Veo que los diarios encuentran muy oportunista que Pedro Sánchez haya convocado elecciones y haya llamado a la unión de las izquierdas. Ahora que los tribunales de Madrid han normalizado el discurso de VOX y que conviene olvidar el 1 de octubre —o enterrarlo con las gaitas escocesas— aquel lema del PSOE, "si tú no vas, ellos vuelven", provoca una mezcla de indignación y de sudor frío. La épica del viejo PSC ya no gusta como en los buenos tiempos del Régimen del 78. Ahora que Franco ya no parece tan muerto, mola más hablar de la "Barcelona del sí" y emocionarse con las vistas de Montjuic. Incluso nostálgicos de los comunistas como Enric Juliana o Juana Dolores se preparan para bailar con la ultraderecha.

A mí Sánchez me hace pensar a menudo en Oriol Junqueras. Hace las mismas preguntas subliminales a sus socios de gobierno y a las élites de su país, y tiene la misma mala baba de marginado superviviente que el líder de ERC. Junqueras siempre pregunta a los convergentes del grupo Godó qué precio están dispuestos a pagar por la soberanía. Sánchez siempre pregunta a los patriarcas de su partido hasta qué punto España es realmente una democracia. Sánchez utilizó unas primarias para encaramarse a la cumbre del PSOE y dominar la demagogia de Podemos; Junqueras se entregó como un corderito a la justicia española para convertirse en el virrey de Catalunya. Hasta hoy, todo el mundo los ha escarnecido, pero nadie ha subido su apuesta.

De hecho, ahora nadie parece recordar cómo llegó Sánchez al gobierno. Ningún diario europeo ni catalán parece tener presente que Rajoy cayó para que el Estado español pudiera disimular la cara de Franco que le había quedado después del 1 de octubre. La terquedad de los catalanes, más natural y menos heroica de lo que se dice, dejó a todo el mundo fuera de lugar. Las promesas jóvenes y guapas que Rajoy había fichado para poder competir con los líderes jóvenes y guapos de la nueva política, hacía meses que se habían vendido a los discursos populistas y lo dejaron colgado. Sáenz de Santamaria, que mantenía conversaciones con Junqueras y lideraba el sector más refinado del PP, quedó totalmente desprevenida, a punto para ser defenestrada.

Feijóo dice ahora que el error de Rajoy fue tratar el problema catalán como un problema crónico, pero él sabe que puede decir esto porque el acuerdo de España con Bruselas es que el control de Catalunya quede a cargo del conjunto de Europa. En el viejo continente prefieren ser un club de Estados que una unión de ciudadanos y por eso la ultraderecha avanza en todas partes menos en Dinamarca, que antes que un Estado es una tribu. En Dinamarca, y en general en los países escandinavos, los vínculos de solidaridad entre los ciudadanos no están tan mediatizados por la ley y por la propaganda, y la democracia no es tan débil. En España, la ingeniería demográfica no ha funcionado todo lo bien que en Francia, y Barcelona todavía es demasiado catalana.

Aunque no quiera, Sánchez ayuda a la España de Podemos igual que Junqueras ayuda a la Catalunya de Sílvia Orriols. Sánchez y Junqueras son hombres de Transición que mantienen el patio aireado a través de la ventana liberalizadora que abrió el independentismo con las consultas populares

Después de las porras del 1 de octubre y de la aplicación del 155, Sánchez abrió una segunda transición con el apoyo de Europa que ahora tendría que cerrar la derecha española. Hasta que el PP no haya gobernado no se podrá dar por cerrada la revuelta catalana y, si la revuelta catalana no se resuelve, la ultraderecha europea cada vez hará una peste de fascismo más sospechosa y fácil de manipular. A diferencia del resto de países europeos, España no fue desnazificada y los rusos y los chinos, e incluso los americanos, siempre podrán aprovechar la debilidad de Madrid para hurgar en la retaguardia de Francia y de Alemania. No hay que recordar que Italia también queda cerca de España.

