Los científicos están obligados a ser pensadores escépticos, también en relación a su propia investigación. La mayoría sueñan experimentar el máximo de "momentos eureka" a lo largo de su vida, la excitación de un descubrimiento, sea teórico o experimental, nuevo y revolucionario. Sin embargo, los sueños a menudo van asociados a insomnios al ver que aquello que creían que era un avance importante de conocimiento está amenazado por los argumentos contrarios o incrédulos de otros científicos. Son los insomnios científicos. La historia de la ciencia muestra algunos ejemplos espectaculares. Citemos tres por orden cronológico.

Uno de los momentos culminantes en el ámbito de la biología lo constituyó la publicación del Origen de las especies, de Charles Darwin (1859). La "selección natural" (incluyendo la selección sexual) ofreció por primera vez una explicación plausible de la evolución de la vida en el planeta. Darwin asumía que esta explicación requería que la edad de la Tierra fuera larga, algo que en su tiempo estaba en cuestión. Las objeciones de teólogos cristianos o de filósofos sin formación científica no representaban ningún argumento de autoridad. Y Darwin contaba con un aliado de peso, el geólogo escocés Charles Lyell, que estableció que los cambios observados en la erosión del agua y del viento o el efecto de las mareas requerían tiempo de centenares de millones de años (hoy sabemos que son unos 4.600 millones). Darwin llevaba el primer volumen del libro de Lyell en su famoso viaje a bordo del Beagle. La geología no representaba ningún problema para la teoría. Pero sí que lo fue la gran teoría física de la revolución industrial, la termodinámica.

William Thompson, el futuro lord Kelvin, argumentó que si se aplicaban los principios de la disipación del calor en la Tierra, la teoría de Darwin se volvía insostenible. Cuando perforamos la tierra, se comprueba que la temperatura aumenta. Teniendo en cuenta los puntos de fusión de las rocas y los conocimientos de conductividad térmica, la conclusión era que el planeta no podía tener una edad superior a los 400 millones de años. Thompson lo publicó en un artículo (1862). Eso era un contraargumento científico de peso. Resultado: Darwin entró en una fase de insomnio científico (desconozco si real o en sentido figurado) que lamentablemente le duró el resto de su vida, ya que desconoció el descubrimiento de la radioactividad interior de la Tierra, que restauraba la visión de Lyell-Darwin sobre la edad del planeta.

El progreso se forja también con insomnios. La vida de muchos científicos, también la de revolucionarios como Darwin, Boltzman, Bohr o Einstein está presidida por momentos eureka combinados con desasosiegos de investigación

Otros casos famosos de insomnios científicos son el de Boltzman y los de Bohr-Einstein. El primero dio una explicación estadística, con vocación de ser definitiva, del segundo principio de la termodinámica: la entropía del universo aumenta (la entropía viene a ser la calidad de la energía, cuanto más desordenada menos calidad). Esta explicación, sin embargo, asumía la existencia de los átomos y moléculas, cosa que no admitían buena parte de los físicos de la segunda mitad del siglo XIX. Al frente de los críticos figuraba Ernst Mach, uno de los científicos más prominentes de la época: solo se puede considerar real, decía, aquello que se percibe directamente (y nadie había "visto" nunca átomos o moléculas). También estaba en contra un joven Max Plank. Boltzman no podía argumentar que los átomos existían ya que no tenía pruebas empíricas. Parece que las opiniones de Mach lo atormentaron hasta que, mezcladas con otras cuestiones personales, se suicidó en 1906 (aunque uno de los revolucionarios artículos de Einstein de 1905, que dio pie a la teoría cuántica, citaba la obra de Boltzman hasta media docena de veces (!), pero no hay pruebas de que Boltzman lo supiera).

El caso de Bohr y Einstein es diferente. En una famosísima polémica (congreso de Solvay, 1930), Einstein formuló un experimento mental en el que hacía ver que el tiempo y la energía de las relaciones de incertidumbre de Heisenberg presentaban un problema grave si se admitían los presupuestos probabilísticos de los átomos de la teoría cuántica que defendía Bohr. Según los científicos presentes en la reunión, Bohr quedó aniquilado por el argumento de Einstein y en aquel momento no encontró una respuesta plausible. Sin embargo, el insomnio le duró solo veinticuatro horas. Al día siguiente refutó la argumentación de Einstein al hacer ver que, paradójicamente, Einstein había olvidado su teoría de la relatividad general en el cálculo del tiempo del experimento descrito el día anterior. La teoría cuántica quedaba resarcida. Cosa que afianzó el insomnio que Einstein ya tenía en forma de dioses y de dados (carta a Max Born, 1926). Parece que el mundo es de naturaleza cuántica, a pesar de que esto no le pareciera nada lógico a Einstein ni a nuestros cerebros macroscópicos.

El progreso se forja también con insomnios. La vida de muchos científicos, también la de revolucionarios como Darwin, Boltzman, Bohr o Einstein, está presidida por momentos eureka combinados con desasosiegos de investigación. Momentos de sueños realizados seguidos de insomnios obsesivos. Los insomnios forman parte del progreso. Quizás este es uno de los precios a pagar por la creatividad en ámbitos tan diversos como la ciencia, el arte o, incluso, el progreso político.