La guerra en Ucrania puede conducir a una imagen, no del todo exacta, del resurgimiento global de dos bloques monolíticos enfrentados por el control del poder y la hegemonía; al estilo de la Guerra Fría, que determinó la vida y la evolución del mundo durante la segunda mitad del siglo pasado. Pero la realidad es diversa y al mismo tiempo compleja, ya que ciertas tendencias de fondo de cambio del sistema internacional se mantienen o, incluso, se agudizan en el marco de esta guerra.

La primera de estas dinámicas es el lento, a pesar de que progresivo, decrecimiento del papel hegemónico de los Estados Unidos a escala internacional; algo que va intrínsecamente unido —a pesar de que no exclusivamente— al incremento de la competencia por parte de China para sustituirlo en la primacía del concierto de naciones.

En estos momentos es evidente que el principal teatro de operaciones de la lucha por la preeminencia entre estas dos potencias se encuentra en Ucrania. Con esto no quiero decir que esta terrible guerra no tenga sus propias dinámicas, empezando por las apetencias imperiales del Kremlin y siguiendo por la valentía y capacidad de resistencia encomiable demostrada por el pueblo ucraniano, pero es evidente que se trata de un conflicto que va mucho más allá del marco geográfico en el que se lucha. El contundente apoyo, por una parte, de los países de la OTAN a Ucrania (en armamento, inteligencia, sanciones, etc.), y el más matizado —aunque igualmente relevante— apoyo de China y otras potencias a Rusia son las pruebas más que evidentes.

A todo ello, sin embargo, hay que sumar el reciente anuncio por parte de Arabia Saudí e Irán de reanudar relaciones diplomáticas, que representa no solo un terremoto geopolítico en Oriente Medio, sino que además pone en peligro una parte del terreno ganado por Israel —aliado clave de los Estados Unidos en la región— en base a los llamados "acuerdos de Abrahán", precisamente en un momento delicado para este país después de la reelección de Benjamin Netanyahu. Pero sobre todo ataca en la línea de flotación de la presencia e influencia de los Estados Unidos en la región. Una ascendencia que se ha canalizado durante décadas a través de una relación especial forjada, a pesar de sus peligros como demostró el 11-S, entre Washington y Riad.

Es cierto que las relaciones diplomáticas entre estos dos países que lideran las principales ramas del islam (los suníes por parte de Arabia Saudí y los chiíes por parte de Irán) y que al mismo tiempo son unos de los principales productores de hidrocarburos del mundo, se habían roto solo recientemente, en 2016. Pero es muy significativo que esta recuperación de relaciones haya sido finalmente el resultado de una meticulosa operación negociadora instigada por China y cerrada en Beijing. Especialmente si consideramos que hasta muy recientemente las negociaciones entre Arabia Saudí e Irán no se llevaban a cabo en la capital china, sino en territorio iraquí.

Nos encontramos con que mientras un martes la India puede estar al lado de China defendiendo una posición conjunta a favor de Rusia frente a los Estados Unidos, al día siguiente puede reunirse de nuevo, en este caso con los Estados Unidos y aliados, para intentar contener China

Como también son ilustrativos los argumentos en defensa de esta decisión dados por parte del ministro de Exteriores saudí, agradeciendo públicamente el papel jugado por China y reconociendo el papel de este país no solo como su principal contraparte económica, sino que también la de tantos otros países, "una realidad con la cual tenemos que convivir y gestionar", en palabras suyas.

Pero es que, además, si sumamos lo que acabamos de mencionar a la progresiva pérdida de influencia de los Estados Unidos sobre Turquía y el Pakistán, dos potencias regionales claves, y le añadimos la precipitada salida de Afganistán (y consecuente caída de Kabul) de hace un año y medio; la pérdida de peso de Washington es abrumadora. Algo especialmente grave en una zona geográfica vasta y de alto valor estratégico como es la que va desde el Mediterráneo oriental hasta el mar de Arabia. Y hay que poner en valor el hecho de que en los dos últimos casos (Turquía y Pakistán), los cambios no se deben tanto a la influencia china, sino a la evolución propia interna de ambos países, en procesos de islamización creciente a que los han ido alejando de los Estados Unidos.

Volviendo, sin embargo, al argumento inicial de este artículo, es decir, el de la posible (o no) configuración de una nueva Guerra Fría, creo que es también necesario mencionar el juego de geometrías variables que está llevando otro país clave a nivel global: la India.

Primeramente, tenemos que tener en cuenta que la India recientemente se ha convertido (o está a punto, no todos los demógrafos se ponen de acuerdo) en el país más poblado del mundo por delante de China, algo extremadamente significativo. Pues bien, este país, que también es la quinta economía mundial (y que se espera que en los próximos años siga escalando posiciones en el ranking), se ha posicionado en el conflicto ucraniano en una posición de apoyo a Rusia como China, si bien que de manera más matizada que la china y puntualmente ambivalente. Una posición, sin embargo, que se tiene que entender sobre todo en clave de desafío por parte de Nueva Delhi a un orden internacional que considera que todavía está demasiado controlado por, y hecho a medida de, Occidente.

No es extraño, pues, que en la última reunión de los ministros de Exteriores del G20 celebrada en Delhi a principios de este mes, la India junto con China fueran unos de los países que se posicionaron en contra de que el G20 adoptara sanciones contra Rusia por la invasión en Ucrania. Ahora bien, no deja de ser curioso el hecho de que al día siguiente mismo, cuando todavía se estaban desmontando los escenarios de la mencionada reunión, se iniciaba también en la capital india una nueva cumbre, esta vez encabezada también por ministros de Exteriores, pero en este caso del llamado Diálogo de Seguridad Cuatrilateral, más conocido como QUAD.

¿Y qué es lo que define el QUAD? Pues que se trata de un diálogo estratégico de seguridad entre cuatro países: los Estados Unidos, la India, Japón y Australia. Y si bien formalmente no se presenta como tal, todo el mundo —empezando por Beijing— entiende el QUAD como un acuerdo diplomático y militar creado para contrarrestar el creciente poder económico, y también militar, chino.

Por lo tanto, nos encontramos con que mientras un martes la India puede estar al lado de la China defendiendo una posición conjunta a favor de Rusia frente a los Estados Unidos, al día siguiente —miércoles— puede reunirse de nuevo, en este caso con los Estados Unidos y aliados, para intentar contener China. Y es que los dos países más poblados del mundo no solo son competidores naturales en espacio geopolítico, sino que también en el económico, y mantienen varios contenciosos importantes, incluyendo naturaleza fronteriza. Un caso paradigmático de geometría diplomática y geopolítica variable, en un mundo cambiante.