En el proceso de involución que está viviendo España, los síntomas son muchos, las señales de alarma están por todos lados y la única cuestión que cabe preguntarse es si las vamos a ignorar o, por el contrario, las asumiremos como punto de inflexión a partir del cual se pueda intentar reconducir la situación hacia un escenario compatible con unos estándares democráticos mínimos.

El proceso de involución no comenzó ahora, de eso estoy seguro, pero es a partir de ahora cuando se está haciendo tan evidente que sólo quienes con su silencio se quieran hacer cómplices ya no podrán argumentar que no sabían lo que estaba pasando.

Algunas veces me pregunto si en algún momento ha existido un auténtico distanciamiento de aquello que fue y representó la dictadura de Franco o solo se trató de un espejismo.

Dieter Nohlen decía que “el proceso de democratización de España y la instauración de la monarquía parlamentaria plantea un sinnúmero de preguntas y enigmas que nos obligan muchas veces a revisar nuestro bagaje conceptual y teórico”. El problema es que, desde ese razonamiento, y a la fecha, han pasado ya más de 40 años y sigue sin existir respuesta a muchos de esos “enigmas”, con lo que ello tiene de cara a la consolidación de un auténtico proceso de democratización.

No son pocos los que han confundido, con buena, peor o ninguna buena intención, lo que es un proceso de transición —de la dictadura a la democracia— con lo que tenía que ser el posterior proceso de consolidación democrática. No eran uno, sino dos procesos, los que se debían seguir de forma consecutiva y, por lo visto, nos quedamos en el primero de ellos.

El propio Nohlen decía que “tiene sentido entender la transición y la consolidación como dos procesos separados, que se llevan a cabo uno después del otro. A la introducción de la democracia le sigue el proceso de su estabilización. La transición puede lograrse en un periodo muy corto y la consolidación se lleva a cabo más bien a largo plazo. No toda transición democrática se ve coronada por una consolidación”.

Justo ahora que se cumplen 40 años del 23-F, bien podemos decir con escaso margen de error que en España lo que ha faltado es concluir la transición y abordar desde la honestidad y la seriedad el proceso de consolidación democrática

Las razones para distinguir ambos procesos son varias, pero, seguramente, las más claras tengan que ver con lo que ha de hacerse en cada una de esas etapas y, a la vista de los resultados, esto ha sido algo que no se supo o quiso comprender y que, sin duda, no se abordó.

No son pocos los autores que han teorizado sobre este tema y la mayoría de ellos están de acuerdo tanto en la distinción de los procesos como en los objetivos de cada uno de ellos. Sin embargo, y justo ahora que se cumplen 40 años del 23-F, bien podemos decir con escaso margen de error que en España lo que ha faltado es concluir la transición y abordar desde la honestidad y la seriedad el proceso de consolidación democrática.

Probablemente, la falta de experiencia, el desconocimiento, las ansias de libertad o razones menos comprensibles y poco confesables, hicieron que se estableciese una zona de confort a mitad de camino que impidió completar el proceso transicional y abordar el de consolidación. Las razones, en realidad, dan lo mismo, lo relevante es el resultado.

A este respecto, sí interesa recordar que J. J. Linz y A. Stepan definían la consolidación de manera estrecha como el reconocimiento de un complejo sistema de instituciones, reglas, sugerencias y limitaciones, como “the only game in town” (“el único juego en el pueblo”).

Estos autores distinguían varias dimensiones del problema de la consolidación: la conductual, según la cual ningún actor político, social o económico persigue sus objetivos con medios que tengan como consecuencia el establecimiento de un sistema no democrático; la de la actitud, por la que una gran mayoría de la opinión pública mantiene la valoración de la democracia como la mejor forma de gobierno, aunque esté insatisfecha con los logros de los gobiernos democráticos y, finalmente, la constitucional, en la que tanto el gobierno como la oposición se someten a la Constitución y solucionan sus conflictos en el marco de las reglas del juego del sistema político.

Si nos fijamos en lo que está sucediendo en España, o mejor dicho lo que viene sucediendo desde hace ya muchos años, es evidente que ninguna de estas dimensiones parece haber sido abordada de forma que ayuden a la consolidación democrática.

No bastaba con transitar a la democracia, había que consolidarla y, no habiéndolo hecho, resulta tragicómico que ahora se trate de vestir este sistema como de ejemplar

Claro que hay actores que persiguen objetivos con medios que tienen como consecuencia el establecimiento de un sistema no democrático; basta analizar la intervención directa de las altas instancias jurisdiccionales en la política bien directa o indirectamente.

Seguramente, ya no es una gran mayoría de ciudadanos la que considera la democracia como la mejor forma de gobierno y, al respecto, basta ver el creciente apoyo popular que tiene un partido como Vox que, abiertamente, pretende una involución a postulados preconstitucionales aún cuando se nos presente como abanderado del constitucionalismo.

Igualmente, cada día es más evidente que se está debilitando la dimensión constitucional desde que se buscan soluciones a los conflictos fuera del marco de las reglas del sistema político propio de una democracia. El mejor ejemplo lo tenemos en la criminalización del independentismo catalán y la búsqueda de soluciones judiciales en lugar de políticas al mismo.

Serían necesarias muchas páginas para realizar un análisis completo de esta problemática, pero estoy convencido de que parte esencial del problema que se está viviendo radica en lo ya dicho: no bastaba con transitar a la democracia, había que consolidarla y, no habiéndolo hecho, resulta tragicómico que ahora se trate de vestir este sistema como de ejemplar.

Las democracias, las auténticas democracias, pueden ser de mejor o peor calidad, pero nunca han necesitado de calificativos y, mucho menos, adjetivarlas como “plena” o “ejemplar”.

La cuestión es mucho más sencilla a como nos la quieren presentar: simplemente se disfruta o no de un sistema democrático, pero, para hacerlo, especialmente cuando se viene de una larga historia dictatorial, lo primero es concluir el proceso transicional y, luego, abordar, de forma seria, el proceso de consolidación democrática que, en el caso español nunca se ha asumido como una tarea pendiente… ni tan siquiera como una necesaria.

Cada día es más evidente que nos quedamos a mitad de camino y hoy, más que nunca, parece estar claro que el escogido para nuestra democracia ya no es “the only game in town”.