Yo, si quiere que le diga la verdad, con Pedro Sánchez me he perdido. Del todo. Hacía días que estaba calladito (él), pero desde que salió la encuesta del CIS y le daba un resultado como el del Real Madrid en la Liga y en la Copa del Rey de fútbol, el hombre habla incluso bajo el agua. Y el problema es que dice cosas muy diferentes a las que decía no hace mucho. Y de ahí mi desconcierto. Pero me temo que también el suyo. Expresar cosas tan diferentes en tan poco tiempo no puede ser bueno para la salud. De ninguna de las maneras.

En el último congreso del PSOE, Pedro Sánchez defendió que España era una nación de naciones y apostó por un estado federal. Cuatro meses después, el pasado 11 de octubre, dijo que, a cambio de apoyarlo en la aplicación del 155, había conseguido de Mariano Rajoy un acuerdo para reformar la Constitución.

Pues bien, eso de la nación de naciones en dos días cayó más abajo que el interés de Pablo Iglesias por los pisos de menos de 80 metros cuadrados. Y lo de la reforma, poco más o menos. Se constituyó la comisión, sí, pero así como para destacar dos detallitos: 1/ ninguno de los "expertos" que ha pasado ha defendido la reforma propuesta por Sánchez y 2/ desde un buen comienzo no participaron Podemos, Esquerrra, el PDeCAT, Compromís, el PNV ni Bildu. Y Ciudadanos se marchó posteriormente. Vaya, un éxito comparable al de Llarena con la euroorden.

Pero el Sánchez de la última semana se ha superado a sí mismo y, poniéndose en la cabeza un pañuelo con cuatro nudos, ha decidido montar "Pedro Gotera y Otilio, reformas a domicilio". Y oiga, no para de proponer reformas y más reformas que son como una pastelería durante la Cuaresma, porque son un buñuelo tras otro.

Sánchez quiere cambiar el Código Penal para adaptar el delito de rebelión a medida de los indepes. Sí, cree que tal como está tipificado ahora solo sirve para castigar golpes de Estado militares. Bien, pues si eso es así, está reconociendo que a los nueve encarcelados preventivamente por Llarena se les ha aplicado el delito de rebelión inadecuadamente y de una manera injusta, porque ninguno de ellos ha dado un golpe de Estado militar. Y también reconoce la arbitrariedad del juez. Si pretende cambiar la ley para condenarlos, quiere decir que con la ley actual no tendrían que estar en prisión. Buñuelo de viento.

Sánchez quiere que sea obligatorio acatar la Constitución en los juramentos de cargos políticos. Bien, el TC avaló en su momento que la Constitución pueda ser prometida "por imperativo legal". Buñuelo del Empordà.

Sánchez quiere que la Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación que se tramita en el Congreso sancione las "actitudes discriminatorias" como las del president Torra en sus tuits y artículos. Lamentablemente para Sánchez, SOS Racismo ha dicho que no percibe racismo ni en los tuits ni en los artículos. Buñuelo de crema.

Sánchez, que ve racismo donde las organizaciones nacidas para combatirlo no lo ven, se agarra a su error del punto anterior para calificar de xenófobos, supremacistas y de extrema derecha a Quim Torra individualmente y a todo el independentismo colectivamente. Y para decir que el president es el Le Pen catalán. Y aquí el buñuelo ya se le ha quemado.

Finamente, Sánchez "no descarta" intervenir los medios de comunicación públicos catalanes a través de la aplicación "de un nuevo 155". ¿Nuevo? ¿Pero el 155 es como el Testamento, que está el Antiguo y el Nuevo? Y eso de intervenir los medios, ¿qué quiere decir? ¿Presentará FAQs? ¿Saldrá con Tomàs Molina a hacer el tiempo? ¿Escribirá los guiones del programa de Toni Soler? ¿Irá por el mundo a tocar la guitarrita con el guiri del Katalonski?

Ojo, que quizás este sea su futuro. El de Sánchez. Porque como líder del PSOE no sé yo si tiene mucho...