Terrazas y más terrazas llenas de burbujas que lo eran, sí, por el forro, compartiendo los gin-tonics de después de comer. Centenares de seguidores de la Real Sociedad y del At. de Bilbao, que también entre ellos eran mucha burbuja efectivamente, haciendo el energúmeno como si a día de hoy no pasara nada y durante el último año, tampoco. Cada vez más gente por la calle con la mascarilla en la barbilla o, directamente, sin. Fiestas ilegales, como la famosa de la discoteca de Palafrugell, con 400 personas (CUATROCIENTAS) —la mayoría sin protección— con una distancia de transporte público en hora punta y la policía y los Mossos interviniendo -sólo- después de una llamada al SEM porque uno de los asistentes "no se encontraba bien". Y no, se ve que lo que tenía no era Covid y, por lo tanto, no se trataba de selección natural. Y como llega el calor y se abren las ventanas, de las casas salen cada vez más voces expresadas con un volumen alto y acompañadas de música, con un volumen también muy alto. Por personas que son tanta burbuja como la manifestada hoy, políticamente, por Jaume Alonso-Cuevillas i Laura Borràs.

Y ahora viene aquello de "la mayoría hace lo que toca y quien incumple es una minoría y hay un cansancio de la gente después de un año y bla, bla, bla". Oigan, es que la gente está hasta las narices, aparte de las irresponsabilidades individuales —cada vez más colectivas— porque es que hace un año que nos engañan. Y además nos aplican unas medidas algunas de las cuales rayan la absurdidad, son poco transparentes, nada argumentadas y que, a veces, ni quien tiene que hacerlas cumplir sabe cuáles son exactamente y cuántas excepciones hay.

Todo tenía que ir bien y eran quince días. Y resulta que todo ha ido por mal camino y ya hace más un año que siempre son quince días. De hasta que las ranas críen pelo a los años en que dentro de quince días todo estará en marcha. Y cada comparecencia es una dosis de propaganda. Consiguieron crear el concepto paulocoelhista del "saldremos mejores", pero con las vacunas lo han superado. Desde la pobre señora aquella a quien le clavaron la banderilla antes de Fin de Año hasta hoy, cada semana nos han prometido que estaríamos todos (y todas) vacunados antes de que cante el gallo. El gallo ha acabado afónico y las vacunas siguen llegando como Fernando Alonso a la línea de meta conduciendo un Fórmula 1.

Lunes. Siempre es el lunes cuando han de llegar 300 mil millones de dosis. O más. Sí, y empezaremos el régimen y nos pondremos a estudiar inglés. Pero al final no. Ah, y todos vacunados en junio. Ay no, espere, que al final será antes de acabar el verano. Bien, pero recuerde que el verano dura mucho. Y este año quizás un poquito más y todo. Es la manía de prometer, poner fechas, cuando saben que es imposible cumplirlas. Pero como somos adolescentes desorientados, hay que ir poniéndonos zanahorias.

¿Y eso de AstraZeneca, qué? La realidad había echado a los antivacunas y ahora están creando los anti-AstraZenequistas. ¡Felicidades! Ahora sí, ahora no. ¿En qué quedamos? "No, es que un señor de Pedrafita do Cebreiro ha clavado torcido un armario después de haberse vacunado". Perfecto, pues parémoslo todo. Y la ministra Margarita Robles ayudando muy fuerte en el tema de la confianza cambiándole a los militares la vacuna de AstraZeneca por la de Pfizer. Y ahora ya nos lo vemos venir. Cuando salgan las cifras de contagio de Semana Santa nos dirán que quince días más de restricciones de aquellas que no se explican ni se entienden y ya lo tenemos, porque están viniendo trillones de vacunas. Esta vez sí que sí. Y ya podremos quedar a tomar gin-tonics con la cuarta ola. Con una cañita para cada miembro de la burbuja, con el señor de Pedrafita que iba torcido porque no tenía un nivel.