Radiografía rápida de la profesión periodística cuando estamos a punto de llegar al año 2020: el clic lo es todo. Sin clics no sobrevives. Eso hace que los medios de comunicación no informen sino que intenten vender su producto antes de que lo haga el competidor. Y con la venta de actualidad sucede lo mismo que con la merienda de los niños. ¿Qué es más goloso, un pastel o un brócoli? Pues los lectores son como los niños y prefieren mayoritariamente pastel, que engorda pero le provoca placer.

Eso explica que, sobre todo en las televisiones, vayan tan buscados los tertulianos polémicos. Se sabe quiénes son porque en cada palabra excretada incluyen tres insultos, seis mentiras, catorce manipulaciones y un sectarismo tan superlativo que el ser humano todavía no ha sido capaz de inventar un método para poder medirlo. El batiburrillo es letal porque estimula a "sus" espectadores a que se queden pegados a la pantalla absolutamente fascinados y cabrea a los espectadores que piensan como "los otros", que también se quedan enganchados, pero para vomitar improperios.

No es información, es entretenimiento. No es periodismo, es espectáculo. Es un pastel tras otro hasta que el espectador explota de un ataque de azúcar en pleno cerebro.

Y es así como en las mesas de opinión se sientan traficantes de información proveniente de las cloacas del Estado, buscavidas que venden humo, gente conflictiva con quien es recomendable no tener ningún tipo de contacto fuera del plató, manipuladores sin ningún escrúpulo a quienes no les importa ir arruinando la vida de gente inocente y vendedores de elixires mágicos que no sólo mienten deliberadamente sino que se inventan las entrevistas.

Todo esto es un preámbulo para intentar ayudar a entender por qué Vox ha anunciado que seguirá vetando la presencia en sus sedes de según qué periodistas molestos y que no suceda nada.

La excusa de los ultraderechistas es que hay medios que mienten cuando hablan de ellos, cosa que viniendo de este partido tiene mucho mérito. Por la cosa de la mentira, me vengo a referir. Ya intentaron la censura durante la campaña pero la Junta Electoral Central, invocando el artículo 66.2 de la Ley Electoral, les dijo que "los medios privados están obligados a informar respetando los principios de pluralismo, igualdad, proporcionalidad y neutralidad, un mandato que difícilmente podrían cumplir si las formaciones políticas pudieran discriminar entre unos medios y los otros a la hora de acceder a sus actos públicos de campaña". Pues bien, ahora Vox va más allá y afirma que si los obligan a aceptar a los medios críticos, dejarán de hacer ruedas de prensa. Y eso, naturalmente, les iría perfecto porque así evitarían definitivamente que alguien les hiciera preguntas incómodas.

Si este fuera un país normal, con unos medios de comunicación normales en manos de empresas normales, con periodistas normales y no periodistas hooligans que trabajan para los partidos y no para los ciudadanos, este debate se habría acabado rápido. ¿Que Vox no quiere periodistas incómodos? Pues toda la profesión se planta y no se informa de Vox. Ni un solo segundo. Cero. Nada. Vox deja de existir en los medios. Ninguna mención, ninguna información, ninguna entrevista, ninguna referencia a su actividad parlamentaria. Y si hay un debate en el Congreso, cuando llega su turno se emiten otros contenidos. Y, venga, que se espabilen a mentir y a manipular en Twitter y en Facebook, a ver qué sucede.

Lamentablemente eso no será así porque muchos de los perfiles de periodistas citados más arriba son de Vox, porque hay empresas que no sólo simpatizan sino que son Vox y porque hablar de Vox da clics y audiencia. Y por lo tanto, dinero.