Los días anteriores al 1 de octubre del 2017 el Estado estaba convencido de que no habría urnas. Pero totalmente. Pronto se explicarán los detalles. La nefasta gestión de todo aquello confirma la ignorancia absoluta que España (concepto) tenía de la realidad social catalana y prueba su grado de desconocimiento del terreno.

Si tuviéramos que geolocalizar la distancia entre el Estado y la realidad catalana, podríamos situarla, aproximadamente, en una zona a los alrededores de Raticulín. Pero ya a las afueras de lo que sería el propio planeta de la remota galaxia imaginaria.

Y si no conoces al enemigo, ni tienes ningún interés en entenderlo, quiere decir que pocas ganas tienes de solucionar las cosas sentado en una mesa.

De todo aquello podrían haber aprendido algo, pero mire, no. Como ya no aprendieron nada del postestatut, la semilla sembrada para que germinara la situación que nos ha llevado donde estamos ahora. Entonces fue el PP post 11-M quien prefirió desgastar electoralmente al PSOE con Catalunya antes que intentar entender qué monstruo habían creado. Y ya ve en qué se ha acabado convirtiendo el PP en Catalunya, en un partido residual que está a punto de desaparecer incluso del Ayuntamiento de BCN. El negocio de Roberto con las cabras.

Después del 1 de octubre el Estado pensó que las consecuencias de todo aquello eran asumibles y la situación se podría reconducir más temprano que tarde. Creían que todo era tan sencillo como aparecer en medio de la plaza Mayor y gritarle a la población "vuelvan a su casa que aquí ya no hay nada que ver". Y resulta que sí, que todavía hay mucha cosa por ver.

Para una parte muy importante de la sociedad catalana, sea cuál sea su origen o su lengua materna, unos señores entraron a su casa el día de Navidad reventando la puerta, destrozaron la vajilla de la familia, pegaron a la abuela y asustaron a los chiquillos. Y eso no es fácil de olvidar.

Algunos dicen que vienen días de distensión y que se están dando pasos en esa dirección. Pero todavía no saben que la cosa no se soluciona trayendo una vajilla nueva y regalando unos caramelitos a los niños para que se les pase el susto. Si no han entendido que la herida es mucho más profunda es que una otra vez (y ya van...) han vuelto a no entender nada. Y eso quiere decir que la distensión es imposible. Quizás sí en superficie, pero no en el núcleo.

No entender la realidad porque la desconoces es como querer afrontar los efectos de una gotera sin saber de dónde viene. Si cada vez que te cae agua del techo tú te limitas a poner un cubo y a pintar la zona afectada, del techo seguirá cayendo agua. Y mientras no llueva tú podrás ir diciendo que el problema está solucionado, pero autoengañarse es la invitación al fracaso. Bien, y a que un día te caiga el techo en la cabeza.

El problema es que para salvar su España, no la España de todos los españoles, que es una cosa diferente, el Estado está dispuesto a lo que haga falta. Porque les va la subsistencia. Social y, sobre todo, económica. Y eso quiere decir mucho sufrimiento más. Aún más. Para los catalanes, que ya somos conscientes de ello, pero también para los españoles que no son Estado. Y lo más terrible para su futuro es que ellos eso todavía no lo saben.