El llamamiento de Sánchez, pues, tiene una traducción simple en forma de pregunta: españoles, ¿queréis aprovechar el agotamiento del régimen del 78 para evolucionar o para involucionar? Sánchez preferiría pactar con el PP antes que con Bildu o con ERC, pero sabe que el PP se marcharía a VOX en bloque antes de hacerlo presidente. También sabe que el régimen del 78 se basa no solo en la sumisión de Catalunya, sino también en la sumisión de las izquierdas. Aquí es donde se encuentra con Pablo Iglesias y con Junqueras, que pregunta a las viejas momias convergentes: ¿queréis o no queréis la unidad para mejorar el estatus político de Catalunya? Europa ve estas discusiones desde lejos, como un matiz interno, pero tarde o temprano se las encontrará en sus magníficos dosieres.

Aunque no quiera, Sánchez ayuda a la España de Podemos igual que Junqueras ayuda a la Catalunya de Sílvia Orriols. Sánchez y Junqueras son hombres de Transición que mantienen el patio aireado a través de la ventana liberalizadora que abrió el independentismo con las consultas populares. Sánchez querría cerrar filas con el PP, igual que Junqueras quiere cerrar filas con los partidos del procés. Pero ni el PP tiene la intención de ser un partido más democrático, y por eso VOX ha podido crecer, ni los partidos de CiU piensan tomarse seriamente la independencia. Si Orriols ha arrasado en Ripoll es porque Junqueras es el político más pujolista del país y porque el espacio de CiU se ha limitado a copiar el antifascismo de ERC y de la CUP y envolverlo con la estelada.

Ahora no se ve suficientemente bien porque la guerra de Ucrania hace demasiado ruido. Pero España solo tiene dos caminos, y el camino que tome probablemente marcará más el futuro de Europa que el futuro de Catalunya, si la nación encuentra políticos que lo entiendan. Las consultas por la independencia reventaron el régimen del 78 porque pusieron de manifiesto que el elemento nacional de la guerra civil no estaba resuelto. El Estado intenta enterrar el conflicto con los jueces y con la inmigración, igual que en el tardofranquismo y en la primera Transición. Pero así no se resuelve nada, solo se para a los chicos de TV3 que tienen miedo de ser asociados con la ultraderecha, pero que no dudan en adaptarse cada vez que los herederos de Franco los presionan.

Mientras ERC, Bildu, Podemos y VOX no encuentren una manera democrática de tratarse y de superar el pasado, todo empeorará en España. En Bruselas ya pueden alimentar a todo el bipartidismo y todas las reformas constitucionales que quieran. Los partidos de la vieja convergencia ya pueden inventarse cuartos espacios y filosofías pacificadoras de salón. Europa siempre tarda en reaccionar y a veces (o sea casi siempre) llega tarde, más tarde que los americanos. Estamos solos; solo como Junqueras después de la fuga de Puigdemont y como por ejemplo la regidora de Ripoll. Del espacio nacionalista tendría que salir algún líder político bien formado, que no fuera una secretaría. Pero los herederos naturales de convergencia han vivido demasiado bien para entender que el pensamiento diplomático y el marketing político de siempre ya no son operativos.

Junqueras, más que Sánchez, quiere mantener las cartas sobre la mesa, porque cuanto más tiempo las mantenga a la vista de todo el mundo mejor se verán las hipotecas monstruosas que tienen los actores de la película. De momento, su mejor aliado en Catalunya es la abstención, aunque su partido lo pague. La piedra angular del país, la que puso en marcha el proceso y ha tenido capacidad para marcar la diferencia en los momentos difíciles, tendrá que ser muy fuerte y tener mucha paciencia mientras no salga una opción política que lo represente con un mínimo de buen gusto y de justicia en esta lamentable carrera de sacos.