1. Barcelona está en decadencia. En verdad, Ada Colau solo ha acelerado, por incompetencia y dogmatismo, un proceso de decaimiento que empezó muchos años atrás. Barcelona es hoy una ciudad de provincias de la España borbónica y no aquella capital de Cataluña que imaginó el emergente catalanismo de finales del siglo XIX y principios del XX. Construir una gran ciudad era, junto con la industrialización y la nacionalización cultural, el tridente que ayudaría a la pervivencia de Cataluña como una nación de la mediterránea dentro de un estado que, por vocación y estrategia, era centralista y homogeneizador. España no ha creído jamás en la diversidad. Cuántas veces no habremos tenido que soportar el típico grito de guerra españolista: “En español, que estamos en España”. La intolerancia lingüística española es famosa en todo el mundo, pero en Barcelona todavía hay quien reclama a los catalanoparlantes que no impongan su lengua y se dediquen a la seducción mientras les están dando por el saco. A los unionistas españolistas no les basta que el 62 % de los jóvenes barceloneses entre 15 y 34 años tengan el castellano como lengua habitual. Quieren que el 28 % que todavía tiene como propio el catalán también lo abandone. Dicen que en Barcelona se hablan más de trescientas lenguas y que el 58 % de los jóvenes no han nacido en la ciudad. Lo que podría ser una oportunidad para transformar el catalán en lengua de encuentro, no lo es. ¿Qué propone el Ayuntamiento para que eso sea así? Tienen más letreros en catalán los establecimientos regentados por chinos y pakistaníes que los de los barceloneses “de toda la vida”. O sea, que las responsabilidades están muy repartidas. 

2. Leí un reportaje (más bien un publirreportaje) sobre el Poblenou, el barrio donde vivo desde hace muchos años, y me sorprendió que me explicaran que se está transformando en un barrio cultural. Salvo lo que es evidente para todo el mundo, que es la transformación urbanística a fuerza de instalar empresas en el denominado 22@ o varias sedes universitarias, de la UPF y la UOC, muchas de las iniciativas que mencionaba el autor del artículo tienen poca transferencia en el barrio. Tienen la sede allí, pero estas empresas son invisibles. Contribuyen, así, a la gentrificación del vecindario. Uno de los establecimientos culturales más visibles es la Sala Beckett, un teatro que cada vez programa más espectáculos en castellano, que es la tendencia general en todos los teatros de Barcelona, y que es otra manifestación más del proceso de provincialización barcelonesa. El otro establecimiento es Can Framis, un museo de la escudería Vila Casas situado en un extremo de la superilla impuesta por Colau a los vecinos. Este excelente museo de pintura contemporánea se construyó donde antes hubo la fábrica de lana de la familia Framis, y está rodeado de una frondosa vegetación. El Ayuntamiento le puso el nombre de Jardines de Miquel Martí i Pol (el nombre del poeta debía sustituir a la vez el de Sancho de Ávila, que va de la avenida de la Meridiana en la rambla del Poblenou). Hoy este jardín, recreación de un bosquecito aleatorio, repleto de álamos, chopos y encinas, es un vertedero de mierda, está mal cuidado, y sirve de refugio a los sintecho del barrio. Aunque el reportero le da un sentido positivo que no tiene desde la perspectiva de quien vive allí, tiene razón cuando señala que ningún barrio de Barcelona está experimentando una metamorfosis tan bestial.

