La expresión “islamización de Occidente” se ha convertido en arma arrojadiza, más útil para alimentar el miedo que para explicar la realidad. Los discursos alarmistas han resucitado los eternos fantasmas: por ejemplo, en Francia, aunque muchos perciben que los musulmanes representan el 31% de la población, los datos oficiales sitúan la cifra real entre el 7% y el 9%.
Esta brecha entre percepción y realidad no es inocente: responde a una construcción mediática y política que explota el miedo al otro. La mayoría de musulmanes en Europa no buscan imponer la sharía ni crear califatos urbanos. Quieren trabajar, estudiar y vivir en paz. Pero los retos de integración existen: guetos urbanos, marginalidad, radicalización, discriminación. Cerrarlos en falso con discursos buenistas tampoco ayuda a la convivencia. La complejidad exige diálogo, datos y políticas eficaces.
El reto de la inmigración ilegal y las mafias
Las mafias que trafican con seres humanos explotan la desesperación y la fragilidad. Europa debe controlar sus fronteras, no por xenofobia, sino por principios: proteger a los que realmente huyen de la guerra y la miseria, impedir que la ilegalidad sea la única vía de entrada y erradicar el negocio inmoral de la trata (https://www.frontex.europa.eu/). Procesos migratorios ordenados protegen a todos, y ponen el foco donde debe estar: en la dignidad y la seguridad. Abordar esta cuestión de manera abierta, transparente y consciente, alejándonos de etiquetas, y sin miedo a plantear las cuestiones necesarias es urgente y necesario para toda la sociedad. Comenzando por los propios inmigrantes, que merecen no ser tratados como meras mercancías.
Evitar guetos: convivencia desde el barrio
La segregación urbana genera aislamiento y bloquea la mezcla social. Los guetos son resultado de políticas de vivienda, abandono escolar y falta de servicios, no de una voluntad colectiva de cerrarse al mundo. Cuando la comunidad inmigrante participa en asociaciones, apoya fiestas locales y accede a viviendas en zonas diversas, surge el encuentro y caen prejuicios.
Políticas urbanísticas inclusivas, mediadores interculturales y programas deportivos para jóvenes son algunos ejemplos que rompen círculos de exclusión. España ha tenido éxitos demostrados en integración cuando se ha apostado por estos enfoques.
La sociedad europea debe elegir: gestionar el cambio desde el miedo o desde la inteligencia, con políticas firmes y humanas que protejan lo esencial: la convivencia y los derechos de todos
Radicalización: prevenir en la escuela y la familia
El fenómeno de la radicalización de las segundas generaciones está estudiado. En España, entre 2013 y 2017, el 56,8% de los implicados en casos de yihadismo provenía de jóvenes nacidos o criados aquí. ¿Por qué? Ni la religión ni el origen son determinantes únicos. La discriminación, el desempleo, el conflicto identitario y la falta de referentes positivos sí lo son.
La prevención empieza en la escuela, con profesorado formado en pensamiento crítico y detección temprana de riesgos. Implica integrar la diversidad en los currículos y promover valores democráticos. Que los jóvenes se vean reconocidos y valorados, no estigmatizados. Y al mismo tiempo, que comprendan perfectamente los principios y valores de la sociedad en la que viven, y la importancia de saber respetarlos para una sana convivencia. Sucede en muchos casos que marcar límites se confunde con “racismo o xenofobia”, cuando en realidad, es una cuestión de respeto necesaria como base. Es interesante asomarse a ver el programa de prevención radicalización en Reino Unido
Segundas generaciones: potencial o estigma
Por cada caso de radicalización, hay cientos de jóvenes que trabajan, estudian y contribuyen a levantar el país. Ejemplos inspiradores, desde Sadiq Khan en Londres hasta las asociaciones interculturales en Almería, demuestran que la integración es posible. Visibilizar estos logros es clave para romper el estigma y proyectar referentes positivos. De la misma manera que es fundamental que la propia comunidad señale con contundencia las conductas reprochables que puedan, como ha sucedido recientemente en Torre-Pacheco, donde los propios inmigrantes han denunciado la terrible agresión que sufrió su vecino.
Construir convivencia no es sencillo ni rápido. Requiere reforzar la lucha contra las mafias, controlar la inmigración ilegal, vigilar la radicalización. Pero también apostar por la integración real: que nadie viva encerrado en guetos físicos o mentales, y que la diversidad sea vista como riqueza, no amenaza. Es esencial integrar a través de la participación en la sociedad, del conocimiento de la lengua, de las costumbres, de los valores que deben ser respetados. Tener mucho cuidado con la creación de guetos, la falta de oportunidades, y el riesgo de exclusión social, que es la que determina un factor fundamental de radicalización.
La sociedad europea debe elegir: gestionar el cambio desde el miedo o desde la inteligencia, con políticas firmes y humanas que protejan lo esencial: la convivencia y los derechos de todos. Y un último apunte: a los que apuestan por la llegada de inmigrantes para sostener la pervivencia del sistema público, esfuércense porque esa mano de obra genere puestos de trabajo con sueldos elevados que, a su vez, supongan una aportación vía impuestos que realmente sea sostenible. De lo contrario, una inmigración que venga a hacer las veces de una mano esclava, tampoco será la solución para eso que algunos quieren y pretenden vender. Apuesten por ellos, pero de verdad. Empujarles a la pobreza no es precisamente la vía para la integración, porque la desigualdad es la que genera problemas reales de convivencia, que en definitiva, son los que se tienen que resolver. La excusa de la “extrema derecha” y los “discursos racistas” no va a servirle al gobierno eternamente.