Hace días que, viendo la crispación que Israel produce en Cataluña, pienso mucho en aquello que Bill Clinton dijo la última vez que nos prestó atención: el futuro será talibán o catalán. Entonces, era una frase fácil de cargar con el veneno banal y paternalista que promovía La Vanguardia. Ahora, si no queremos acabar mal, quizás sería un buen momento para cogérnosla al pie de la letra.

Solo hay que leer el último artículo de Sergi Sol en este periódico, o seguir las estridencias de la CUP, para ver que el régimen de Vichy ha encontrado en la guerra contra Hamás el gran conflicto internacional que necesita para polarizar a los tontos útiles y debilitar el país. Con los fantasmas del siglo XX agotados y caricaturizados, los explotadores de la herida catalana necesitan una excusa que nos distraiga de nuestros problemas nacionales.

Israel volverá a ser un tema importante porque es uno de los pocos Estados-nación modernos y democráticos que quedan en el mundo. Europa se está mirando de organizar como un imperio, justamente porque sus Estados-nación no pueden sobrevivir solos. El islamismo es una ideología tan imperialista como la rusa, la china, la americana o la española de los viejos tiempos. Los imperios odian el nacionalismo; Hitler y Stalin, igual que los comunistas y los fascistas españoles, despreciaban las naciones porque las consideraban un invento de tenderos.

La posición de los partidos catalanes ante los problemas de Israel tendría que ser de muchísima prudencia. Nosotros sabemos qué es vivir rodeados de imperios que te quieren exterminar, y el hecho que no hayamos salido enteros no nos tendría que provocar tanta envidia y resentimiento. Lo de Israel tiene mal arreglo y lo nuestro, también. Pero nosotros ahora vivimos en un entorno mucho más civilizado y tendríamos que calmarnos e intentar aprovecharlo para hacer políticas concretas, en vez de dedicarnos a moralizar. 

Los intentos de España de utilizar la inmigración para crear problemas de seguridad en Cataluña cada vez chocarán más con los intereses europeos

Los países europeos cada vez tendrán más incentivos para vivir en paz y para colaborar entre ellos. Cuanto más violento se vuelva el mundo, más atrás quedarán los traumas de las dos guerras mundiales, y la guerra civil española. En Madrid y Barcelona, no hemos visto grandes manifestaciones de partidarios de Hamás porque el conflicto nacional todavía está vivo, y esto incluso puede ser una noticia positiva. Los intentos de España de utilizar la inmigración para crear problemas de seguridad en Cataluña cada vez chocarán más con los intereses europeos.

Mientras escribo, leo que Sumar pide a Sánchez que reconozca el Estado palestino para investirlo. Los españoles usarán los problemas de Israel para confundir y dividir, pero la mayoría de países europeos necesitan a los judíos para poner orden su casa. Las manifestaciones multitudinarias de musulmanes en Londres, en Viena o en París, no son el principio de una época, sino justamente su final, igual que el “a por ellos” que gritan en las concentraciones de VOX y del PP. El imperialismo musulmán cada vez cohesionará más a los europeos y las élites del continente cada vez estarán menos por hostias.  

A diferencia de las élites catalanas, que no tienen país, las clases dirigentes del resto de la Unión están forjadas con el fuego del nacionalismo. No es casualidad que Polonia esté emergiendo como uno de los países fuertes de Europa. Tampoco es extraño que Sánchez tenga el apoyo de Bruselas para federalizar un poco España. A medida que la geopolítica se complique, el orden y la cohesión se volverán más importantes dentro del mundo europeo, y la democracia volverá a tener valor. Los intereses del nacionalismo catalán cada vez estarán más alineados con los países del resto del continente

Ante el imperialismo musulmán, incluso los catalanes y los castellanos nos entenderemos, igual que nos entendimos contra las locuras de Napoleón. A veces las naciones son violentas, pero tienen un espíritu más democrático que las ideologías imperialistas porque tienen límites étnicos y territoriales. No hemos intentado hacer una independencia pacífica para que ahora vengan los mismos que gritaban "ni un papel en el suelo" a dar lecciones morales con las desgracias de un pueblo que votó a Hamás

Tenemos demasiado trabajo, y demasiado poco poder, para ir haciendo ver que arreglamos el mundo a través de un conflicto en el cual no tenemos ni voz ni voto. Si los partidos de Vichy o de Madrid quieren convertir Israel en una excusa para confundir y excitar las pasiones populacheras, el nacionalismo catalán debería desmarcarse. Lo último que nos conviene son concursos de victimismo agresivo. Tal como va el mundo, nos bastará aguantar para ver como a cada cerdo le llega la hora de convertirse en un trozo de embutido.