Todo el mundo lo sabía. Y esta vez sí que era todo el mundo de verdad. Y el "todo el mundo" incluye todos los periodistas deportivos y la inmensa mayoría de los de otros ámbitos de la información. Cuando los de la profesión nos lo íbamos comunicando entre nosotros la reacción era la única posible en estos casos y mezclaba impotencia, solidaridad, comprensión y ternura. Y el único comentario era no hacer ningún comentario.

Es que no había nada que decir y sólo quedaba esperar. Los creyentes en un milagro, los no creyentes en que la medicina consiguiera lo inesperado y la medicina en que pasara alguna cosa inesperada que cambiara el signo de la enfermedad.

Luis Enrique nunca ha tenido buena relación con la prensa. Ni la mayoría de la prensa con él. Pero la prensa, toda, lo ha respetado. TODA. Y sin decírselo entre sí. No ha habido consignas. A medida que lo iban sabiendo, la gente demostraba la suficiente humanidad y empatía moral como para mantener un respeto absoluto hacia la discreción con la que el exjugador y ahora entrenador decidió gestionar la cuestión. Incluso sus enemigos más íntimos.

Y ahora pregunto: ¿si esta vez ha sido así, por qué no lo es siempre? ¿Por qué no se respeta a la gente que quiere discreción? O mejor dicho, ¿por qué no se respecta a la gente en general? Incluso los que no se lo merecen. ¿Por qué no marcamos una línea roja y nos comprometemos a no cruzarla? Pero no alguna vez y un poquito sino nunca y nadie.

¿Por qué los medios y la gente que trabaja en ellos no muestran con todo el mundo la misma humanidad y respeto que han mostrado por Luis Enrique y su familia? Si es que este caso demuestra que se puede hacer. ¿Y si se puede hacer, por qué no lo hacemos? Si es que ha quedado claro que es posible ser personas y no energúmenos manejando un teclado, posesos excretando barbaridades guturales en un medio audiovisual, o desperdicios sociales apretando el botoncito rojo del REC donde no toca.

Sí, es cierto que quizás el silencio ha sido motivado porque al ser una niña existía el miedo de recibir una reacción de rechazo social contra quien manoseara la cuestión. Quizás sí. En todo caso, si a los que juntamos letras nos tocaba la parte del respeto, a usted le toca esta otra parte, la de no aceptar que se crucen ciertas líneas rojas. ¿Cómo? Pues ignorando a quien lo haga. Si nadie consume cierto tipo de productos, estos productos dejan de fabricarse. Sean chiclés, calcetines o noticias.

Mientras la gente "compre" según qué, existirá este según qué. Y si cuando alguien hace este según qué recibe el rechazo unánime de la gente, la segunda vez se guardará bastante de hacerlo. Y entonces habremos acabado para siempre con el según qué. Y casos como el de Luis Enrique no serán una excepción.