El planteamiento, nudo y desenlace de las primarias del PSOE me recuerda aquella anécdota, real como la vida misma, en la que un médico advertía a su paciente: “Si quiere usted vivir, tiene que dejar de fumar”. A lo que este respondió: “Doctor, es que yo no quiero vivir, lo que quiero es fumar”.

Siempre me ha parecido una respuesta admirablemente consecuente, dentro de su absurdidad. Lo que los militantes socialistas han dicho con toda claridad en esta votación es que lo que más desean no es vivir, sino fumar. Es decir, seguir consumiendo aquello que los envenena y destruye aun sabiendo que ello acorta drásticamente su vida como partido útil.

Para seguir fumando necesita usted estar vivo, insistía el doctor. Y el paciente, con plena consciencia de lo que decía, se reafirmaba en su postura: bien, pues fumaré mientras esté vivo y después que pase lo que tenga que pasar.

La conversación entre el colegio de ilustres doctores, barones y santones del viejo y nuevo testamento socialista con la señora Militancia ha sido el mismo diálogo de sordos que el del médico y su paciente. Los dirigentes han explicado de todas las formas posibles que Pedro Sánchez, en sus dos años y medio como secretario general, fue veneno para el partido; que no sólo coleccionó derrotas electorales, también provocó una gravísima fractura interna, desnaturalizó la cultura interna de la institucionalidad orgánica para sustituirla por la del cesarismo populista y fue el mayor responsable del bloqueo político del país durante un año. Y por tanto, que devolverlo a la jefatura del partido supondría una recaída en los mismos males que podría resultar mortal.

El problema es que la señora Militancia ya sabía todo eso. Pero también sabía que Sánchez les ofrece todo aquello que agrada y gratifica a un colectivo alicaído y con la autoestima por los suelos.

Lo primero de todo, sentirse importante: la militancia en el centro del universo, nada por encima de la voluntad soberana de las Bases.

Lo segundo, la comodidad de identificar al enemigo y dejar claramente señalada la frontera entre el bien y el mal: nosotros somos quien somos, como cantó Celaya, y el PP es el mal absoluto sin mezcla de bien alguno. No hay matices ni abstenciones que valgan: No es No, una consigna imbatible porque ahorra el enojoso trabajo de pensar.  

Y lo tercero, el dulce placer de sentir que uno está en el sitio correcto: aquí está la izquierda, nada menos. No me pregunte qué diablos significa eso en la segunda década del siglo XXI; eso de sentirse de izquierdas –la socialdemocracia sin matices, como pregonaba Patxi López– ofrece un espacio de confort muy apreciado por quienes ya no están para complicarse la existencia haciéndose preguntas fastidiosas.

Ustedes, sabios doctores de la Iglesia socialista, nos exhortan a que abandonemos el sanchismo para que el partido siga vivo, pero la medicina que nos ofrecen a cambio, la píldora susanista, ni siquiera garantiza la vida

Pero hay algo más, que ha resultado definitivo. Ustedes, sabios doctores de la Iglesia socialista, nos exhortan a que abandonemos el sanchismo para que el partido siga vivo. Pero la medicina que nos ofrecen a cambio, la píldora susanista, ni siquiera garantiza la vida. Nos priva de todos los pecaminosos placeres que Pedro nos prodiga y no asegura curación: con Susana pereceremos igual, solo que castos, aburridos y contaminados de derechismo. Así que váyanse a paseo con sus sermones, que nosotros nos vamos a obsequiar con un puro populista de los que te machacan los pulmones pero te dejan contento para toda la tarde.

Lo que los cardenales de la curia socialista no han comprendido es que sus feligreses se hartaron hace tiempo de echar sobre sus hombros el peso del país. Que conduzca otro, que yo me voy de copas con Pedro.

Hay un hilo que enlaza el 12 de mayo del 2010 con el 1 de octubre del 2016: del día en que se arriaron todas las banderas por el bien de España sin que nadie lo agradeciera, al día en que la calle Ferraz se llenó de policías llamados de urgencia para separar a unos socialistas de otros, enzarzados en pelea navajera en directo para toda España. Entre uno y otro, seis años de amarguras y calamidades.

El PSOE ha sido durante 40 años un partido sistémico de la democracia española. Una pieza vital de su funcionamiento, como el hígado para el organismo humano o el carburador para los coches.

Claro, cuando falla una pieza esencial del sistema todo él se resiente y puede hasta colapsar hasta que es sustituida por otra que haga la misma función: y sustituir al PSOE como partido de gobierno no será rápido ni sencillo en la democracia española. Desde ese punto de vista se comprende la preocupación que fuera del partido ha producido una decisión que en principio sólo atañe a sus militantes y dirigentes.

Este es un daño colateral: durante una temporada, la izquierda española se queda sin un partido en condiciones de hacerse cargo del país. Entramos en un período de pluripartidismo aparente y monopartidismo real, como ya sucede en el Reino Unido con los tories gracias al suicidio laborista.

La segunda derivada de esta elección es que el PSOE pone su futuro inmediato en manos de Rajoy. Cuando este lo considere más conveniente o se harte de derrotas en el Parlamento, convocará elecciones. El PSOE de Sánchez constatará que en este viaje de placer se ha dejado uno o dos millones de votos más, y la guerra se abrirá de nuevo: ¿Resistirá Sánchez un tercer revolcón en las urnas?  

Hay un tercer efecto retardado, que se refiere al PSC. Más de 6.000 avales y más de 8.000 votos para Sánchez en Catalunya: una movilización muy superior a la que hubo en las primarias del propio PSC. Algo completamente imposible si no hay una maquinaria funcionando a todo gas.

En este proceso, Iceta ha sido cualquier cosa menos neutral. De hecho, ha sido oscuramente beligerante. Ha incumplido su compromiso y ha engañado al PSOE por segunda vez en pocos meses.  Con ello ha contribuido al triunfo de su líder favorito, lo que deparará a ambos una temporada de vino y rosas. Pero la semilla de la desconfianza ya ha brotado. Los socialistas del PSOE ya saben con certeza que no pueden fiarse de los del PSC, porque estos interpretan la lealtad a su manera. Hoy se la han jugado a Javier Fernández, que dio la cara por ellos fiándose de su palabra, pero mañana, ¿por qué no?, pueden hacerle lo mismo a Sánchez.

Han tenido suerte de que la ventaja de Pedro fuera superior a los votos del PSC, porque de otro modo estaríamos en el caso tremendo de que el secretario general de un partido resultara elegido por los militantes de otro partido distinto. Pero este asunto traerá cola, ya lo verán.