Halbe Zijlstra ha sido ministro holandés de Exteriores hasta este martes, día en que ha dimitido. ¿Por qué? Por mentir sobre una conversación que él decía haber mantenido con Vladímir Putin en su casa y que nunca existió.

Zijlstra había explicado varias veces un encuentro mantenido el año 2006 con el líder ruso donde este habría expuesto su intención de anexionarse Kazajistán y Ucrania para formar "la gran Rusia". Once años después ha resultado que él no estaba presente en la conversación sino que la referencia era un exdirectivo de la Shell que sí que estaba. Pero ahora resulta que ni eso. Este ejecutivo ha enviado una carta a los medios holandeses negando que Putin dijera exactamente eso.

Total, una doble gran mentira agravada porque Zijlstra había acusado repetidamente a Rusia de propagar fake news y porque justamente esta semana tenía que entrevistarse con el ministro ruso de Exteriores.

Eso pasa dos semanas después de que Michael Bates, secretario de Desarrollo Internacional del Reino Unido, dimitiera por llegar dos minutos tarde a una pregunta parlamentaria en la Cámara de los Lores. Dimisión finalmente rechazada por Theresa May al "no considerarla necesaria".

¿Demasiada penitencia para tan poco pecado? ¿Sobre todo en comparación con España, donde no se van ni con salfumán? ¿Dónde situamos el listón? ¿Repasamos otras dimisiones?

Agosto del 2017. La ministra sueca de Educación Secundaria y para Adultos, Aida Hadzialic, se va tras haber dado positivo en un control de alcoholemia. Marcó un 0,2, el mínimo en aquel país para ser considerado delito.

Febrero del 2012. El ministro británico de Energía, Chris Huhne, dimite al saberse que el año 2003 un radar había pillado su coche circulando a 111 km/h por una zona limitada a 80. Para evitar perder los puntos, Huhne pactó con la que entonces era su esposa que ella confesara ser la conductora.

Año 2011. El ministro de Defensa alemán, Karl Theodor zu Guttenberg, renuncia al cargo por haber plagiado parte de su tesis doctoral.

Año 2008. Saera Khan, diputada del Partido Laborista noruego anuncia que no se presentará a las elecciones después de saberse que había realizado 793 llamadas a servicios de videncia, con una duración total de 133 horas, y que las había facturado al Parlamento. Antes de marcharse, devolvió el dinero.

Y ahora, vamos a España con dimisiones no relacionadas directamente y nominalmente con la corrupción. Empezamos por el PSOE.

Año 1991, dimisión de Alfonso Guerra por el escándalo de corrupción de su hermano Juan. Año 1992, dimisión del ministro de Sanidad, Julián García Valverde, acusado de la venta irregular de unos terrenos por parte de RENFE cuando él presidía la compañía. Año 1993, José Luís Corcuera abandona el cargo de ministro del Interior después de haber dicho que se marcharía si el Tribunal Constitucional declaraba inconstitucional una parte de su ley de Seguridad Ciudadana (conocida como la de la patada en la puerta). Y el TC declaró inconstitucional parte de la ley... Su sucesor, Antoni Asunción, tuvo que dimitir cinco meses después de llegar al cargo por sentirse responsable de la fuga a Laos del entonces director general de la Guardia Civil, Luís Roldán. Año 1995, dimiten el vicepresidente Narcís Serra y el ministro de Defensa Julián García Vargas por las escuchas ilegales del CESID. Año 2009, el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, tiene que renunciar al saberse que había participado en una cacería con Baltasar Garzón cuando este se encargaba de la operación por el caso Gürtel.

Y ahora vamos al PP. Año 2000, el ministro de Trabajo, Manuel Pimentel, dimite porque la mujer del director general de Migraciones era propietaria de una empresa de formación que obtuvo fondos públicos. Y año 2015, la líder del PP vasco, Arantza Quiroga, renuncia dos meses antes de las elecciones generales tras ser desautorizada y desacreditada por la dirección estatal cuando intentó crear una ponencia llamada "Libertad y Convivencia" destinada a buscar vías de paz en Euskadi, y donde intentó que estuviera EH Bildu.

En Catalunya, uno de los casos que removió más las tranquilas aguas del pujolismo, aquel llamado oasis, sucedió en junio de 1995. Jaume Roma, entonces conseller de Política Territorial y Obras Públicas, dimitió después de 206 días en el cargo acusado de un presunto delito de tráfico de influencias a favor de una empresa que le había construido un chalet. El año 2001, la Audiencia de BCN archivó el caso.

Total, que aquí, ¿dimite gente? Sí, alguna. ¿Pero, verdad que tenemos la sensación de que el listón está muy alto? Sí, desapareció mucha gente de la cúpula del PSOE, incluidos dos vicepresidentes, pero Felipe González resistió con el GAL. Y en el PP, Aznar aguantó con las armas de destrucción masiva en Irak y Rajoy con la corrupción en Madrid, en Valencia y en su propia sede central, donde las obras se pagaban en negro.

El problema es que más arriba de Lyon dimiten porque la gente se lo exige y aquí les siguen votando. O sea que, menos quejarnos de lo que permitimos y más asumir que la culpa es nuestra.