En un lado del cuadrilátero un PP desatado. Hoy mismo su vicesecretaria de organización, Ana Beltrán, excretaba por las esquinas que los indultos "de Pedro Sánchez" son "una traición a los españoles" y una "puñalada a España por la espalda" porque "para este gobierno la unidad de España no tiene ningún valor". Vaya, nada nuevo en este lenguaje donde tanto da cien como cien mil.

En medio, los medios de comunicación de la España Eterna. Sobre todo los de papel. Pero también algunos digitales, que ha quedado acreditado que fueron financiados directamente por el PP con dinero negro y siguen existiendo como si nada. Horripilante. Para la democracia y tal. Y allí están disparando bilis cada día. Por aspersión. Para preparar a la opinión pública de la España del trigo en el no a los indultos y el sí a la venganza. Al precio que sea. De hecho, tanto les da la imagen de la justicia del Reino. Y la de sus cuerpos de seguridad. Y la de los propios medios. "¡Yo, por España, MA-TO"!.

Y en el otro lado Pedro Sánchez, que no el PSOE histórico, que es otra cosa. Y absolutamente distante. Y opuesto. Un sarcófago tan apolillado que cuándo se abre, y por comparación, Tutankhamon se convierte en mister camiseta mojada de la discoteca La Cueva de Venta de Baños. Por unos motivos que, en principio, tienen que ver con seguir consiguiendo el apoyo de una parte del independentismo, se ha tirado la piscina de los indultos. Para poder seguir gobernando. Si antes no le cortan la cabeza, claro. Voluntarios no faltan. Sólo con los citados, ahora mismo hay más guillotinas que cuello. Pero volvamos a los del medio. A los medios. A los del otro lado. A los que pasan para ser "de Sánchez" y resulta que tienen una línea editorial 100% sarcófago. Hoy el más señalado de todos editorializa sobre la cosa. Dice que "las razones para rechazar el indulto son de peso" pero España tiene pendiente resolver "el conflicto en Catalunya" y eso se puede intentar con el "mantenimiento pasivo del statu quo o mediante el diálogo". Esto último no garantiza "efectos positivos" pero hay pruebas que el "no a todo de gobiernos anteriores ha favorecido el crecimiento independentista". Por lo tanto, hacen falta iniciativas políticas que rebajen la tensión. Y los indultos lo pueden conseguir. Ahora bien, "esta medida de gracia no se debe entender como un gesto con los líderes independentistas, de los que la democracia no puede esperar nada, sino un gesto de concordia hacia los ciudadanos de Catalunya" y por eso "hay que mantener la inhabilitación". Los indultos ofrecerán a la sociedad catalana "un marco de convivencia y una generosa voluntad de curar las heridas. Un gesto que sólo una democracia sólida puede ofrecer, la misma que los condenados pretendieron destruir. Estos no lo apreciarán. Los catalanes sí".

O sea, los indultos son para rehacer puentes, pero ninguna autocrítica sobre los motivos por los cuales llegamos a aquella situación. Ni por como el Estado vulneró la ley. Ni por la falsificación de pretendidas pruebas que sirvieron para construir el relato. Ni por los flagrantes falsos testimonios aportados en el juicio. Ni por una sentencia que jurídicamente no se sostiene ante ningún escrutinio imparcial, como ya se ha visto cuándo han tenido que pronunciarse las justicias belga, suiza, alemana o británica. Y justamente de aquí es de donde les llora la criatura.

Pedro Sánchez necesita los indepes para gobernar, pero por un motivo que quizás tiene que ver con una razón de Estado superior, quiere evitar que su sistema judicial sea vapuleado en Europa. O directamente humillado. Y quizás alguien ha decidido que el castigo desproporcionado a los indepes ya ha tenido su efecto y ahora hay que abrir el paraguas para evitar quedar empapados con la tormenta que les caerá encima por la vía de los derechos humanos. Que, servir-servir, la condena no servirá de nada porque ninguno de los responsables del despropósito pagará por todo aquello, pero un Estado que pasa por democrático tiene que ser como aquello de la mujer de Cèsar. Y la hicieron tan gorda que la hostia les girará la cara. La de la reputación de su sistema judicial.

Y aquí es donde tenemos que decidir si seguimos hasta el final de esta vía y ya se lo harán u optamos por "la concordia" que reclaman los que no piensan pedir perdón por nada y que, además, nos tratan con la suficiencia de la superioridad moral. Como "ellos" dicen, un gesto que sólo una democracia sólida puede ofrecer, la misma que los condenadores pretendieron destruir.