3. La pobreza en Barcelona se puede ver en todos los barrios, tanto como las borracheras de los jóvenes —y no tan jóvenes— que se concentran en el Born o en Gràcia. El consumo de cocaína, que es elevadísimo en la ciudad, es menos visible, pero afecta igualmente a la convivencia. El primer sábado sin confinamiento nocturno en Barcelona se repitieron las aglomeraciones y las cogorzas en la fiesta mayor del barrio de Gràcia de las dos noches anteriores. Leo que los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana desalojaron a más de 5.500 personas de varios puntos de la ciudad, sobre todo plazas y calles del barrio de Gràcia. Amigos míos que viven allí, a las 5:30 h de la madrugada todavía tenían que soportar los gritos y las animaladas de unos individuos que no saben contenerse ni respetan una idea tan simple como es que viven en comunidad. Cuando comiencen las fiestas de Sants, se repetirán las mismas brutalidades. El problema del ocio nocturno es anterior a la pandemia y al confinamiento. Barcelona lleva años siendo una sala de fiestas al aire libre para muchos extranjeros —y también para barceloneses— que han convertido la capital catalana en una especie de Lloret al por mayor. A la mañana siguiente de una noche de botellón, que en verano suele ser a diario, es mejor salir de casa con las botas de agua para atravesar las calles alfombradas de vómitos. No es cierto, pues, lo que cuenta el teniente de alcalde de Prevención y Seguridad de Barcelona, Albert Batlle, que este follón sea algo puntual. Se ha levantado el toque de queda y lo que ha habido es un retorno a la “normalidad”. A la ocupación masiva y descontrolada del espacio público nocturno.

4. A Barcelona se le agotaron las pilas en 1992. Desde entonces que vive de rentas y con una crisis de modelo que da grima. La ciudad es un decorado sucio, con múltiples servicios que funcionan deficitariamente. Un ejemplo son las bicicletas eléctricas del Bicing. Hay muy pocas y, cuando las hay, no funcionan, porque están descargadas (puede haber cuatro o cinco que no funcionen en una misma estación) o bien porque cuando las desancoras constatas que no marchan, aunque te hayan cobrado un suplemento de 0,35 céntimos por trayecto. Reto a los responsables del Bicing a encargar una encuesta de satisfacción entre los 129.737 abonados que dicen tener y que dan unos ingresos anuales de 6.486.850 € a las arcas municipales, que serían muchos más si sumáramos los trayectos eléctricos anuales, dato que no tengo. El Ayuntamiento de Colau, sin embargo, se ha gastado más de un millón de euros poniendo y sustituyendo las famosas barreras de hormigón New Jersey, por otro lado, horrorosas, que ha esparcido por toda la ciudad para ampliar las terrazas de los bares. El urbanismo táctico de la alcaldesa Colau significa, en realidad, poner y retirar sin criterio esas barreras. Colau ni siquiera ha conseguido un parque de vivienda social decente y a la altura de quién se encumbró en la política aprovechando la Plataforma de Afectados/das por la Hipoteca (PAH). Ha construido menos vivienda social que sus predecesores.

5. Ningún partido tiene una alternativa. La coalición gobernante en el Ayuntamiento (En Común Podem y PSC) ya ha demostrado hasta qué punto se puede gestionar mal una ciudad hasta convertirla en una metrópoli de segunda división. Eso no ocurre ni en Londres ni en París, pero sí en València y Palma. Esquerra se sumó a la coalición a la chita callando, pero el tripartito lleva siendo un hecho en Barcelona desde un tiempo atrás. Ernest Maragall no es alternativa a Colau. Y no lo digo tanto porque sea una persona mayor (no comulgo, por razones obvias, con la gerontofobia que domina la política catalana), sino porque no tiene ningún proyecto diferente. Maragall vive de un apellido y de la experiencia. De nada más. ¿Y Junts? Pues el partido de Puigdemont va a la deriva, por desgracia. Elsa Artadi no acaba de acertar ni en el tono ni elige bien los ítems que tendrían que servirle para desenmascarar la bajada a los infiernos de la ciudad de Barcelona. No engendra ningún sueño, que es lo que podría darle visibilidad en un momento crítico como el actual. La crisis de BTV, la televisión pública municipal, que ya no se engorda artificialmente como en otros tiempos para servir de contrapoder al pujolismo, es, ahora sí, el Titanic que se hunde. Es la ciudad deseada por los esnobs pijo-progres: castellanizada, periférica y provinciana, con los turistas y los sobrevenidos que no respetan nada, ni el descanso de los vecinos, como punta de lanza. El famoso cosmopolitismo barcelonés es el recurso tramposo de quienes desean la españolización de la capital catalana.