Hay dos tipos de catalanes: los que piensan que la intención es lo que cuenta y los que piensan que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Después del fracaso de la propuesta de convertir el catalán en lengua europea, Junts lo tiene cada vez más difícil para justificar haber votado a favor de Francina Armengol y haber investido a Pedro Sánchez. Si no quiere parecer un ingenuo, Carles Puigdemont no puede hacer más que "valorar el esfuerzo" por oficializar el catalán en Europa a pesar del incumplimiento, porque es la única manera que tiene de simular algún poder sobre lo que hace o deja de hacer el PSOE. La gracia es que Junts ha pasado de ser el catalán que piensa que el infierno está empedrado de buenas intenciones a ser el catalán que piensa que la intención es lo que cuenta.

Junts no pondrá en riesgo la estabilidad del Gobierno hasta que Puigdemont sea amnistiado o hasta que sea manifiestamente imposible que pueda ser amnistiado

Junts maniobra con el miedo a que cualquier movimiento brusco les cape las posibilidades de llegar a la fase en que se amnistía a Puigdemont, que era el objetivo final de las negociaciones, aunque exageraran con el tema de la lengua. Junts no pondrá en riesgo la estabilidad del Gobierno hasta que Puigdemont sea amnistiado o hasta que sea manifiestamente imposible que pueda ser amnistiado. El discurso que Pedro Sánchez pronunció el día de la investidura es una prueba de ello: las malas caras en Junts por la humillación no comportaron ninguna consecuencia tangible. Quizás escribir esto es hacer un juicio de intenciones, pero ya que el president en el exilio da las intenciones por buenas, me lo permito.

El pacto de investidura con el PSOE fue poco más que un tratado de aceptación de las intenciones del otro, una validación mutua de relatos

Por mucho que Puigdemont quiera culpar al Partido Popular de hacer descarrilar la propuesta de oficialidad del catalán en la UE, lo cierto es que los partidos tradicionales españoles se repliegan: el PSOE psoeiza Sumar y el PP aprovecha las amenazas de Vox contra el presidente español y la violencia en las manifestaciones de Ferraz para reafirmarse como una derecha moderada con la que se puede pactar. A estas alturas cuesta mucho pensar que la ruptura del bipartidismo no fue más que un plan para, flexibilizándolo, mantenerlo. En todo esto, Junts parece que va a tientas. Puigdemont acusa al PP de españolizar la política europea "más allá de lo que se pueden permitir" y mientras señala la españolización ajena, es incapaz de ver la propia. El pacto de investidura con el PSOE fue poco más que un tratado de aceptación de las intenciones del otro, una validación mutua de relatos con unas promesas que, a final de legislatura y pasando el rastrillo, pasarán de ser el perro grande a ser el perro pequeño del meme.

El coste para el estado español de incumplir los acuerdos con Catalunya siempre es menor que el coste para Catalunya de hacer lo mismo, porque no tenemos estado

Bajo la costra de los relatos, bajo las buenas intenciones del ministro Albares corriendo preocupado por los pasillos de las instituciones europeas, bajo el ademán solemne que el president en el exilio utiliza para marcar perfil, se esconde una verdad que descompensa cualquier pacto: el coste para el estado español de incumplir los acuerdos con Catalunya siempre es menor que el coste para Catalunya de hacer lo mismo, porque no tenemos estado. No basta con el confort de oír que tenemos la sartén por el mango en Madrid para dotar a Catalunya de las herramientas que necesita para sobrevivir. No basta con victorias morales, porque son la manera que tiene la izquierda española —sobre todo la izquierda española— de acomodarnos en la dinámica de la política estatal. No hay manera de cobrar por adelantado si tu necesidad es mayor que la de la otra parte, porque con la esperanza del cumplimiento de las promesas le bastará para hacerte cumplir las tuyas. Quizás hacer valer las intenciones es la única alternativa que queda cuando no tienes fuerza para hacer otra cosa. "Gracias por intentarlo" es el eslogan que rompe la fantasía de la sartén por el mango en Madrid.