Se ha decretado que ya no hay conflicto político y que las brasas que quedan pueden apagarse con una pista de aeropuerto que no será y unos JJOO de invierno a compartir con Aragón. O no han entendido nada o hacen ver que no lo quieren entender. Porque no, las causas todavía están. Quizás la gente no saldrá mañana a quemar contenedores, pero en la cocina de casa siguen teniendo cerillas. Porque es que esto no va de 30 aviones más saludando los patos de la Ricarda ni de inversiones que anuncian con majorettes y de las cuales al final ejecutan un 20%. Y una de las causas del conflicto es la lengua. Y las ganas de Madrit (concepto) de aniquilarla. El último ejemplo es la denominada "Ley española del audiovisual" y que podría llamarse también "Madrid, hub del español".

El aznarismo creó el concepto Madrid DF, consistente en una megaciudad que ocuparía toda España menos las zonas periféricas que pudieran resistir porque tenían posibilidades de generar una cierta economía autónoma. O sea, Galicia, Euskadi, Catalunya y el arco mediterráneo y Mallorca. El resto, "too pa mi". Por cierto, curiosamente eso que denominan "la España vacía" está encantada de votar a quien los desertiza, inquietante... Pero no nos desviemos de la cosa. El caso es que para construir el proyecto, hay que chuparlo todo. Y de aquí viene este MegaMadrid metropolitano con una M90 que una Pina de Ebro, Requena, Despeñaperros, Zafra, Ponferrada, Miranda de Ebro y, nuevamente, Pina.

Y dentro de este círculo hay que poner de todo, incluida una industria audiovisual muy potente que pueda vender productos a las grandes plataformas de televisión de pago. Y eso, piensan, no se puede hacer con lenguas "regionales" y "minoritarias". El proyecto es competir con el inglés y eso se debe hacer en español. Y si le añadimos que la sensibilidad plurilingüística es comparable a la de una ameba, ya tenemos explicado de qué va realmente la "Ley española del audiovisual" o "Hub del español".

¿Y para afrontar esta absorción cultural vía consumo audiovisual, nosotros qué estamos haciendo? Pues los unos niegan la realidad y dicen que todo va muy bien, los otros creen que no hay nada que hacer y lo quieren dejar estar y en los despachos se pelean a ver a quien se pone la medalla de la solución que dicen que llegará, los unos gracias a ellos y los otros también gracias a ellos. Como ve, un panorama que podríamos definir de Umtitiniano. O sea, para mear y no echar gota.

Pero, como sucedía en las películas del oeste donde en el último momento llegaba la caballería, o en las de Tarzán y Avatar, donde llegaba la fuerza de la selva, aquí nos salvarán los defensores del bilingüismo constitucional. Porque el bilingüismo constitucional audiovisual no es como el horario de los bancos, que lo eres de ocho y cuarto a dos o dos y media. No, si lo eres, lo eres siempre. Ya lo dice (su) Biblia en el artículo 3 punto 3: "La riqueza de las diferentes modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección".

Por lo tanto, tranquilis, lis militantis del bilingüismo trabajarán sin descanso para conseguir que Netflix y los otros no paren de comprar y de emitir producciones en catalán. Y también en vasco y gallego. Segurísimo. Porque ahora tienen la oportunidad de demostrar que era cierto aquello que han estado repitiendo durante muchos años de que la lengua que hablan 560 millones de personas estaba a punto de desaparecer a manos de la que, yendo bien, hablan 10 millones. Y, como que seguro que no nos han estado mintiendo, ni mucho menos, esta lengua, la (muy) pequeña, es la que tiene que seguir imponiéndose, ¿no? Y, sobre todo, no dudo de que colaborarán aportando la misma cantidad de dinero que durante este tiempo han gastado defendiendo el español. Vaya, que pongo la mano al fuego. Y parte del pie.