegaron a máximos sin precedentes en el año que hemos dejado atrás, según el informe publicado este martes por la Organización Mundial de Meteorología (OMM). El cuarto indicador que batió récords fue la acumulación de gases de efecto invernadero, que sigue subiendo año tras año y que en el 2021 llegó ya a las 413 partes por millón (ppm) de CO₂ a la atmósfera, un 146% más que en la época preindustrial.

A lo largo del 2021, la temperatura global del planeta subió hasta 1,1 °C respecto de la época preindustrial, un hecho que ya llevó el OMM a advertir hace solo una semana que el límite fijado al Acuerdo de París de 1,5 °C de calentamiento global podría llegar a superarse (hay una probabilidad del 50%) antes del 2026.

Más de la mitad de las enfermedades infecciosas se han visto agravadas los últimos años por la emergencia climática, que ha intensificado la interacción entre los seres humanos y los microorganismos que las causan: los virus, las bacterias, los hongos y los parásitos. La emisión de gases de efecto invernadero y sus consecuencias, como el calentamiento del planeta, la deforestación, las inundaciones o las sequías, por ejemplo, se convierten en un vivero de nuevas amenazas de salud pública: en concreto, el calentamiento del planeta se relaciona con 160 enfermedades.)