¿Impedir expresar ciertas ideas en una determinada plataforma de música por streaming es censura o hay ideas "peligrosas" para la vida de las personas que hay que evitar que puedan ser transmitidas? ¿Cuando 300 científicos avisan que hay un señor que se llama Joe Rogan que cuelga en Spotify podcats antivacunas y conspiranoicos que dañan la confianza en la investigación médica -aparte de ser mentiras basadas en supercherías-, hay que tomar alguna medida o se deben permitir?

Sí, una respuesta puede ser que con la cantidad de mentiras y manipulaciones que aparecen cada día en los medios y que son creadas para ser consumidas como tales, ¿por qué unas tienen que poder ser manifestadas y las otras no? ¿Dónde ponemos la línea y, sobre todo, eso quién lo decide? Bien, quizás uno de los límites sería cuando estas falsedades afectan directamente a la vida y la salud del conjunto de la sociedad. Sobre quien lo decide, en este caso es el canal de transmisión, que es una empresa bastante mayorcita como para decidir qué hace.

Y aquí es cuando un músico como Neil Young va y ejerce su derecho a no estar en un lugar donde no te sientes a gusto y anuncia que se va de Spotify. De momento sólo le ha seguido Joni Mitchell, una cosa que me sorprende porque esperaba muchas más reacciones. La de Miguel Bosé no, precisamente. Ni tampoco la de Eric Clapton, que parece ser que también transita por el lado oscuro. Pero la de algunos otros, sí. De momento la decisión no ha provocado ninguna reacción de la plataforma de música por streaming pero, ¿qué pasará si se siguen marchando músicos? Bien, dependiendo de cuáles sean, les será soportable. En todo caso al final seguro que la cosa tendrá que ver con el bolsillo y no con los ideales o la verdad. Porque la verdad se defiende a partir de la cantidad de clientes que pierdes. Pasa como con las polémicas que hay en aquellos programas de TV basura que van centrifugando sin ningún problema mierda y más mierda hasta que se pasan con la dosis y provocan la huida de los anunciantes. Por mucha audiencia que generen, sin ingresos no hay negocio. Y sin negocio, adiós programa. Sin publicidad o en el caso que nos ocupa sin contenidos y sin clientes, entonces sí que se ha acabado la história de verdad.

Y también tiene que ver con el negocio de la imagen de marca, que no es directamente económico pero en el mundo de lo políticamente correcto y de la reputación por encima de todo afecta al valor de las compañías. ¿Una multinacional de ocio, de consumo amable y familiar y que quiere ser intergeneracional, qué prefiere? ¿Que la asocien con el negacionismo o que lo combate? Si difundir ideas antivacunas afecta su reputación y, por lo tanto, eso perjudica su imagen, que es una cosa que también vale dinero, ¿qué hará? Y después habrá que ver, también y sobre todo, cómo influye todo esto en la operación Barça.

El club azulgrana está a punto de cerrar, dicen, un acuerdo de patrocinio con la plataforma sueca de 65 millones de euros anuales para llevar su nombre en la camiseta y, quizás, también para poner su nombre en el campo, que podría pasar a llamarse Camp Nou Spotify. ¿Si la polémica va a más, el Barça está dispuesto a lucir una marca que la gente relaciona con el negacionismo? ¿Por mucho que le paguen, pasearán un nombre con un prestigio que ahora mismo es muy mejorable y que puede ir a peor?

¿Qué prefiere Spotify, dar voz a un negacionista que, sí, le aporta muchas visitas de sus seguidores, que son un público muy fiel y muy militante, o perder los músicos que le proporcionan el contenido y clientes que están allí para oír música y que no entienden que pintan allí podcasts apocalípticos? Dependiendo de la respuesta, quizás estemos ante el fin de Spotify.