En el reciente episodio del catalán en la UE el gran perdedor, además de nuestra lengua, ha sido el PP. Su actuación se sitúa en la intersección entre la miopía política, la ancestral catalanofobia y la miseria moral. La movilización del PP contra el catalán —y el vasco y el gallego— tiene una explicación clara: el PP embiste todo lo que Pedro Sánchez hace. Más aún si encuentran que de alguna manera pueden debilitarlo. En este caso, el objetivo era doble: hacer quedar mal a Sánchez ante Europa y España, por un lado, y, más importante, erosionar la base parlamentaria que lo sostiene en el poder, ya que esperaban que, si Sánchez no salía adelante, Carles Puigdemont se giraría en su contra. (Recuerden que desde el minuto uno el PP ha estado convencido de que Sánchez es un gobernante ilegítimo y que hay que derribarlo al precio que sea).
Este planteamiento a corto plazo ha tenido un resultado desigual. Es posible que Sánchez haya quedado mal ante los socios de la UE porque no ha salido adelante, y quizás también en España. Menos en el segundo caso, ya que seguramente este episodio solo habrá contribuido a que los que ya no podían ver a Sánchez ahora puedan verlo aún menos. Que estén un poco más convencidos de que Sánchez es un pelele malvado e inútil, que es el retrato que hacen de él el PP, Vox y los medios de comunicación e influenciadores de derecha y extrema derecha. En cuanto a Junts per Catalunya, Feijóo se ha equivocado absolutamente. Más que alejarse de Sánchez, los de Junts se han mostrado comprensivos con el presidente del Gobierno español y líder socialista.
El PP, eso sí, ha contribuido poco o mucho a que la oficialidad del catalán se aplazara de nuevo, resultado que es muy posible que se hubiera producido igualmente, dados los interrogantes que todavía atenazan a varios gobiernos europeos. Esta victoria tan y tan pírrica, sin embargo, ha hecho que Feijóo haya quedado aún más atrapado por Vox. La cuestión del catalán es, para el conjunto del catalanismo, cuestión esencial, nuclear. Lo más importante de todo. Por eso, el catalanismo —desde el más tibio hasta el más encendido— no puede ni debe olvidar nunca lo que el PP ha hecho. Tampoco el vasquismo, ni el galleguismo. La actuación vergonzosa de Feijóo se la tendría que recordar también el constitucionalismo democrático, dado que ir contra el catalán en Europa violenta al espíritu y a la letra de la Constitución, y más aún —como ha recordado el president Puigdemont— al espíritu y a la letra del Estatut vigente, texto engendrado, recordémoslo, del Tribunal Constitucional.
Esta circunstancia empuja al PP hacia Vox y le hace perder centralidad
Tratando de ganar una partidita en el corto plazo, Feijóo ha irritado profundamente a dos socios potenciales, Junts y PNV, que a partir de ahora serán más reacios a hablar y negociar con ellos. El precio se ha incrementado mucho; de hecho, se ha multiplicado. Esta circunstancia empuja al PP hacia Vox y le hace perder centralidad. Además, como Vox sabe que el PP hoy depende más de ellos que ayer, también subirá sus condiciones cuando los populares vayan a buscar a los de Santiago Abascal para un pacto cualquiera o para que les den el Gobierno de España. El negocio que ha hecho Feijóo es, pues, literalmente ruinoso.
¿Por qué lo ha hecho, entonces? ¿Por qué, sencillamente, el PP no se ha limitado a no hacer nada? Por miopía política, por tacticismo, por su afán irracional de dañar a Sánchez. Y también, claro, porque es lo que le pedía su ethos, su forma de ser, la ancestral catalanofobia de la que, lo reconozcan o no, son todavía portadores. Su instinto anticatalán, resumiendo. Han visto volar el balón y no han podido resistir la tentación de cabecear. Era, más allá de la política estricta, lo que el cuerpo les pedía. Al menos a una parte de ellos.
Por último, hay también, como decíamos al empezar, la miseria moral. La indecencia. Esta es colectiva, de todo el PP, pero también personal, es decir, de los que con nombre y apellidos han sido protagonistas del sabotaje al catalán. Por cierto, todos ellos empleando argumentos increíblemente superficiales y tramposos. Muy de circunstancias, de poca monta. Algunos ejemplos concretos de lo que quiero decir: Alberto Núñez Feijóo (gallego), Santi Rodríguez (catalán), Dolors Montserrat (¿qué pensará la familia y los amigos de Sant Sadurní?), Borja Sémper (vasco) y Esteban González Pons (valenciano). Hay unos cuantos más, por supuesto. Todos ellos han sumado a la obscenidad de su partido la suya propia, como artífices, a título individual e inexcusable, de este episodio éticamente deplorable, sombrío y, para mucha gente, profundamente doloroso.