No se puede ni imaginar la pereza que me da hablar del personaje. Sobre todo porque es demasiado fácil y demasiado tentador, en general. Hacer un artículo en contra de Josep Borrell es éxito seguro y, hombre, mejor arriesgar un poquito, ¿no cree? Pero, superemos el pesar y aprovechemos su última barbaridad para analizar las carreras de aquellos que, como él, son profesionales de provocar incendios allí donde van y que siguen yendo porque los siguen enviando.

La última barbaridad del actual alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior ha consistido en aprovechar un acto con José Manuel García Margallo, su predecesor al cargo de ministro de exteriores español, para desbarrar sobre cambio climático. Bajo el concepto que él llamó "Greta Thumberg", aprovechó para hacer cuñadismo con el siguiente argumento: "Está bien salir a manifestarse hasta que te piden contribuir a pagarlo. Me gustaría saber si los jóvenes que salen a manifestarse a Berlín son conscientes de cuánto valen estas medidas y si están dispuestos a rebajar su nivel de vida por subsidiar a los mineros polacos". Naturalmente no perderemos ni una milésima de segundo en criticar un argumento propio de quien ya chochea, porque hay tantos ámbitos por dónde hacerlo que sólo de pensarlo, la cosa provoca bostezos. Pero convenía situar la chispa inicial para poder decir que la Comisión Europea rápidamente se ha desmarcado y que después de una llamada al orden de Teresa Ribera, ministra española de Transición Ecológica, Borrell ha tenido que rectificar. Y diciendo eso dejamos el tema en el sitio preciso para proceder a comentar lo que denominaremos Borrellismo Constitucional.

El próximo abril, Josep Borrell cumplirá 73 años. Ocupa cargos públicos desde 1979, cuando entró de concejal en el pueblo madrileño de Majadahonda. Y en estos 41 años (¡¡¡CUARENTA Y UNO!!!) lo ha sido todo. Y todavía continúa en ello. Durante un tiempo hizo ver que se iba (o lo echaban), pero se apuntó a los postulados ideológicos del unionismo más radical y eso le sirvió para rehacerse. Porque, reconozcámoslo, el Estado paralelo es tan cruel y vengativo con quien decide que son sus enemigos como terriblemente agradecido con su gente. Y Borrell lo es. De los suyos. Mucho.

Total, que estamos ante el éxito de alguien que siempre ha sabido situarse en los lugares desde donde se decide quién se tiene que colocar y donde. Y a partir de aquí, siempre patada para arriba agradeciéndole unos servicios prestados que habría que saber cuáles ha sido exactamente y unos éxitos que convendría conocer. El problema es que allí donde va, siempre hay alguna polémica, algún marrón, algún despropósito, alguna impertinencia, alguna situación mejorable, algún momento de vergüenza ajena.

Y, aun así, siguen dándole cargos. Y no menores. Y él los acepta convencido de que todavía son poco por su infinita valía. Y paga la generosidad haciendo de Borrell. Porque no puede evitarlo. Porque son las cosas de la gente que está encantada de haberse conocido y que va por el mundo convencida que le debemos alguna cosa. Y así nos va.