Cada día que voy hacia la redacción de El Nacional paso por una esquina entre dos calles con mucho movimiento. De coches y de gente. Al lado del paso de peatones hay un bar con una terraza exterior protegida del asfalto por unas jardineras negras que contienen unas plantas de unos dos metros de alto. A continuación está el vado de salida del aparcamiento del edificio.

El domingo a las 8 de la mañana yo estaba allí, pero en el otro lado de la calle. De manera tal que tenía la persiana del bar, las jardineras y el vado de frente. Como puede imaginar, aquel día y a aquella hora, muy pocos coches y ningún peatón. Y si estaba allí era porque habíamos quedado para ir a La Seu d'Urgell a gravar con Eugeni Celery la sección de quesos del diario y estaba esperando que bajara Robert, el responsable de vídeo del diario, con el equipo de grabación.

Mientras él llegaba, observé a un taxista situado en doble fila, justo donde acaba el vado, y hablando por el móvil. Lo noté muy alterado y pensé que estaba esperando a un cliente que no llegaba y que hablaba con su central. Decidí aprovechar para ir a buscar un café a un bar situado un poquito más arriba. Por lo tanto, tenía que cruzar la calle y dejar la terraza y al taxista a mi derecha. Cuando estaba a media calle, el taxista me gritó: "¡no pase, no pase por aquí!". Como no entendía lo qué me estaba diciendo, fui hacia él, por el lado del asfalto, dejando la jardinera a mi izquierda. Cuando estaba a punto de llegar a su altura me volvió a gritar, esta vez con una cara desencajada: "quieto, quieto. No pise aquí, que se ha tirado" y me señaló en dirección a la parte posterior de la jardinera y a una zona del vado.

Le ahorro detalles, pero el taxista me explicó que justo cuando giraba el cruce había visto caerse el cuerpo. Si él no hubiera pasado en aquel momento, las jardineras habrían protegido los restos hasta que vaya a usted quien habría pasado por la acera y habría tenido el susto de su vida. Total, que en dos minutos llegaron una ambulancia del SEM y el Mossos, que se hicieron cargo de la situación. Nosotros nos fuimos. El taxista también.

Una parte del viaje estuve pensando en aquella persona que había tomado la decisión que había tomado. ¿Cómo habría sido la noche? ¿Qué habría pasado por su cabeza? ¿Qué debió angustiarla? ¿Era tan grave como para hacer lo que había hecho? ¿Qué impulsa a una persona a hacer una cosa así? Bueno, reflexiones sobre la complejidad de la mente humana... Y también pensé en el taxista. En el impacto emocional que habría sufrido y en cómo lo habría afrontado. ¿Se habría marchado a casa para reponerse? ¿Siguió trabajando?

Ayer lunes volví a pasar por el cruce. Y me detuve en el paso de peatones. Y no pude evitar mirar de reojo, con un cierto miedo y un gran respeto, hacia la zona de la caída. La terraza estaba montada y una de las mesas estaba justo encima del lugar exacto. Una pareja tomaba un café y charlaba animadamente aprovechando que hacía sol y una buena temperatura. No pude evitar pensar en la cruel realidad de dos personas ignorando la tragedia que había sucedido allí mismo 24 horas antes. Por la acera pasaba mucha gente y del vado salían coches. La vida continuaba ajena al drama. Allí mismo había desaparecido la angustia de una persona y todo seguía igual ignorando su padecimiento. Y sin ninguna memoria. Para toda aquella gente, allí no había pasado nada.

Y entonces pensé en los posibles familiares o amigos de quien había muerto. Y tiene que ser muy duro. Por el dolor provocado por la pérdida y por pensar el resto de tu vida que podrías haber hecho alguna cosa para evitarla. Terrible. Quien toma la decisión lo hace para liberarse de sus fantasmas, pero...¿y quien queda? Bufff...

Sí, la vida es dura. Y complicada. Y a veces no todo es negro sino que, además, lo ves muy negro. Y, como la vida no viene con manual de instrucciones, no ves la salida. En este mismo momento debe haber mucha gente que lo está pasando mal y delante suyo sólo ve una montaña o la montaña que se ha construido. Y quizás se plantea acabar con aquel padecimiento que le paraliza.

Cuando pasa eso, que pasa más a menudo de lo que algunos se piensan, ¿cómo tenemos que afrontarlo? La gran lección de lo que vi el lunes es que al día siguiente de las noches más oscuras siempre abren el bar y montan la terraza. Y hace sol. Y existe alguien con quien tomar un café y reír. En el mismo lugar, en el mismo lugar exacto, en 24 horas pasamos de una terrible decisión de alguien a la alegría de vivir. De la oscuridad a la luz. Y ante la duda, SIEMPRE, oiga, ¡viva la luz!

Y en aquella terraza, la vida continúa ajena a la tragedia y gritando a la vida. Aunque quién la ocupe, lo ignore...