Predecir el futuro es complejo, si no imposible; lo que muchos hacemos es analizar el presente y prever escenarios futuros que parezcan posibles para, sobre esa base, tomar decisiones de futuro. En la actualidad, en España, eso parece tarea más que compleja, porque el presente no parece corresponderse con ningún patrón lógico que permita adelantarse a posibles escenarios y, así, tener respuestas preparadas.

Hasta hace muy poco nadie podía imaginarse una realidad en la cual el ex jefe del Estado se exiliase y, mucho menos, que lo hiciese en un país del golfo Pérsico. La realidad nos ha desbordado con independencia de si ese será o no su destino final y de que, mientras todo eso sucede, su hijo se fuese de vacaciones.

También era imposible imaginar una situación en la cual un grupo relevante de políticos saliesen a apoyar a un ex rey, presuntamente corrupto, como si ellos fuesen el baluarte de una democracia que solo ha sido perfecta en el imaginario regimental y en la mal llamada Transición.

En este marco complicado de imaginar se encontraba, igualmente, un escenario de incertidumbre pandémica de tales dimensiones que no permite, siquiera, saber si en unas semanas más nuestros hijos estarán en el colegio o en casa, con todo lo que eso conlleva.

Poco imaginable resultaba, hasta no hace muchos días, pensar que dos ministros de un gobierno tuviesen que cancelar sus vacaciones porque la seguridad que su propio gobierno les ha asignado es incapaz de controlar a los grupos de ultras organizados para intimidarles, acosarles e insultarles.

Quién podía imaginar que los miembros del Consejo General del Poder Judicial, elegidos por los partidos políticos, podían llegar a hacer un comunicado pidiendo independencia de esos mismos partidos que les nombraron a ellos… como si ese fuese el problema.

Ya ni qué decir de un verano en el que los grandes ausentes fuesen los turistas y en el cual los aeropuertos, hoteles y sitios de recreo estuviesen prácticamente vacíos; especialmente difícil es hacerlo en un Estado que vive, en gran medida, de los 82 millones de turistas que cada año le visitan.

Así, podríamos seguir con los ejemplos que impiden hacer un análisis válido de la realidad que permita poder adentrarse en posibles escenarios de futuro; tal vez la única manera en que podamos hacerlo es cogiendo todos los ejemplos que estamos viendo, poniéndolos en línea y asumiendo que, tal vez y solo tal vez, todos ellos no sean más que parte de un todo y, sobre esa base, pensar qué es lo que está sucediendo y qué es lo que puede pasar en un futuro cercano.

Estamos ante una suerte de fenómeno de descomposición sistémica 

Me temo que no es sencillo llegar a ningún tipo de conclusión, pero me atrevería a decir que estamos ante una suerte de fenómeno de descomposición sistémica que, apuntillado por una imprevisible pandemia, bien puede estar poniendo en evidencia todas las grietas de un sistema que lleva décadas necesitando reformarse, si no volver a construirse íntegramente.

Tengo la sensación, pero no los datos, de que estamos ante eso: el fallo sistémico que pocos están viendo y muchos intuyendo, por lo que no es de extrañar que quienes ya lo intuyen estén haciendo grandes esfuerzos por posicionarse en el mejor lugar para proteger sus propios intereses y, de pasada, tratar de que nada cambie o que, si cambia, sea en la dirección en que ellos siempre han deseado.

La pandemia, con ser uno de los grandes desafíos actuales de la humanidad, no es la culpable de todo, ni mucho menos, y, para ello, basta con analizar cómo ha afectado, está afectando y es enfrentada en aquellos países que no tienen grandes fallos sistémicos y veremos que ninguno de esos Estados está viviendo momentos como el que vive España, en que todo parece estar fallando.

Si asumimos que el problema es sistémico, seguramente seremos capaces de buscar nuevas y mejores soluciones a problemas que se vienen arrastrando desde hace décadas; si asumimos que no solo estamos ante una crisis sanitaria y otra económica, sino también ante una constitucional, seguramente estaremos más preparados para otear el futuro y, de esa forma, poder prever algunos escenarios que pueden terminar siendo tremendamente convulsos, complejos y poco constructivos.

No es que este barco tenga una vía de agua, es que el casco está totalmente agujereado y, por eso, se podrá seguir achicando agua pero se terminará teniendo que asumir lo obvio: el barco se hunde.

Los naufragios son situaciones de máxima tensión y exposición de todo tipo de comportamiento humano, incluso de los más miserables, pero, también, de los más absurdos, que vendrán de la mano de quienes no son capaces, o simplemente no quieren, asumir la realidad.

Aquellos políticos trasnochados que tratan de salvar al emérito dándole una suerte de carta de honorabilidad son los mismos que en un naufragio serían partidarios de que los pocos botes salvavidas existentes fuesen destinados a los pasajeros de primera clase. Seguramente pensando que ellos son de esa categoría.

A mí, en todo caso, no me preocupan tanto ese tipo de comportamientos como aquellos que, haciendo buena la actitud de la orquesta del Titanic, prefieren ignorar la realidad y siguen actuando como si nada de lo que está pasando fuese real o como si se tratase de una mera exageración de insensatos que no saben que un barco de tales características es insumergible.

Mientras ellos tocan agradables melodías, el agua sigue entrando y llegará un momento en que el insumergible terminará hundiéndose

Los músicos del Titanic, que tan delicadamente amenizaban las noches de los más pudientes, son, una vez más, los que generan una apariencia de normalidad que dista mucho de ser real pero que, por ahora, van confundiendo a propios y extraños. Mientras ellos tocan agradables melodías, el agua sigue entrando y llegará un momento en que el insumergible terminará hundiéndose.

Músicos aparte, y mientras el agua sigue entrando, lo más sensato sería pensar cómo salvar al mayor número posible de pasajeros, hacerlo de forma adecuada y, de pasada, ver cómo se puede llegar a un puerto seguro. Lo más probable es que no sea ni como unos quieren ni como otros planifican, pero, en todo caso, tendrá que ser de forma tal que todos podamos sentirnos cómodos y seguros.

Dicho más claramente: no estamos ante una serie de graves problemas ni ante una crisis puntual, sino ante una auténtica crisis sistémica y, por ello, lo mejor es no dejarnos embelesar por agradables melodías sino ponernos manos a la obra para ver cómo superar una situación que puede retrotraernos a sufrimientos que se entendían superados. Naufragar no es el problema, superarlo puede serlo.